Lucía, espléndido, el sol en la capital de España. Un escenario muy diferente a lo acaecido veinte años atrás, cuando una tromba de agua recibía al entonces joven arzobispo Antonio María Rouco Varela
(Jesús Bastante).- «Aquí os presento al nuevo arzobispo que presidirá la diócesis de Madrid». El Nuncio de Su Santidad, Renzo Fratini, presentó a Carlos Osoro, desde la plaza de La Almudena, a los fieles que se agolpaban entre el templo y el Palacio Real. Minutos antes, el ya arzobispo de Madrid llegó en el auto oficial de la Nunciatura, junto a Fratini y a su antecesor en el palacio, el cardenal Manuel Monteiro de Castro. Al fondo les esperaba el cardenal Rouco, los obispos auxiliares de Madrid y el cabildo catedralicio al completo. Suenan las campanas a fiesta.
Lucía, espléndido, el sol en la capital de España. Un escenario muy diferente -lo que daría para una metáfora inmejorable, pero hoy no es el día- a lo acaecido veinte años atrás, cuando una tromba de agua recibía al entonces joven arzobispo Antonio María Rouco Varela. Nada más descender del coche, Osoro miró a su alrededor y sonrió, satisfecho: los fieles -que se mezclan con unos turistas confundidos, que pensaban que aquella celebración era la fila para entrar al Palacio Real, pero que se suman a la fiesta- le recibían con alegría, aplausos, sonrisas.
«¡Hola, al final has venido!», dijo a un joven matrimonio con el que se encontró en su breve paseo. Se detuvo en tres ocasiones para abrazar a conocidos. Nos vio, y nos sonrió y saludó. Osoro se dio la vuelta hasta en tres ocasiones para saludar y bendecir a los presentes, antes de subir las escaleras de la catedral y encontrarse con el cardenal Rouco, proceder a la tradicional procesión por el templo y entrar, por primera vez, en la sacristía de la que ya es su catedral.
Y que ya visitó anoche, para comprobar que todo estaba bien y para sorprenderse por el hecho de que el obispo tuviera una sacristía propia dentro de la sacristía. Cosas que cambiarán a partir de hoy.
Dentro le esperaba todo el mundo. Seis cardenales, 60 obispos, más de un millar de sacerdotes, autoridades del ámbito político, económico y militar del Estado, la comunidad de Madrid y el Ayuntamiento. También de las regiones donde fue pastor -Cantabria, Galicia, Asturia y Valencia-.
La última en llegar al templo fue una despistada Ana Botella, que se empeñó en entrar por la zona reservada a los eclesiásticos, pero fue reconducida por un eficiente -y sonriente- Andrés García de la Cuerda, uno de los grandes apoyos de Osoro en estos primeros días.
Acompañamos al cardenal Sebastián, que venía solo, caminando, y sin saber a qué puerta dirigirse. Nos cuenta que el reciente Sínodo «ha sido muy interesante, un espacio de debate y de libertad, que ha creado muchas expectativas, y eso es bueno«. Y nos confiesa que el Papa «está contento por lo que está pasando».
En la puerta se junta con don Carlos, el obispo anglicano, muy contento por participar en la ceremonia y al que una enfermedad que le ha quitado la visión del ojo derecho no ha mermado el ánimo. «Hay muchas cosas por hacer», nos cuenta.
El auto de Osoro llegó a la explanada de la Almudena escoltado por la Policía y por varias decenas de voluntarios, pero no hizo falta. El nuevo arzobispo de Madrid es un hombre acostumbrado a la gente, no le asustan estrechar las manos o detenerse, en plena procesión de entrada al templo, a saludar a una anciana de su pueblo, de Castañeda, que ha venido -como todo un autobús, comandado por el genial Lito- para acompañarle.
Decenas de personas también han venido a ver la entronización de Osoro desde Oviedo, Ourense y especialmente Valencia. Para contemplar este momento en el que el Nuncio lee las cartas apostólicas, y Carlos Osoro recibe el testigo del cardenal Rouco. Una nueva etapa comienza. «El peregrino», ya está en Madrid.