Roma paralizó su designación por considerarla "demasiado humillante"

Monseñor Munilla estuvo a punto de ser trasladado a Plasencia

Podría ser enviado a otra diócesis donde sea aceptado por el pueblo y por el clero

Monseñor Munilla estuvo a punto de ser trasladado a Plasencia
Munilla, y las puertas AyO

Desde la llegada al solio pontificio de Francisco, el modelo vieja guardia de Munilla choca también frontalmente con las tendencias y las directrices que vienen de Roma y que él se niega a asumir de verdad

(José M. Vidal).- Le llaman el ‘obispo malquerido’. A José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, no lo quiere la inmensa mayoría del pueblo donostiarra ni el 77% de su propio clero. Roma lo sabe y le está buscando acomodo en otra diócesis, donde pueda ser mejor aceptado. De hecho, estuvo en la terna, para proveer la pequeña diócesis de Plasencia.

El 9 de abril del 2016, la Santa Sede hacía público el nombramiento de Amadeo Rodríguez como nuevo obispo de Jaén. Once meses después, anunciaba el nombre de su sustituto, el nuevo obispo de la diócesis de Plasencia, el abulense José Luis Retana Gozalo, de 64 años. Pero el nombre del sacerdote abulense no fue el único que se barajó para ocupar el cargo.

De hecho, según ha podido saber Religion Digital tanto en Madrid como en Roma, en la terna enviada a Roma por el Nuncio, Renzo Fratini, figuraba en el primer puesto un nombre realmente sorprendente: José Ignacio Munilla, el polémico y controvertido obispo de San Sebastián.

Sorprendente, porque, en una institución tan jerarquizada como la eclesiástica, rige un estricto escalafón. Hay diócesis de entrada, de ascenso y de término, y San Sebastián pertenece a esta última categoría. Y los obispos que ya ocupan una diócesis de término no ‘pueden’ bajar a otra de inferior rango o de entrada, como es, sin duda, la pequeña, coqueta e histórica diócesis de Plasencia, encajada entra la de Salamanca y la de Coria-Cáceres.

¿No conoce esos entresijos el Nuncio Fratini, un diplomático de la vieja guardia y amigo de Rouco? Por supuesto que sí, pero se vio forzado a introducir el nombre de monseñor Munilla en la terna por indicación directa de Roma. La terna hizo su recorrido habitual y llegó a la Congregación de Obispos, presidida por el cardenal Ouellet.

El prefecto, de origen canadiense pero que habla un buen español tras su paso por Colombia, se quedó sorprendido, al ver el nombre de monseñor Munilla en el primer puesto de la terna. Y tras pedir informes a varios purpurados españoles y consultarlo con las altas instancias, decidió no dar su ‘placet’, por considerar «demasiado humillante» el traslado del prelado de Donosti a Plasencia. Y optó por elegir para el puesto al cura abulense, José Luis Retana.

La ‘jugada’ del Nuncio le pareció sorprendente a Ouellet y a cualquiera que conozca un poco los intríngulis de la jerarquía eclesiástica. Y es que Munilla ya era obispo desde hacía 12 años, tras haber sido consagrado el 10 de septiembre de 2006 obispo de Palencia por el entonces Nuncio de Su Santidad en España, Manuel Monteiro de Castro.

Un obispo, por tanto, con experiencia y recorrido que, de la capital castellana pasó (por obra y gracia del cardenal Rouco, que quería cambiar radicalmente el rumbo social y eclesial de la Iglesia vasca) a obispo de San Sebastián.

Acabar con el legado de Setén y Uriarte

No llegaba con buen cartel. En Palencia ya había hecho de las suyas y se había significado como un prelado ultraconservador y de tintes homófobos. De hecho, el mismo día que tomó posesión de la diócesis donostiarra (8 de enero de 2010), miembros de colectivos y asociaciones Lgtb del País Vasco se concentraron en el exterior de la catedral, para protestar contra su designación, con una pancarta en la que podía leerse «Vuestro cielo es nuestro infierno».

Unos meses antes, cuando se hizo público su nombramiento, los curas casi en bloque se rebelaron y publicaron un comunicado explícito y publico, en el que el 77% de los sacerdotes guipuzcoanos aseguraba que su nombramiento les había causado «dolor y profunda inquietud». Por eso, añadían: «Manifestamos nuestra disconformidad y desaprobación con la intencionalidad y el procedimiento seguidos en el nombramiento de D. José Ignacio Munilla como obispo de nuestra diócesis».

Y, a continuación, enumeraban las razones de este rechazo. Primero, porque, a la hora de elegir al sucesor de monseñor Uriarte, no se les tuvo en cuenta ni se respetó «el sentir de nuestra iglesia diocesana y sus organismo pastorales».

Pero los curas no sólo criticaban el procedimiento, sino también las intenciones que, a su juicio, se buscaban con tal designación. Y es que los sacerdotes guipuzcoanos percibían ya entonces el nombramiento de Munilla como «una clara desautorización de la vida eclesial de nuestra diócesis y también como una iniciativa destinada a variar su rumbo».

Más aún, el comunicado de los curas descalificaba personalmente al nuevo obispo. «Conocemos de cerca la trayectoria pastoral de D. José Ignacio Munilla como presbítero, profundamente marcada por la desafección y la falta de comunión con las líneas diocesanas».

Y esto es lo que más temían los curas de San Sebastián: que el nuevo obispo cambiase «la línea pastoral seguida hasta ahora por la diócesis». Un modelo de Iglesia que los curas simplificaban así: «Una línea pastoral y un estilo eclesial en fidelidad al espíritu del Concilio Vaticano II».

Desgraciadamente, sus temores se confirmaron con creces. El tiempo les ha dado la razón y, en estos años, Munilla ha impuesto su propio modelo pastoral, personalista y alejado del Vaticano II. Un modelo que, durante sus tres primeros años en Donosti, chocó con las fuerzas vivas pastorales, acostumbradas a la dinámica pastoral colegial y corresponsable de sus dos obispos anteriores: José María Setién y Juan María Uriarte.

Cardenal Ouellet

Desde la llegada al solio pontificio de Francisco, el modelo vieja guardia de Munilla choca también frontalmente con las tendencias y las directrices que vienen de Roma y que él se niega a asumir de verdad. Y lo hace con abierto descaro. Simula que está con el Papa, utilizando algunos términos ya clásicos de su pontificado, como ‘Iglesia en salida’ o ‘periferias’, mientras impone un sistema pastoral cada vez más rígido, menos democrático y corresponsable. Por ejemplo, unificando parcelas pastorales en 5 vicarias episcopales.

Con un control férreo sobre personas e instituciones, Munilla consiguió rodearse de un grupo de afines. Unos, procedentes de fuera de la diócesis y de su cuerda. Otros, de dentro, que por ‘tocar poder’ cambiaron de chaqueta. Y algunos que se pliegan, para dar continuidad a la estructura diocesana, aunque no estén de acuerdo con sus planteamientos.

La mayoría clerical discrepante se cansó de luchar, harta de no ver salida a la situación. Una luz de esperanza, una grieta de claridad parece abrirse en la oscura situación de la diócesis donostiarra, tras conocerse que el Vaticano estuvo a punto de mandar a Munilla a Plasencia. Y si a la primera no salió, puede salir a la segunda o a la tercera. Roma parece decidida a recuperar la paz religiosa en San Sebastián, sacrificando a uno de los obispos que más ‘odium plebis’ cosecha.

La contrapartida es que Munilla podría aterrizar en alguna de las diócesis que van a quedar vacantes en un futuro próximo: Ávila, Albacete, Zamora y Salamanca. En todas esas diócesis, siempre tranquilas y serenas, suenan ya las alarmas. Al temor, ya antiguo, de que les pueda caer el ‘aparcado’ Martínez Camino, se une ahora el del eventual traslado de Munilla. Aunque cabría otra solución: que ambos renunciasen al episcopado por el mayor bien de la institución a la que dicen servir. Mientras tanto, San Sebastián sufre y llora en silencio y, de vez en cuando, lanza algún grito al cielo romano.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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