Motivados por el P. Arrupe, los jesuitas comprendimos mejor que el servicio a la fe es inseparable del diálogo cultural y de la promoción de la justicia
(Jesús María Alemany, sj).- Recibo la designación de Aragonés de Honor con alegría y modestia. Pareciera decir que mi trayectoria vital y mi trabajo honran a Aragón. Pero es al revés.
Yo siento como un honor el reconocimiento generoso de El Periódico de Aragón, cuando ve en mí un esfuerzo en busca de valores como la igualdad, el entendimiento, la convivencia. Muchas gracias por vuestra sensibilidad, querido director y comité de redacción de El Periódico de Aragón, al que deseo éxitos en la comunicación para bien de todos. La buena comunicación es una piedra angular en la casa de la paz.
En mi designación se resaltan, como instrumentos de mi compromiso social, el Centro Pignatelli y el Seminario de Investigación para la Paz. Los tengo muy presentes en este momento. Motivados por el P. Arrupe, los jesuitas comprendimos mejor que el servicio a la fe es inseparable del diálogo cultural y de la promoción de la justicia. Es lo que la Compañía de Jesús ha procurado proyectar en estas dos veteranas instituciones aragonesas. Quiero compartir mi distinción con los equipos del Centro Pignatelli y del Seminario de Investigación para la Paz, que han acumulado la plusvalía de capacidad, rigor, tesón e ilusión de decenas de hombres y mujeres de todas las profesiones. El galardón es para todos ellos.
El Seminario para la Paz, «cuya labor -según reza en la concesión- nos parece no sólo encomiable sino imprescindible», dirigido hoy por Carmen Magallón, cumple 30 años. Comenzamos, a petición del primer Gobierno de Aragón, en 1984, en plena Segunda Guerra Fría, cuando un escalofrío de terror nuclear recorría Europa, y buscábamos alternativas a la demencial estrategia de la Mutua Destrucción Asegurada. Con el apoyo de las sucesivas Instituciones Públicas de Aragón de diversos signos políticos, hemos permanecido en el trabajo para la paz, ya no movidos por aquel terror sino porque la paz es lo único verdaderamente humano. La paz es una cultura, la debemos cultivar entrañablemente, cada día y en cada escenario, por todos nosotros, no es una cosa sólo de expertos.
En estos 30 años se ha ensanchado el concepto de paz. El sociólogo noruego Johan Galtung nos enseñó a concebirla no en relación a la ausencia de guerra, sino a la ausencia de violencia. La violencia es un triángulo. Además de la violencia directa, como la guerra o el terrorismo, otros dos ángulos son la violencia estructural y la violencia cultural. Estructuras de pobreza, hambre, desigualdad, exclusión, violación de derechos humanos, no son paz. Cultura de odio, intolerancia, diálogo imposible, miedo, no es paz.
Permítanme la confianza de terminar mi agradecimiento a todos ustedes con una invitación a la correponsabilidad, en un mundo mercantilizado. Lo haré con palabras del papa Francisco esta misma semana en Palestina: «La paz no se puede comprar, no se vende. Es un don que hemos de buscar con paciencia y construir artesanalmente mediante pequeños y grandes gestos de nuestra vida cotidiana».
Amigas y amigos, con humildad y alegría, muchas gracias.