"En general, nuestras parroquias son muy clericales. Si falta el cura, no se hace nada"

El cardenal Osoro pide, como el Papa, ‘resucitar’ el Concilio Vaticano II y construir «parroquias misericordiosas»

"La ternura no es la virtud de los débiles. No tengamos miedo a la bondad ni a la ternura"

El cardenal Osoro pide, como el Papa, 'resucitar' el Concilio Vaticano II y construir "parroquias misericordiosas"
Osoro en las Jornadas parroquia misionera

La renovación parroquial se tiene que hacer desde la misericordia, que es el eje fundamental para la reforma de la Iglesia

(José Manuel Vidal).- Dicen que se parece a Francisco físicamente. Pero el parecido del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, con el Papa va más allá. Son dos almas gemelas también por dentro. Tienen una personalidad muy parecida. Son cercanos, amables y con carácter. Y, además, los dos están ‘enamorados’ del Concilio Vaticano II, esa primavera que abrió las ventanas de la Iglesia de la mano de Juan XXIII y Pablo VI.

De ahí que a Osoro no le cueste nada seguir a Francisco en la nueva primavera que está diseñando para la Iglesia. Cercanía, encuentro, salida, simpatía, seducción, misericordia son categorías que ambos conjugan a la perfección y que ambos quieren aplicar a la Iglesia. El Papa, a la universal. Y Osoro, a la de Madrid.

Ninguno de los dos lo tiene fácil. Las resistencias contra Francisco son evidentes en Roma, porque exigen conversión personal, cambio de vida y un estilo comprometido y cercano de ser pastor, alejado del modelo funcionarial. Osoro, en Madrid, también tiene mucha ‘vieja guardia’.

Por eso, este cambio de modelo eclesial en Madrid exige, según Osoro, una profunda renovación de las parroquias. O, mejor dicho, de la pastoral parroquial. A eso dedicó el arzobispo de Madrid este mediodía su conferencia de clausura de las Jornadas ‘Parroquia misionera’, organizadas por la Universidad San Dámaso.

Osoro, como Francisco, tiene muy claro que la renovación de las parroquias (indispensable para la reforma de la Iglesia) ha de hundir sus raíces en el «eclesiología del Concilio Vaticano II». Y es que, como ha explicado, «todos tenemos el Vaticano II en las estanterías, pero, al igual que el Papa, tenemos que sacarlo de las estanterías y volver a colocarlo en el centro de la pastoral».

Una Iglesia que descongela el Concilio, congelado por miedo durante muchos años, y lo convierte no sólo en su modelo teórico, sino que intenta aplicarlo a la pastoral ordinaria parroquial. O dicho, con una imagen que le gusta mucho al cardenal de Madrid, pasar de «la parroquia-espejo, que solo se mira a sí misma, a la parroquia-ventana», abierta hacia fuera, en salida y en misión.

Para conseguir este cambio de modelo, Osoro propuso unos cuantos elementos, sin querer ser exhaustivo. El primero, la eclesiología del Vaticano II, que significa que, «en la parroquia ha de verse el misterio de la Iglesia». Una Iglesia de diversas imágenes, pero sobre todo, una Iglesia-pueblo de Dios, sin monopolios de nadie y conde tienen que caber todos.

Es decir, pasar de una vez del modelo piramidal y clerical de la parroquia a un modelo circular, en el que la corresponsabilidad de los laicos sea una realidad. «En general, nuestras parroquias son muy clericales. Si falta el cura, no se hace nada. Parroquias que no incorporan a los laicos o sólo incorporan a los que el cura maneja o le dan la razón. Y eso es un fraude y una mentira», clama el prelado.

En segundo lugar, la parroquia, según Osoro y según el Concilio, ha de tener «un diseño misionero, que las revitalice, sin perder su identidad eclesial». Parroquias «centradas en la Palabra de Dios y en la liturgia». Y ese modelo debe permear a todas las parroquias madrileñas, porque, como advierte Osoro, «las parroquias no se pueden quedar al margen de la línea que se marca desde la diócesis: una Iglesia en salida al mundo desde la centralidad de la Palabra».

Tras el aviso a navegantes, Osoro subraya que, para renovar las parroquias, también se necesita activar «dos categorías esenciales: la cercanía y el encuentro«. Porque «el encuentro con Cristo y con los hermanos sólo es posible desde la cercanía».

Nada, pues, de fortalezas asediadas y cerradas por miedo al mundo, sino comunidades de puertas abiertas, cercanas e impregnadas de arriba abajo por la misericordia. «La renovación parroquial se tiene que hacer desde la misericordia, que es el eje fundamental para la reforma de la Iglesia», decía Osoro, con convicción e incluso con apasionamiento. Y, en el aula de la San Dámaso, resonaban las palabras de Francisco sobre la Iglesia hospital de campaña y madre misericordiosa.

Una pastoral, pues, «sin miedo a la bondad y a la ternura», decía Osoro y, al tiempo, confesaba que, por recalcar eso, algunos dicen que «el obispo lo traga todo». Y, quizás por eso, advertía: «La ternura no es la virtud de los débiles. No tengamos miedo a la bondad ni a la ternura. El miedo nos retrae. No es lícito que nos dejemos paralizar por el miedo. Jesús nos pide una Iglesia-hogar humilde, que atrae por el calor de la luz que ofrece».

Y el cardenal personaliza ese mandato eclesial:

«El Señor me mandó a Madrid de obispo, para acompañar a los de cerca y buscar a los alejados, pero si les voy golpeando y poniendo condiciones, lo más lógico es que se me vayan. ¿Eso es tragar? No. Es buscar las condiciones para poder cumplir mi misión. Tampoco es maquillaje ni estrategia. Si sólo viese enemigos, malo. Son mis hermanos. Todos. Incluso los que me ponen verde y me insultan».

Es decir, una Iglesia madre, con parroquias-madres, que «salen a curar heridas, que llegan con ternura a cada uno y a todos, que se convierten en lugar de misericordia gratuita, que arden en deseos de brindar misericordia, que se hacen espcio de esperanza».

Y so no quiere decir que se baje el nivel de exigencias, sino que se exija desde el amor. «Pienso mucho en esto: Si a mí Dios me pidiese lo que, a veces, quiero pedir a los demás, no podría celebrar misa». Y es que «Dios nos juzga, amándonos. Dios no condena, ama y salva». De ahí la importancia de «entrar en la lógica de la cruz, que es la que nos quita el miedo».

Sólo así se conseguirán parroquias que «no estén cerradas» y «en las que el pecador es el preferido». Parroquias que «nos larguen a las periferias y nos empujen a ser sanadores de vidas, para que entremos en las llagas de Jesús, toquemos las miserias humanas y la carne sufriente de Cristo». Puro Francisco.

Eso conducirá, según Osoro, a no ser tampoco «parroquias-estufa, donde están todos calientes y a gusto los que piensan lo mismo». Parroquias que dejen de ser oficinas de funcionarios. «Tenemos diseños parroquiales para oposiciones a notarios, pero la gente se nos va o no acude». En definitiva, «parroquias misericordiosas, con corazón de madre».

O como dice el lema del Plan de pastoral: «Entre todos, con todos y para todos». Y una ovación cálida de los más de 150 curas presentes parecía refrendar sus ganas de acompañar a su cardenal en este proceso de cambio de modelo parroquial. Porque el otro modelo ha fracasado. Como decía un cura de San Blas, «nuestro bario es tierra de misión pura y dura; la gente que viene a la iglesia es poca, mayor y representan tan sólo el 1% del vecindario». O cambio radical de estilo o cierre por defunción.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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