No es Blázquez un hombre de rupturas, como tampoco las quiere Francisco. Es alguien querido por todos los obispos, y que sin duda hará un buen papel en la nueva etapa
(Jesús Bastante).- Se confirmaron los pronósticos, y Ricardo Blázquez ya es, oficialmente, presidente de la Conferencia Episcopal. El actual arzobispo de Valladolid, que ya presidió la Casa de la Iglesia entre 2005 y 2008, sucede al cardenal Rouco. Conciliador, afable y querido por todos, Blázquez refleja la nueva cara de la Iglesia de Francisco. Pero, ¿quién es Blázquez?
En la primera votación, en la que ejercieron su derecho a sufragio 79 obispos, Blázquez obtuvo 60 votos, Osoro 10, Asenjo 5, Del Río 2, Omelia 1 y Blanco 1.
«Es inteligente, humilde y conciliador«, afirman desde su diócesis, donde el nuevo presidente del Episcopado recaló mañana hará cuatro años, tras su difícil paso por Bilbao. El «tal Blázquez» (Villanueva del Campillo, ávila, 1942), como lo denominó en su día Xabier Arzalluz, ha ido dejando un buen recuerdo en todas las diócesis que ha pastoreado: Santiago (donde fue auxiliar de Rouco), Palencia, Bilbao y ahora Valladolid.
Su buen hacer y su capacidad para conversar, escuchar y tratar de llegar a acuerdos se vio especialmente durante su etapa en Euskadi, donde Blázquez supo hacerse querer entre la mayoría del clero, netamente nacionalista, y dejó muestras del modelo de reconciliación que, hoy, tan necesario parece para la sociedad vasca.
La Santa Sede también cayó en la cuenta de la capacidad de Blázquez, y Benedicto XVI le encargó parte de la investigación a los Legionarios de Cristo, y posteriormente la visita al Regnum Christi, donde favoreció la independencia de la rama laica de la Legión, que hoy ya es una realidad.
En la Conferencia Episcopal, Blázquez fue el encargado de suceder al cardenal Rouco en un período especialmente difícil, tras la muerte de Juan Pablo II y la ascensión al poder, en nuestro país, del Gobierno Zapatero. Los obispos no renovaron la confianza en el cardenal de Madrid, que se sintió traicionado por Ricardo Blázquez y mantuvo, durante tres largos años, un «gobierno en la sombra» desde la sede del Arzobispado de Madrid.
Durante la etapa de Bláquez como presidente -con Cañizares de vicepresidente-, el cardenal Rouco promocionó las famosas manifestaciones contra el matrimonio gay y Educación para la Ciudadanía, en las que por primera vez participaron obispos, así como las concentraciones en la plaza de Colón, siendo la primera de ellas (2007) especialmente utilizada como ariete político en contra del gobierno socialista.
Blázquez no participó en ninguno de estos actos, y logró llegar a acuerdos históricos para la Iglesia, como el incremento al 0,7% de la casilla de la Renta y la renuncia de la institución al complemento del IVA.
Con todo, la influencia del cardenal Rouco mediatizó el gobierno de Blázquez, que, por talante, no tenía el peso del arzobispo de Madrid. El nuevo presidente del Episcopado no supo imponer su modelo en el seno de la Conferencia Episcopal, donde ya campaba a sus anchas Juan Antonio Martínez Camino. Y, en 2008, poco antes de las elecciones generales, Rouco regresó a la presidencia.
Ricardo Blázquez fue el único presidente en la historia reciente de la CEE en no ser renovado en su cargo, y los obispos le «debían una». Desde entonces, ha sido votado masivamente como vicepresidente -lo fue en 2008 y 2011-, y ahora, como presidente.
El propio Francisco ya señaló, si bien implícitamente, a Ricardo Blázquez cuando lo recibió en audiencia con motivo de la Visita Ad Limina. Blázquez fue el único prelado con el que el Papa departió individualmente sobre problemas políticos y sociales de toda España, desde el paro al modelo de obispos, quedeben «estar muy cerca de las personas y de las periferias», porque «un pastor no se puede dedicar a peinar a las cuatro ovejas que le han quedado en el redil mientras el resto del rebaño está fuera del aprisco y medio perdido. Es necesario salir a buscar el resto del rebaño, aunque eso supone correr riesgos».
Bergoglio no daba nombres, pero tampoco puntadas sin hilo. Y la figura de Ricardo Blázquez es, sin duda alguna, una de las principales para el futuro de la Iglesia española. Por varias razones: por su bondad, por su capacidad de diálogo, por su perfil de pastor y de hombre de consenso, y por su experiencia (tanto en Bilbao como en el caso de los Legionarios hizo gala de su bien hacer y de sus talentos para la escucha y la búsqueda de acuerdos).
No es Blázquez un hombre de rupturas, como tampoco las quiere Francisco. Es alguien querido por todos los obispos, y que sin duda hará un buen papel en la nueva etapa -ciertamente de transición, hasta que el relevo en el episcopado español se vaya haciendo efectivo- que se nos avecina, sin el cardenal Rouco Varela.
No es Francisco hombre de nombres, pero sí de estilos. Y el de Blázquez encaja perfectamente con la nueva dinámica. Como también los de Carlos Osoro y Juan del Río, los otros dos nombres que ayer sonaron con fuerza en la votación de sondeo. Los tres llamados a liderar la Iglesia española de un futuro que se presenta menos sombrío y más dialogante.