El transexual que fue recibido por el Papa Francisco presentó en Madrid "El despiste de Dios"

Diego Neria: «Después de ver al Papa, salí con la cabeza bien alta. Escucho misa y comulgo. Leed entre líneas…»

"Entre los obispos, hay una minoría muy dañina, un brazo armado anclado en el pasado y basado en el miedo"

Diego Neria: "Después de ver al Papa, salí con la cabeza bien alta. Escucho misa y comulgo. Leed entre líneas..."

La iglesia que se llama Bergoglio, que se llama padre Ángel, la iglesia que está al pie del cañón y no separando, la iglesia que está acogiendo y no juzgando. Ésa es la iglesia que yo he querido siempre

(Jesús Bastante).- «Leed entre líneas». La mirada de Diego Neria se ilumina cuando habla del Papa Francisco. El transexual español que fuera recibido por Bergoglio en Santa Marta junto a Macarena, su otra mitad, refleja su experiencia en «El Despiste de Dios» (Tropo). Sin armar ruido, pero contando su verdad, y defendiendo su lugar como seguidor de Jesús en una Iglesia en la que, desgraciadamente, muchos de sus pastores continúan haciendo «un daño brutal».

-El despiste de Dios, cuadernos de viaje de un hombre que nació mujer… Así se llama tu libro. ¿ Por qué el despiste, por qué este título?

– El despiste soy yo. El título está diseñado con todo el respeto del mundo. Yo soy católico y practicante, es un guiño al Dios en el que yo creo, y una forma de echarle un poquito en cara que conmigo tuvo un pequeño despiste, que luego ha arreglado con creces….

Porque lo tuyo fue un «despiste», pero no un error ni un fracaso, no ¿no?

Fue un despiste. El despiste soy yo mismo, y el libro son los cuadernos de un viaje que me llevó a Roma.

-Te confiesas creyente y practicante… ¿Se puede uno sentir a gusto en una institución como ésta, en la que algunos de sus jerarcas machacan constantemente a personas como tú?

Es complicado. Toda mi vida he tenido una fe inquebrantable, que es lo que me ha traído hasta aquí, pero también ha habido bastantes momentos en mi vida en los que he tenido que vivir esta fe en soledad, porque me encontraba una parte de la Iglesia que me rechazaba. Ya no tanto por acoso como por determinadas preguntas… Nunca se me ha negado la comunión, entre otras cosas porque durante muchos años no me atreví a ir a la iglesia. A mí me preguntan cómo después de todo lo que me ha pasado puedo seguir creyendo, y les contesto que para mí, la Iglesia es lo que estoy viviendo ahora. La iglesia que se llama Bergoglio, que se llama padre Ángel, la iglesia que está al pie del cañón y no separando, la iglesia que está acogiendo y no juzgando. Ésa es la iglesia que yo he querido siempre.

-Sería normal, hasta lógico, que alguien como tú sintiera un cierto odio hacia la Iglesia. En tu caso, estás consiguiendo que seguir tu lucha sin perder esa fe, que se ha visto puesta a prueba en muchas ocasiones…

Toda mi vida he sentido a Dios en los pequeños detalles, y le he hablado, y he aprendido a escuchar sus respuestas. Y sé que siempre ha estado conmigo. Lo que no me cuadraba era que creía en un Dios que tenía un hijo que salvaba a una prostituta de una lapidación, ¿y por qué a mí no? En lo que creo es en un Dios que sea igual para todos, y que nos acoja a todos. A mí me daba miedo quererle: porque el Dios que nos presentaban de pequeñitos, el dios del látigo, la condena y el infierno, me producía temor… Luego vas avanzando y te vas dando cuenta de que no es el Dios que te habían pintado. Me he encontrado gente maravillosa, dentro y fuera de la institución, pero también una rama que, cuidado… Pero yo no quiero enfrentarme a ese sector… Me niego a dejar de creer en el Dios que yo quiero. Algo en tu interior te dice que estás en lo cierto…

-¿Hay momentos en los que piensas que algo estás haciendo mal, que eres un pecador, un enfermo?

Un pecador, por supuesto. Pero un enfermo, jamás. Te llaman enfermo, te dicen que eres un frívolo, vicioso, te llaman lesbiana… porque no saben. La transexualidad es un tema difícil de entender, y lo entiendo. Es complicado, nunca he pedido a nadie que me entienda. Pero que me dejen que siga mi camino. Yo no me estoy metiendo con nadie, sólo quiero sobrevivir. Sólo quiero ser feliz, porque vivir en la cárcel de un cuerpo que no te corresponde es espantoso, y ahora me encuentro no en libertad, porque no la alcanzaré nunca, hay que hacer realistas…

 

 

 

-¿Por qué?

Porque hay cosas que, por mucho que avancen los procesos de reasignación, no alcanzaré nunca. No puedo ser padre, no puedo hacer determinadas cosas. No puedo, hoy por hoy, casarme por la Iglesia… La gente dice: eso es lo de menos. Pues no, a mí me haría mucha ilusión. Vivo en una libertad condicional muy bonita, pero mi condena es para toda la vida.

-Obispos como el de Alcalá, Getafe, San Sebastián, Córdoba…. escriben pastorales colocando en el mismo saco a todas las realidades «diferentes», hablando de aberraciones, de «aquelarres», de lobbies… cuando el mismo Papa Francisco está actuando de un modo totalmente distinto. ¿Cómo te sientes ante esto?

Este Papa está abriendo puertas, está entrando un aire fresco en el Vaticano que yo creo que no había entrado nunca. Esto cambiará con el tiempo. Yo no lo conoceré. Me encuentro a miles de personas a diario, gente que está aterrada, que cree en Dios pero no se atreve a ir a la iglesia. Porque comentarios como los que hacen todos esos obispos hacen que la gente se asuste más, y se quede en cuarta fila, con la cabeza agachada y pidiendo perdón por existir. Cuando es gente que podría hacer un gran servicio, que ha creído en Dios toda la vida, que tiene ganas de colaborar, y no se atreve a entrar en una iglesia. Ya no me duele por mí, pero me afecta por la gente que sufre: el daño que están haciendo a la Iglesia católica con ese tipo de barbaridades es brutal. Se ven afectadas muchas personas, no sólo el gay, el transexual… todos tenemos un entorno, un círculo, familias, amigos…
Es una minoría muy dañina, un brazo armado anclado en el pasado y basado en el miedo, en esa bota encima de la cabeza.. En el caso de la transexualidad, es la gran desconocida. Los obispos se atreven a hablar de gays, pero de transexualidad no… Pero estamos aquí: tengo necesidad de vivir mi fe y mi catolicismo. Y eso es lo que me llevó a montar la que se ha armado.

-¿Cómo te decides?

Primero envié la carta y luego hablé. No he conseguido recordar qué me pasó, algo me produjo dolor. Yo llevaba mucho tiempo desahogándome en el papel. Muchas veces lo haces llorando o escribiendo. Y esa tarde me puse a escribir una carta sin destinatario. Era algo en lo que planteaba mis dudas, mis inquietudes, mi dolor sobre la Iglesia. Cuando la terminé, pensé en ese señor que saludaba a la gente desde el balcón, que decía que quién era él para juzgar a los gays… pensé, si le llegara … Y la reformé, me metí en internet y vi la dirección del Vaticano.

-¿Cómo llegó la carta?

No la envié a través de ningún conducto reglamentario. Yo metí un sueño en un sobre. Sí es cierto que después se la di a don Amadeo Rodríguez Magro, que entonces era obispo de Plasencia y ahora de Jaén. Un cielo de hombre, un padre. Se la pasé, pero ya la tenía el Santo Padre. Él la volvió a pasar a Roma. Pero la carta le llegó como las 4.000 que me dijo que recibía a diario…

-¿Qué decía esa carta?

Era un derroche de dolor y de enfado. No entendía nada, no entendía por qué la Iglesia no me quería. Eso era lo que le planteaba. Si yo hubiese un cínico y hubiera llevado la vida que todos pensaban o querían que llevara, entonces estaría perdido. Se lo planteé. Pasaron meses, y ya casi me había olvidado. Un buen día sonó el teléfono. De entrada, no creí que fueera él, le estuve «vacilando»… y luego se puso en marcha todo el entramado.

-¿Fue una llamada corta, larga…? ¿Cómo te sentiste?

Cuando cuelgo, me siento en un sofá, me pongo a llorar como un loco, porque eran sensaciones de no me podía estar pasando… Me empecé a poner nervioso, él se reía, y me decía que tenía mi carta en la mano. Me dio dos o tres datos que solamente sabíamos él y yo. Esa conversación es la que menos recuerdo, porque hemos hablado más veces. Me dijo: escúchame, que quiero verte en Roma. Quedó en llamarme, y lo hizo. Todas las veces que he tenido contacto ha sido él quien ha llamado. No ha habido ningún intermediario nunca.

-Organizáis el viaje, y llegáis a Roma. ¿Y qué ocurre?

Macarena y yo fuimos para allá. Un 23 de enero de 2015 estábamos volando dirección Roma. Hasta que no le vi no me lo creía. A punto de entrar en el Santo oficio tuve un ataque de nervio, y le dije a Maca, «Yo no entro». Pero entramos…

 

 

-¿De qué hablasteis?

Lo importantísimo ahí fue el encuentro. Estuvimos hora y media con él. Se hablaron muchas cosas. Esa conversación se viene conmigo, con Macarena y con él. A mí me encantaría poder compartirla, pero no me pertenece a mí solo. Siempre le digo a la gente, tratad de leer entre líneas. Yo podía salir de allí destrozado, aunque tenía claro que no… Le tienes muchísimo cariño, es de esa gente, y en la distancia corta, aún más. Oírle hablar, esa paz, lo que te dice y cómo te lo dice. Te inunda, te llena. Esa protección de padre, esa seguridad de párroco que conoce el suelo que está pisando, esa preocupación por lo que está pasando… Si lees entre líneas te puedes imaginar que yo rocé el cielo. Salimos los dos como dos magdalenas. Antes de cerrar la puerta de Santa Marta, giré la cabeza y le vi saludándonos desde la escalera con la manita, ahí… ahí ya empecé a echarlo de menos. Esa pena que te da que es una cosa que solo pasa una vez en la vida.

-¿Y después?

Tienes claro que ya ha acabado todo, que no te va a volver a pasar en la vida. Pero me llevé la sensación de ser una persona normal, de dejar de sentirme como si estaba haciendo algo malo . Me preguntabas antes si sentía dudas, que te metían a la fuerza, que si estaba en pecado, que tendría que cambiarlo todo… Pero es que yo soy así. El encuentro con el Papa fue una ducha con el mejor de los geles, de pureza, de tranquilidad, de seguridad. Yo sigo siendo el mismo don nadie de siempre, pero ahí salí con la cabeza alta de decir: me encuentro seguro. Ya no me importa que me digas….

-¿Ha cambiado vuestra vida cristiana?

A la hora de poder vivir y practicar, sí claro. No soy un beato. Pero sí hay determinados momentos en los que mi vida necesita ir a casa de Dios y estar todos los días un ratito con él. Frente a mi casa hay un convento con unas hermanas dominicas… y esa capilla, a contraluz, solo con el altar encendido…. la necesito todos los días un rato. Estoy volviendo a vivir otra vez lo que se me había negado, o lo que yo me había prohibido, como la comunión y los sacramentos. Tengo mi sitio, sin ruido. No pretendo hacer de esto un espectáculo. Cuando yo vine de Roma, tardé bastante tiempo en ir a comulgar, para evitar que hubiera medios, etc… ésa no era la idea. Si me pilla en Sevilla, voy a mi Macarena como hermano macareno que soy, escucho mi misa y comulgo. Pero no pretendo ser un referente de nadie. Pero si se lee entre líneas, habrá gente que podrá vivir un poco más tranquila.

– Durante toda la entrevista, has hablado de Macarena. ¿Quién es Macarena?

Macarena es la parte fundamental de todo esto. Solo no hubiera sido capaz. Yo soy super miedoso. Los años de sufrimiento me han hecho miedoso, Macarena es mi segunda piel, quien me acompaña, me cuida, sabe por dónde me pueden venir la bofetada… Hemos compartido uno de los momentos más bonitos de nuestra vida juntos. Tan intenso juntos. Y ha fortalecido nuestra amistad. Yo tengo consagrada mi vida a hacerla feliz.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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