Sospecha que Miguel Rosendo, a pesar de haber sido destituido, continua “velando” por las monjas
(José Manuel Vidal).- María (nombre ficticio) es la madre de una de las supuestas monjas o consagradas de la asociación Orden y Mandato de San Miguel Arcángel, fundada por Miguel Rosendo, destituido recientemente por el obispado de Tui-Vigo a causa de «irregularidades morales». Está muy preocupada por las noticias que le llegan por los medios. Teme por su hija. Y, además, se queja de la total opacidad tanto de lo que queda de la Asociación (que sigue existiendo y funcionando en El Escorial) como del obispado de Tui-Vigo, donde sólo le dan buenas palabras pero ninguna información.
«Nadie nos dice nada a los padres. Ni la Iglesia ni la superiora de la comunidad. No me cogen el teléfono. Estoy tan preocupada y angustiada que llamo sin parar, a todas horas. Y no se dignan cogerme el teléfono. Ya no sé que hacer. Si continúan sin levantar el teléfono, tendré que irme en coche hasta el Escorial y ver qué pasa con mis propios ojos», explica desolada.
Y, como en un grito que le sale del fondo del alma, asegura: «Que alguien de la Iglesia nos ayude. Esto es inhumano. Esto no se hace con nadie y menos con una madre. No hay derecho a que, con todo lo que está saliendo en los medios de comunicación, hayan impuesto a las chicas la ley del silencio más absoluto y no sepamos nada de lo que está pasando. Esto, para nosotros, es un infierno diario. Si no me llaman, cogeré mi coche y me plantaré en El Escorial. Ya no aguanto más».
De hecho, María llegó a llamar a la Guardia Civil de El Escorial y «me dijeron que, si quería, mandaban una patrulla al chalet, a preguntar por mi hija. Pero les dije que no, por miedo a que tomen represalias contra ella». Pero María, a veces, se pone en lo peor: «Mi cabeza no para y hasta pienso que se las pueden llevar fuera o hacerlas desaparecer y yo no tengo con quién contactar».
De hecho, además del teléfono del chalet de El Escorial, que no le cogen, María guardaba un par de teléfonos más «de los que ellos llamaban ‘servitas'», personas dedicadas a servir y ayudar a la comunidad. «Desde hace unos días esos teléfonos ya no funcionan y sus whatsApp están desactivados», explica.
Pasados unos días y ante el silencio de la asociación, María se cogió un coche y se plantó en el chalet de las miguelianas. «Llamé a la puerta y no querían dejarme ver a mi niña, pero puse el grito en el cielo, les dije que iría a la Guardia Civil o al obispo y, al verme tan decidida, accedieron. Y salió mi hija, pero no pude hablar a solas con ella, como había pedido, sino acompañada de dos superioras: la madre Iris y la madre Lorena«.
En el porche del chalet recibieron a María, que les dijo: «Quiero saber toda la verdad sobre lo que está pasando». Las monjas trataron de quitar hierro a la situación y le dijeron que el cardenal Rouco, antes de irse, les había prometido oficializar su situación eclesial, pero que, al final, no había podido hacerlo. La hija de María con una sonrisa forzada añadía: «Tranquila mamá, estoy bien».
Pero ella no terminaba de fiarse y planteó la cuestión abiertamente: «¿Y qué me dicen de ese pinta, de ese tal Miguel, que dice ser enviado de Dios y de San Miguel? Porque estoy segura de que sigue estando por aquí cerca»
Las guía un sacerdote
Las hermanas no sabían qué contestar. Fue la hija de María la que le dijo: «Mamá, yo no me he acostado con nadie. Y, conmigo, que ni lo intente. Miguel sólo nos enseñó cosas buenas». Repuestas de la sorpresa ante una pregunta tan directa, una de las superioras intentó explicar a María que ya no forman parte de Orden y Mandato. «Nos hemos salido y hay un sacerdote que, en nombre del obispado, nos está guiando. De todas formas, no haga caso a lo que se cuenta sobre Miguel: son inventos de los periodistas».
El cura en cuestión se llama padre Juan Luis. Contactado por Religion Digital, el sacerdote madrileño se puso a la defensiva y nos remitió al nuevo arzobispo, monseñor Osoro, que acaba de aterrizar en el arzobispado, con cajas destempladas: «¿Quién le ha dado mi teléfono? No tengo nada que decirle y, menos, en estos momentos de acoso mediático».
Sin explicaciones oficiales de ningún tipo, María está convencida de que las ‘miguelianas’ «siguen queriendo a Miguel como a un dios. Se les nota que lo adoran«. La madre de la chica sospecha incluso que el coche negro que estaba allí aparcado el día de su visita podría ser del propio Miguel. Pero no puede demostrar nada. Y, además, después de una hora de conversación tirante, la despiden sin más.
Y la madre se abraza a su hija que le dice: «Mamá, estoy bien. Estoy segura de que mi vocación es ésta. Yo tengo mucha fe». Y María vio en sus ojos una actitud de decisión mezclada con miedo. Y regresó a su casa con el corazón encogido. «Le han lavado el cerebro y yo no puedo hacer nada«. Y lo peor, para ella, es que ya no podrá volver a verla hasta dentro de cuatro meses.
Por eso, pide auxilio y ayuda especialmente al nuevo arzobispo de Madrid, Carlo Osoro. «Ya sé que acaba de tomar posesión y quizás no sepa nada del tema. Le pediría, por favor, que con urgencia se informe y nos diga algo a los padres: Si siguen siendo una comunidad religiosa, quién las está llevando, si hay algún cura que sea su capellán y, en definitiva, si podemos estar tranquilos los padres, sabiendo que están acogidas por la Iglesia de Madrid».
El chalet de la Carretera de la presa, 46
Y es que, por el momento, las 21 miguelianas del Escorial están en una especie de limbo canónico. Con el fundador destituido, siguen siendo una asociación pública de fieles reconocida solamente en la diócesis de Tui-Vigo. Pero, ahora mismo, están viviendo en Madrid.
«Han escapado de Vigo y han venido al chalet de El Escorial como medio escondidas», cuenta María. De hecho, desde que en el mes de abril llegaron a El Escorial han dejado el hábito azulón y amarillo (por el que se las conocía como las pitufas en Galicia). «Primero se pusieron un traje azul marino, como de azafatas, con una cruz y un pin y sin toca, con el pelo cortito, porque se lo obligan a cortar cuando entran».
Pero últimamente hasta dejaron de llevar ese traje y visten de chandal con una crucecita de madera muy pequeña. «Creo que para pasar más desapercibidas, disimular y que nadie las reconozca ni delate su presencia. Pero, al tener que vivir medio ocultas, no pueden salir ni hacer nada. Están quemando sus vidas. Sólo salen para ir a misa a las Carmelitas de la Caridad y nada más».
María cuenta que las 21 miguelianas viven en un chalet de la carretera de la Presa, en el número 46. Se trata de una casa grande de piedra, que «debe tener por lo menos 10 habitaciones, muy bien amueblada, con patio, porche y jardín». A su juicio, debe ser de una familia rica, que se lo ha alquilado a las miguelianas. «¿Y quién paga el alquiler de una finca así que tiene que ser muy cara? Porque ellas no trabajan ni hacen nada», pregunta María, llena de sospechas.
«El Tal Miguel sigue metido en la asociación»
Su niña «migueliana» tiene más de 20 años (acordamos no dar demasiados detalles sobre ella, para prevenir eventuales represalias) y lleva unos cuantos en la organización. «Desde pequeña quiso ser monja y optó por esta asociación, porque las vio cantar en la JMJ de 2011 y le gustaron«.
«Desde entonces comenzó mi calvario y mi desazón. Nunca me gustaron, sobre todo él, al que llaman Padre. No sé por qué, dado que no es cura, sino un simple laico. Pero se dirigen a él con veneración y él, a través de la superiora Madre Lorena, es el que dirige todo el cotarro», explica María.
«Me da la sensación, aunque no puedo probarlo, que el tal Miguel sigue metido en la organización. Porque me consta que está en Madrid y que las va a ver a menudo», explica. Asegura que, tras su destitución por parte de Luis Quinteiro, el obispo de Tui-Vigo, el «padre» se vino con las 21 monjas miguelianas, que se trasladaron al chalet de El Escorial. Allí siguen viviendo en comunidad. Y, como le susurró su hija en la última visita que le hizo, «nuestro padre se tuvo que ir de Vigo, no podemos hablar sobre eso, no digas nada, pero sí que lo vemos y sigue velando por nosotras».
A María le indigna sobremanera que su hija y las demás miguelianas llamen «nuestro Padre» a Miguel Rosendo. «Hablan de él y se dirigen a él como si fuera un enviado de Dios. Es algo demencial. En muchas ocasiones, mi hija me dice: ‘Nuestro padre habla con el ángel y, después, nos dice lo que tenemos que hacer'»
Y, para terminar, vuelve a lanzar un SOS al arzobispo de Madrid: «Pido a monseñor Osoro que intervenga cuanto antes. Los familiares tenemos derecho a que, cuando menos, nos informen. La cosa no huele bien. Vi a mi hija triste y desanimada. Y eso me duele en el alma, porque siempre ha sido como un cascabel de alegre y extrovertida. ¿Qué le está pasando, qué le están haciendo?»