La impresión que queda del conjunto de las votaciones es la de que los obispos españoles continúan asistiendo, de manera más bien timorata, al huracán Bergoglio
(Jesús Bastante).- ¿Cómo interpretar las elecciones que acaban de producirse en la Conferencia Episcopal Española? ¿Cuáles son las claves para entender las votaciones? Una primera lectura de las elecciones a la CEE podría mostrarnos un «regreso al pasado». Y es que el tándem Ricardo Blázquez-Antonio Cañizares es el mismo que fue elegido, doce años atrás, por los obispos españoles. Sin embargo, las situaciones son algo distintas.
En primer lugar, por la edad de los protagonistas. Tanto Blázquez como Cañizares eran mucho más jóvenes, y ninguno de ellos era cardenal. Su elección, además, vino producida por el intento del sector moderado por frenar el poder omnímodo del cardenal Rouco Varela, quien no resultó elegido por tercera vez consecutiva por apenas un voto (necesitaba dos tercios).
Las situaciones política y eclesial, además, eran bien diferentes. Blázquez fue elegido apenas un mes antes de la muerte de Juan Pablo II, con el primer Gobierno Zapatero y con un movimiento asociativo católico que se sentía fuerte y que llegó a convocar manifestaciones contra el matrimonio gay o Educación para la Ciudadanía a la que asistieron una veintena de prelados.
Hoy, con Francisco en el solio pontificio, los vientos de Roma son completamente distintos. Sin embargo, la impresión que queda del conjunto de las votaciones es la de que los obispos españoles continúan asistiendo, de manera más bien timorata, al huracán Bergoglio. Y es que las presentes elecciones eran un momento propicio para que el Episcopado español apostara decididamente por apoyar las reformas que, desde Roma, pretende el Papa.
Así hay que interpretar los resultados, con un tímido avance en el Comité Ejecutivo, pero queriendo mantener los complicados equilibrios de poder entre conservadores, moderados y aperturistas. Sólo así se comprende que, más allá de la continuidad de Blázquez (que todos daban por hecho), los obispos hayan optado por Cañizares para la Vicepresidencia. Con todo, y como se ha empeñado en afirmar el cardenal de Valladolid, su presidencia será colegiada, y su función, la de mero «moderador» en los debates episcopales. Se precisa, pues, libertad entre los obispos para apostar decididamente por una Iglesia en salida.
En cuanto al Ejecutivo, se mantiene el equilibrio, aunque con una significativa mayoría para el sector renovador. «Hay un 4 a 2″, manifestaba uno de los «fontaneros» de Añastro al culminar el proceso electoral (faltan las comisiones). En el primer sector se encuentran cuatro obispos señalados directamente por Francisco como hombres de su entera confianza: Blázquez (nombrado cardenal por Francisco), Osoro (también erigido purpurado por Bergoglio, y secretario general del Sínodo de Obispos), Omella (el arzobispo de Barcelona es, desde la Congregación de Obispos, su voz en España, además de ejercer como mediador en los casos de abusos que llegan desde nuestro país) y Jiménez Zamora (el arzobispo de Zaragoza, hombre de la total confianza de Osoro, y nombrado por Francisco para frenar varios escándalos en la diócesis del Pilar).
En el segundo, Cañizares (quien regresó de Roma tras la llegada de Francisco, sustituyendo a Osoro en Valencia) y Jesús Sanz, la gran sorpresa del Ejecutivo. El arzobispo de Oviedo es uno de los prelados más conservadores, y el único de todos los miembros del Comité en necesitar una segunda vuelta para ser elegido.
Sea como fuere, el resultado de las elecciones en la Conferencia Episcopal deja un ambiente enrarecido en la Casa de la Iglesia, y la sensación de que, una vez más, los obispos han dejado pasar una ocasión de oro para colocarse a la cabeza del apoyo al Papa Francisco. Un Ejecutivo en el que casi todos sus miembros superan los 70 años, y que tendrá que demostrar, con su trabajo, que es capaz de apostar por una Iglesia sinodal y descentralizada. El objetivo de Blázquez, tal y como apuntó en la rueda de prensa, es el de que el reloj episcopal «marque la misma hora», y el de pedir, y ofrecer, libertad a los obispos para trabajar por y para la sociedad en un momento crucial. Su papel «moderador» se antoja fundamental para conseguirlo.