Los grandes cambios globales necesitan venir precedidos de una transformación de la persona
(José M. Martínez Castelló).- Hoy 5 de mayo, se han cumplido los 125 años de la publicación de «Rerum novarum» de León XIII. Y para celebrarlo, el Colegio de la ciudad de Valencia Sagrada Familia, Patronato de la Juventud Obrera, ha concluido su ciclo de Doctrina Social de la Iglesia en torno a la Encíclica del Papa Francisco Laudatio si, con una ponencia del profesor y filósofo D. Agustín Domingo Moratalla con el sugestivo título «Laudatio SI. De la jungla global a la casa común. Educar para un desarrollo integral».
La ponencia ha comenzado con una pregunta inquietante para toda persona que anhele la justicia con un mundo más humano y mejor: «¿Cómo pasar de un mundo entendido como jungla desde la escuela, la familia, la empresa a un hogar?». Esta es la pregunta que ha subyacido en toda la charla. Francisco recupera la idea de que nuestro mundo tiene que entenderse como casa común, para llevar a cabo las transformaciones económicas, éticas y sociales necesarias para hacer posible la justicia social. En nuestro mundo el más fuerte todavía sigue teniendo la última palabra, y desde el evangelio se nos recuerda siempre la prioridad de los sin voz; recordemos que ellos son los destinatarios privilegiados del mensaje de salvación de Jesús. Para hacerlo se necesita acudir a lo que el Papa califica de ecología integral.
Lo sorprendente de la enseñanza de Francisco es que los grandes cambios globales necesitan venir precedidos de una transformación de la persona. La educación se muestra como la pieza clave de este cambio y camino. Desde esta ecología integral la tarea educativa se convierte en prioritaria. Por ello debemos pensar qué diferencia encontramos ante esta prioridad y la posición que ocupa la educación en los debates políticos. En un mundo lleno de complejidades inmensas, la tarea educativa es fundamental para descifrar los signos de los tiempos y así saber situarse y encontrar sentido a la vida.
Sólo desde una comprensión del mundo podemos hallar la posibilidad y el compromiso de transformarlo. Ahora bien, la encíclica nos avisa de la dificultad de dicha tarea por la cultura de desarraigo que vivimos, especialmente la juventud. La crisis familiar y de valores que vivimos radica en esta situación. «Sólo podremos luchar contra la despersonalización si encontramos un horizonte de sentido que hoy hemos perdido», ha afirmado Agustín Domingo en un momento de la ponencia.
Este urgencia ética, de cambio personal para la construcción de la casa común parte de una necesidad etimológica. Economía, ecología y ética parten de la misma raíz que clama por el cuidado de lo que nos rodea, el cuidado de nuestras relaciones con los demás, no como meros productos de consumo o de meros clientes, sino como personas. Por esta razón la ética tiene tanta importancia en el magisterio de la Doctrina Social de la Iglesia. Sin embargo, la globalización actual está alimentando una dinámica que dinamita todo ethos que transforme el universo personal. Francisco no se cansa de señalar que estamos ante una cultura de la diferencia y el descarte.
Estos contra valores son los que tienen que ser combatidos en el ámbito familiar y en la escuela. Pero ahí radica el problema porque la escuela y la familia están sufriendo una desorientación radical, dos instituciones que están viviendo este cambio de época en sus propias carnes. Sin la presencia de la familia y la escuela no podemos hablar de justicia social, de humanizarnos y ser mejores. He ahí el desafío. Por esta razón Francisco está hablando de la emergencia educativa que Benedicto XVI insistía una y otra vez.
El profesor Domingo ha trazado las diferencias entre los tres tipos de ecología que existen. En primer lugar, encontramos la ecología superficial que es aquella que continúa pensando en las bondades del sistema económico e industrial actual pero que para lavar su conciencia «crea todo un negocio respecto a lo VERDE». Vende el etiquetado verde, los coches híbridos silenciosos, el afán por reciclar en familia… Por otra parte encontramos la ecología profunda que afirma y defiende la necesidad de fundirnos con el cosmos, con la tierra. Estamos, por ello, ante una ecología, ha subrayado el ponente, «bio-céntrica, donde el hombre no es el centro, no es la persona, sino la vida».
La ecología integral es la propuesta de Francisco donde se funde el concepto de persona con el de familia humana. Desde esta podremos hallar la posibilidad de plantearnos la justicia social. Estamos, pues, ante «antropocentrismo corregido, ya que afirma la descentración del yo, la limitación de la autonomía y la necesidad de ver al otro como carne de mi carne y sangre de mi sangre». Esta perspectivas va más allá de la creencia de que tanto la ciencia, la técnica y la política son las únicas vías solución a la justicia en el mundo. Tenemos que incluir otra: la esperanza. Una esperanza en el hombre, en sus posibilidades; posibilidades que vienen generadas por el espíritu que imprimen las religiones en la vida de las personas. Aquéllas inoculan en el ser humano el motor y aquello que mueve a las personas a actuar de una determinada forma.
¿Cómo hacerlo? «Dando Testimonio de lo mejor de uno mismo desde la apasionante y compleja tarea de Educar. Educar es un acto de esperanza a pesar de los pesares». Sólo con pasión, vocación y exigencia podremos situarnos de forma digna y humana ante el enigma del libro de la vida. En definitiva, la Laudato Sí es una invitación a ser mejores, no por nuestro mérito, sino porque nos han amado, el primero nuestro Padre de carne y hueso: Cristo.