No se trata de discutir algunos puntos importantes de la doctrina de la Iglesia, sino de buscar conciliarmente cómo en la coyuntura actual de la humanidad anunciar el Evangelio
(Jesús Bastante).- Ante la crisis política, interés general. Ante la incomunicación, «el fin de los partidismos». El presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, pidió a los políticos «honradez», «diálogo» y «regeneración moral» en su primer discurso después de la formación de un nuevo Gobierno.
En sus palabras de comienzo de la Asamblea Plenaria del Episcopado -que este martes contará con la visita de los Reyes-, Blázquez calificó de «alivio» la «puesta en marcha del nuevo Gobierno» tras meses de bloqueo. En su opinión, es precisa «una catarsis» y «un cambio de conducta moral» entre la clase política, pues «la falta de honradez causa irritación».
Así, el presidente de la CEE reclamó a los partidos «que cedan los partidismos en favor del bien común, de lo que a todos nos afecta y nos puede beneficiar», incidiendo que «el diálogo es la vía digna del hombre para buscar la respuesta más adecuada a los desafíos pendientes». Al tiempo, Blázquez recordó la Transición como «referente orientador» y destacó que «el paso de un régimen autocrático a otro realmente democrático fue un éxito en conjunto, alabado en general. Entonces los españoles alcanzamos un acuerdo histórico para caminar unidos a un futuro de paz».
En su discurso, que lleva por título «Convocados a la esperanza», el presidente de la CEE comenzó felicitando a Carlos Osoro por su nombramiento cardenalicio. «Su designación es un reconocimiento no solo de su persona y de la diócesis madrileña, sino también de la Iglesia en España,», declaró el presidente de la CEE, quien excusó la presencia del arzobispo de Madrid por su participación en la Secretaría del Sínodo de los Obispos. Entre los cardenales presentes, además de Blázquez, sólo se encontraban Amigo y Cañizares.
Blázquez resaltó tres acontecimientos. En primer lugar, la clausura del Año Jubilar de la Misericordia. «Ha sido un año muy intenso pastoralmente», apuntó el cardenal de Valladolid, quien insistió en que «nuestro mundo, todos nosotros, necesitamos el anuncio de la Misericordia de Dios, el toque de su mano compasiva y el ejercicio generoso de las obras de misericordia. El hombre contemporáneo, como escribió san Juan Pablo II y ha reafirmado el papa Francisco, necesita la medicina de la misericordia».
En segundo lugar, el presidente de la CEE habló de los actos del cincuentenario de esta institución, destacando algunos de sus actos, como el congreso organizado en la UPSA o la publicación de los documentos de los obispos españoles. Al tiempo, anunció la «revisión del funcionamiento» de la Casa de la Iglesia «con la intención de hacerla un ámbito cada vez más apto para que los obispos puedan dialogar y ‘conferir’ libre y confiadamente sobre los desafíos planteados a la misión de la Iglesia y sobre las respuestas que reclama su ministerio pastoral en las diócesis encomendadas».
En tercer lugar, Blázquez se refirió al simposio-homenaje organizado a Pablo VI organizado por la CEE, y en el que participó el secretario de Estado, Pietro Parolin. «Agradecemos su visita y nos alegramos de la oportunidad para expresar, a través de él, nuestra comunión, que es al mismo tiempo respeto, afecto, gratitud, obediencia y colaboración, con el papa Francisco«.
El presidente del Episcopado glosó la figura del Papa Montini, cuyo pontificado «está inseparablemente unido a la celebración del Concilio Vaticano II y al cumplimiento de los mandatos conciliares, unos sobre reformas concretas y otros de orientación más amplia, por ejemplo sobre renovación litúrgica y ecumenismo».
En su opinión, el estilo marcado por Pablo VI para el Vaticano II «es modelo de trabajo compartido y de aprobación de los documentos con unanimidad moral, ya que un Concilio no busca la mayoría democrática, sino la coincidencia mayor posible».
«En el primer discurso como papa, en el año 1963, pronunció las siguientes palabras que señalan el camino: «Está fuera de toda duda que es deseo, necesidad y deber de la Iglesia que se dé finalmente una más meditada definición de sí misma»», recordó Blázquez, quien añadió, en clara referencia a los críticos rigoristas (en Roma y Añastro) que «no se trata de discutir algunos puntos importantes de la doctrina de la Iglesia, sino de buscar conciliarmente cómo en la coyuntura actual de la humanidad anunciar el Evangelio».
«Los primeros años del postconcilio fueron de gran esperanza, de realización de las reformas encomendadas por el Concilio, de intensa efervescencia y también de ‘contestación'», recalcó el presidente de la Conferencia Episcopal, quien reconoció como «en muchos momentos», la reforma auspiciada por el Vaticano II «causó frustración, desgaste en la vitalidad de la Iglesia, disensiones internas». «Se puede comprender que para el papa Pablo VI, tan sensible él, fuera la contestación, unas veces con mayor calado y otras con menor incidencia, una fuente de sufrimientos», advirtió Blázquez.
«El pontificado del papa Pablo VI coincidió en España con los últimos años del régimen político anterior», recordó el presidente de la CEE. «Hubo muchas incomprensiones, susceptibilidades, tergiversaciones, resistencias, y también aceptación leal y obediente de las decisiones de la superior autoridad eclesiástica con las que había escasa sintonía interior. Fueron años difíciles para el papa y el nuncio, para la Conferencia Episcopal y la Iglesia, para el gobierno y la sociedad en general. En las relaciones entre la Iglesia y el Estado se pasó en pocos años de una convivencia quizá demasiado estrecha a una desavenencia clamorosa. Católicos de toda la vida en poco tiempo se sintieron incomprendidos y desplazados«.
A Pablo VI «le resultó penoso que se mezclaran negativamente su desafección personal y cultural a un régimen no-democrático con su amor al pueblo español», lamentó el cardenal, quien recordó cómo Montini «mantuvo siempre serias reservas sobre el régimen político, pero manifestó públicamente su admiración y amor al pueblo español, y para este tuvo siempre numerosos gestos de afecto y simpatía».
El último gran acto de los 50 años de la CEE se vivirá mañana al mediodía, cuando los Reyes rindan visita a la Asamblea Plenaria. «Esta singular visita es para nosotros un motivo de gran alegría y signo elocuente de la normalidad de la inserción de la religión católica en la sociedad española y en su marco constitucional. Al mismo tiempo es un motivo para manifestar de manera solemne nuestro compromiso de proseguir el servicio a nuestro pueblo, de innegable tradición cristiana, mediante la misión eclesial que tenemos encomendada», leyó Blázquez.
En lo tocante a la situación política de nuestro país, Blázquez, calificó de «alivio» la «puesta en marcha del nuevo Gobierno en España», después de «tantos meses de estar bloqueada su formación y disminuida la actividad pública». Aun «con las reservas comprensibles», el cardenal pidió al Ejecutivo «que acierte en el cumplimiento de la responsabilidad que han asumido para la gestión del bien común».
«Se abre un horizonte de esperanza, a la cual deseamos convocar», proclamó el presidente de los obispos, quien incidió en que «en nuestra historia hay motivos para la humillación y la gloria. Muchas cosas debemos recordar para corregirnos y es razonable que de muchos hechos nos sintamos legítimamente orgullosos para avanzar con la cabeza alta. España ha dejado una huella profunda en la historia de la humanidad».
Sobre el momento actual, Blázquez pidió «llevar a cabo una catarsis, una purificación profunda de actitudes y un cambio de conducta moral«. En este sentido, condenó «la corrupción con tantas personas implicadas y diversos focos de contaminación ha degradado el servicio público», mientras «miles de personas perdían su puesto de trabajo. La falta de honradez causa irritación. Sin una revisión y regeneración ética no podemos afrontar esperanzadamente el futuro».
Para lograrlo, el presidente de la CEE reclamó a los partidos «abandonar la incomunicación y caminar unidos». «Que cedan los partidismos en favor del bien común, de lo que a todos nos afecta y nos puede beneficiar«, insistió, pues «es una convicción compartida el que nos aguardan reformas importantes y proyectos fundamentales en que todos deberíamos converger. El interés general y el futuro de la sociedad están en juego».
Parafraseando al Papa Francisco, Blázquez apuntó que «si no hay diálogo habrá gritos». «Los gritos llevan siempre algo de desgarro, el diálogo en cambio supone hablar con libertad y escuchar con respeto buscando entre todos el acuerdo»,añadió, subrayando que «el diálogo es la vía digna del hombre para buscar la respuesta más adecuada a los desafíos pendientes. El diálogo en nuestra sociedad supone compartir una historia, tener planteados unos problemas comunes y buscar entre todos su respuesta sobre la base de formar parte de la misma sociedad que se ha dado unas leyes fundamentales para convivir y para renovar incesantemente el proyecto de vida en común».
«La pluralidad, para ser colaboradora y no disgregadora, para enriquecer la unidad y no romperla, para garantizar la vida en común con respeto a las legítimas diversidades, necesita una amplia y fundamental base compartida», apuntó el cardenal, quien recordó «la Transición como referente orientador, aunque deba ser constantemente enriquecida«.
«El paso de un régimen autocrático a otro realmente democrático fue un éxito en conjunto, alabado en general. Entonces los españoles alcanzamos un acuerdo histórico para caminar unidos a un futuro de paz», recordó.
«No cedamos a la evasión ni al derrotismo. Es una tentación pensar que no tenemos remedio. A hechos inéditos, respuestas renovadas», insistió Blázquez, quien pidió a los obispos «ofrecer a la sociedad, con el debido respeto a nuestros conciudadanos y con la debida actitud democrática, nuestra persuasión más honda».
«La regeneración moral, la concordia entre las personas, el trabajo conjunto de los grupos sociales, la renovación diaria de la esperanza tienen en Dios el cimiento más eficaz. No bastan los resortes de una sociedad moderna para vivir éticamente, si no obedecemos a la conciencia moral bien formada», clamó Blázquez, quien insistió: «Dios y el hombre no son competitivos«.
Por ello, apuntó, «no es acertado decir que debe ser excluido Dios para que el hombre actúe con responsabilidad de adulto, ni pensar que la obediencia a la Ley de Dios lleva consigo la humillación del hombre». «El olvido de Dios repercute negativamente en la vida personal y social de los hombres«, añadió. «La luz del Evangelio potencia con la fe la mirada para ver en cada hombre y mujer una persona con derechos inalienables y con deberes insoslayables, y una imagen inviolable de Dios. Nos viene bien creer en Dios; y excluir a Dios nos daña».
Mirando hacia el futuro, el presidente de la Conferencia Episcopal pidió colocar a la persona como «centro y sentido de las instituciones», así como defender «el respeto a la vida de las personas en todo el recorrido de su existencia y en todas las circunstancias de la vida; la educación en la verdad y libertad, como maduración personal y capacitación profesional».
«Sin trabajo y sin familia es difícil mirar al futuro con serenidad. La familia vence la soledad; es el recurso básico en las situaciones de enfermedad y desprotección social. Recordemos cómo en los años más agudos de la crisis ha sido la familia un recurso básico. La salud de la sociedad en gran medida depende de la salud de la familia», concluyó Blázquez.
En lo tocante a los trabajos de esta Plenaria, Blázquez insistió en la necesidad de trabajar la «apertura a la trascendencia» para «formar una nueva mentalidad política y el bien común social». A esta esperanza para la sociedad española «quiere contribuir la Iglesia mediante su específica misión pastoral al servicio del bien común de todo nuestro pueblo».
Así, «nuestras reflexiones van a centrarse de manera especial en los agentes eclesiales». La reflexión sobre la situación del clero en España y del aumento de su edad media, «así como la disminución de vocaciones al ministerio presbiteral», han de llevar a la Iglesia a «la búsqueda de nuevas formas de atención pastoral a las comunidades cristianas, así como el fortalecimiento de la promoción vocacional y adecuada formación integral de los candidatos al sacerdocio».
Del mismo modo, los obispos estudiarán la situación de la vida contemplativa en España, o el papel del laicado, en la línea del discurso del Papa Francisco a los obispos en su última visita ad limina, en 2014: «Seguid adelante con esperanza. Poneos al frente de la renovación espiritual y misionera de vuestras Iglesias particulares, como hermanos y pastores de vuestros fieles, y también de los que no lo son, o lo han olvidado. Para ello, os será de gran ayuda la colaboración franca y fraterna en el seno de la Conferencia Episcopal, así como el apoyo recíproco y solícito en la búsqueda de las formas más adecuadas de actuar».
Para leer el discurso íntegro, pincha aquí: