Monseñor Quinteiro confiesa a una migueliana en público: “Yo sé que Miguel es inocente, pero hay que probarlo”
(José Manuel Vidal).- El día de la lotería, con el líder en la cárcel, los miembros de la asociación dispersos y obligados al silencio y con un decreto sin base canónica sólida. Así le dio la puntilla el obispo de Tui-Vigo, Luis Quinteiro, a la asociación ‘Orden y Mandato de San Miguel Arcángel’. Tras una campaña perfectamente orquestada a nivel mediático, social y eclesial por el capellán de la asociación.Y eso que, cuatro meses antes, el obispo había confesado a una migueliana que estaba convencido de la inocencia de Miguel Rosendo, el fundador de la asociación.
¿Quién está detrás de esta «lapidación» eclesial? ¿Cuáles son las claves ocultas del ascenso y la caída de esta asociación católica, a la que apoyaron y exhibieron en casi todas las diócesis gallegas? ¿Cómo pudo pasar Miguel Rosendo de santo a diablo en pocos meses?
Según los canonistas consultados, el decreto de supresión de Orden y Mandato, firmado por el obispo Quinteiro, peca de varios defectos de fondo. El más llamativo es que suprime la asociación (con los 26 miembros que seguían formando parte de ella, tras la destitución de su líder, Miguel Rosendo) por un supuesto «escándalo» mediático provocado por los que se «dieron de baja a raíz del nombramiento del comisario» diocesano.
Es decir, el obispo hace pagar a los 26 justos por los ‘pecadores’ que se fueron con Miguel Rosendo. Con la agravante de que los que se fueron no pudieron dar escándalo alguno, porque ninguno de ellos (ni siquiera el propio líder de la asociación) habló o compareció ante los medios. Todos, absolutamente todos guardaron por obediencia al obispo un silencio exquisito, que ni siquiera rompieron después del decreto de supresión del prelado gallego.
Un decreto de disolución lanzado, además, en plena investigación canónica y civil de la asociación y que deja a ésta sin capacidad de respuesta, al encontrarse descabezada y pendiente del proceso judicial de su líder.
Además, según los expertos, se trata de un decreto que tira piedras contra el propio tejado de la Iglesia. Si la asociación es escandalosa y su líder un pecador público (y está por ver si un delincuente), ¿por qué fue aprobada por la misma diócesis que ahora la condena? ¿Por qué se la dejó funcionar y, más aún, se la apoyó y se la bendijo desde 2003 como asociación privada de fieles y, desde 2009, como asociación pública de fieles?
En su decreto, el obispo sólo aduce razones de escándalo mediático para la disolución de la asociación. No parece motivo suficiente, al menos canónicamente. La Legión de Cristo provocó un escándalo mediático de dimensiones mundiales y durante más de una década. Y, sin embargo, la Iglesia no la disolvió y ni siquiera condenó a su líder, Marcial Maciel, al que simplemente obligó a retirarse a un monasterio a rezar y hacer penitencia por sus numerosos pecado comprobados.
Por otra parte, los medios de comunicación llevan meses hablando abiertamente de una «secta», para referirse a la asociación de Miguel Rosendo. Si así fuese, ¿de quién es la responsabilidad de haber aprobado, apoyado y mimado durante más de 10 años a la secta ‘Orden y Mandato’?
El capellán oficial, hasta hace unos meses, de ‘Orden y Mandato, Isaac de Vega, miembro de la Hermandad sacerdotal de la Santa Cruz, asociación de sacerdotes vinculada al Opus Dei, fue el máximo responsable espiritual de la organización durante más de siete años. ¿Sólo ahora descubrió los desmanes de Rosendo? Y lo mismo podría decirse del obispo de la diócesis, monseñor Quinteiro, y de su antecesor, monseñor Diéguez, que, de ser ésta una secta, no cumplieron con su deber «in vigilando».
Durante la última década, ‘Orden y Mandato’ no sólo gozó de todo el aval eclesial de la diócesis de Tui-Vigo, sino también de otras muchas de Galicia. Por ejemplo, en Santiago de Compostela, se ocupaban de la organización y de la seguridad de muchas de las peregrinaciones y actos de la catedral. En Lugo, en Mondoñedo y en Orense eran asiduos invitados a charlas, conferencias y retiros espirituales.
Concretamente en Orense, se organizaron varios encuentros con los seminaristas mayores y el actual obispo, monseñor Lemos, alabó su labor y se fotografió con varias de las hermanas de la asociación, que, de hecho, contó, durante todos estos años, con todos los parabienes de los delegados para la vida consagrada de las diócesis gallegas.
El capellán y el obispo, máximos responsables de la lapidación eclesiástica
Conocedores de los entresijos de la diócesis de Tui-Vigo aseguran que la campaña de acusaciones y desprestigio contra la asociación partió y fue pilotada en sus más mínimos detalles por el ex capellán de ‘Orden y Mandato’, Isaac de Vega. Dicen que el cura del Opus, capellán también de la cárcel de A Lama, quiso controlar a los miguelianos. La asociación era un auténtico caramelo eclesiástico. En tiempos de sequía creyente, llegó a tener más de 400 fieles, más de 30 consagradas, unos 20 consagrados y 4 seminaristas.
De hecho, uno de esos seminaristas, Telmo Lago fue ordenado sacerdote por el propio monseñor Quinteiro, el día 6 del pasado mes de julio, en la catedral de Vigo. Tres meses después, el prelado decapitaba a la asociación de la que surgían también vocaciones sacerdotales. ¿Frutos buenos de un árbol malo?
En todo caso, una asociación que producía frutos abundantes. Por eso, Isaac de Vega quiso adueñarse de todo ese capital religioso, para traspasarlo a la Obra. Durante años, fue convirtiendo la asociación de Miguel en una especia de delegación del Opus Dei. Desde la doctrina de fondo, hasta los detalles externos. Por ejemplo, les convenció para que comulgasen de rodillas o para que llamasen «padre» a Miguel, al más puro estilo de los seguidores de San Josemaría.
Sólo faltaba dar un paso. Y el capellán, hasta entonces reverenciado y hasta temido por los miembros de la asociación, planteó a Miguel Rosendo el ultimátum: «O pitáis (sinónimo de entrar en la Obra) u os corto la cabeza, iré a degüello y no quedará ni uno de vosotros».
Y como los miguelianos no se plegaron a sus deseos, el cura puso en marcha su plan, que surtió efecto en un tiempo récord y con una campaña mediática perfectamente engrasada. Para eso se valió de un dossier de 11 páginas con todas las supuestas «fechorías» de Miguel Rosendo, en el que recogía sobre todo sus «pecados» de juventud, cuando ejercía la videncia y antes de convertirse.
Y lo hizo llegar a monseñor Quinteiro, al Nuncio y a las autoridades eclesiásticas españolas, amén de filtrarlo, a través de uno de sus amigos madrileños con cargo de delegado, al portal Infovaticana, dirigido por Gabriel Ariza, hijo de Julio Ariza, presidente de Intereconomía y vinculado, desde siempre, al Opus Dei.
Los medios reaccionaron al unísono ante un caso que presentaba todos los ingredientes del máximo morbo: videncia, ritos satánicos, manejo de dinero y abusos sexuales en una asociación católica y aprobada por la Iglesia. Todos los medios tragamos la versión difundida por el ex capellán, sin intentar en absoluto reflejar la otra cara de la moneda (hasta ahora) y sin dar la palabra a los acusados. Éstos, por su parte, tampoco dieron facilidades y no se asomaron a los medios por obediencia al obispo, que les había advertidos: «Calladitos».
El paso siguiente fue el acoso mediático al líder defenestrado y a las monjas miguelianas, que se habían trasladado a Madrid, para intentar refundar la asociación. Entre otras cosas, porque habían recibido la promesa de ser aprobadas, tanto en Madrid, por parte del cardenal Rouco Varela, como en Roma.
Los acontecimientos se disparan con la salida de Rouco del arzobispado, por la presión mediática y por las sucesivas comparecencias de algunos padres descontentos con Miguel. Dirigidos en la sombra por el ex capellán, que les conecta con una asociación de detectives próxima a la Obra, le encargan una investigación que, después, ofrecen a los medios en sucesivas ruedas de prensa.
Mientras, los 300 miembros que están a favor de Miguel y que siguen proclamando su inocencia continúan de brazos cruzados y paralizados por el miedo y la presión social, que los ha demonizado a todos. Tanto es así que, en el rehabilitado monasterio de Vilariño, donde vivían las monjas, aparecieron pintadas y algunos pasaban con el coche por delante gritando: «Casa de putas, ¿cuánto cobráis?»
Quinteiro proclama la inocencia de Miguel Rosendo
La Justicia civil dirá si Miguel es culpable o inocente. Según los abogados que conocen el caso, será muy difícil que lo condenen por abusos sexuales. Pero sí podrían condenarlo por delito fiscal y enriquecimiento ilícito a una pena de 7 años de cárcel. Una condena a la que contribuye la propia Iglesia con el decreto de disolución firmado por el obispo.
Y eso que, según cuentan, algunos simpatizantes de los miguelianos, monseñor Quinteiro Fiuza siempre creyó en el carisma de ‘Orden y Mandato’ y en la inocencia de su fundador. De hecho, en una visita que el prelado gallego hizo, el pasado mes de agosto, al geriátrico de Santa Marta de Vigo, que regentan las Hermanitas de los ancianos desamparados, se topó por casualidad con una señora de la limpieza, que pertenecía a ‘Orden y Mandato’. Al pasar a su lado, el obispo le extendió la mano para que le besara el anillo. Y la mujer, nerviosa e indignada, le dijo:
-«Monseñor, no es digno de llevar ese anillo. Lo que está haciendo con ‘Orden y Mandato’ es una injusticia y usted lo sabe. Ese pecado le va a llevar al infierno»
Y se fue corriendo, a llorar a los servicios, presa de un ataque de ansiedad. Lloraba y gritaba tanto y tan desconsoladamente que la superiora del geriátrico le pidió a monseñor Quinteiro que, por favor, se acercase a consolarla. Y allí se fue Quinteiro, vestido de obispo, a consolar a la mujer a los servicios del geriátrico. Y allí le dijo ante varios testigos presentes:
-«Yo sé que Miguel es inocente, pero hay que probarlo»
Cuatro meses después y sin darle oportunidad de defenderse, Quinteiro Fiuza le asesta a Miguel Rosendo el golpe de gracia eclesial y disuelve su asociación. Y, además, le entrega su «cabeza» en bandeja de plata al juez del caso.