Es difícil sentir en carne propia los problemas ajenos y mucho más cuando muchos de los obispos hoy todavía viven muy distantes de los problemas y de la vida de la gente común
(Emilia Robles, Proconcil).- Concluye el Sínodo sobre la familia. Ya sólo queda, tras él, la exhortación que el Papa Francisco hará, teniendo en cuenta el Sínodo y, al mismo tiempo, siguiendo la inspiración del Espíritu, que es el que puede sorprender, más allá de un recuento de votos.
Pero ¿de verdad ha terminado el Sínodo? ¿O, es ahora cuando empieza otro camino sinodal, que sólo será auténtico si, en cada Iglesia local, se escuchan las voces de todos y se mira con misericordia y espíritu de acogida y acompañamiento la vida de la gente sencilla, de los que buscan, de los que sufren, de los que quieren sentirse «parte de».
Los resultados del Sínodo, poco concretos, no deberían decepcionar, salvo que las expectativas que nos hayamos creado superen lo que es posible en una reunión de este tipo, con los «mimbres» que tenemos. Recuerdo lo que decía, un obispo amigo de Brasil, nada más terminar la conferencia de Aparecida. «El gran logro de Aparecida es que no ha habido retrocesos«.
Después se ha podido ver que el que no haya retrocesos ni puertas cerradas, el que se atienda a la particularidad de las Iglesias locales, escuchando al Pueblo de Dios, puede producir efectos verdaderamente transformadores y aleja a la Iglesia del poder absoluto y del dogmatismo producido por ideologías que se alejan del Evangelio y del mensaje de acogida y de misericordia de Jesús.
Es cierto que afirmaciones rotundas, de las que cierran puertas, hechas desde la «infalibilidad» (que en su tiempo fue una herejía y ahora es un dogma, pendiente de mejor reformulación) parecen más eficaces, porque resultan luego difíciles de mover. Y los hay que querrían invocar esa autoridad.
Todavía hay mucha influencia de una Iglesia piramidal, con sectores con mucho poder que se siguen moviendo en la Iglesia de cristiandad y que añoran un dominio más absoluto de la misma, hoy ya inviable. Desde esa perspectiva, algunos se pueden sentir frustrados. También entre los llamados progresistas, a veces hay un deseo de «vueltas de la tortilla». Pero en la Iglesia, como comunidad de hermanos, llamados a la unidad en el Espíritu Santo, hay que trabajar por amplios consensos, dispuestos siempre a la conversión y a dejarnos sorprender por el Espíritu.
En positivo: parece que muchos de los padres sinodales no salieron tal como entraron; es decir, se produjeron cambios en su percepción de los problemas, se escucharon entre sí, escucharon a la gente a la que se traía a colación y, muy probablemente escucharon la llamada de la misericordia. Obstáculos: de entrada, uno muy sencillo. Es difícil sentir en carne propia los problemas ajenos y mucho más cuando muchos de los obispos hoy todavía viven muy distantes de los problemas y de la vida de la gente común.
Sólo una Iglesia que se aleje del clericalismo, con mayor participación de laicos y laicas, que se distancie las ideologías y que utilice un método de análisis de la realidad no presidido por apriorismos ni deseos de adoctrinar, sino que mire, analice a la luz del evangelio y que se comprometa con la transformación de las realidades que están dañando a la gente, puede ser la Iglesia del pueblo y la Iglesia de Jesús. Y esto hay que trabajarlo desde las realidades locales.
Una mancha negra en el Sínodo y fuera del él. Los que ya vendieron su alma a otros poderes. Es terrible que haya padres sinodales y jerarcas de la Iglesia que sigan a Maquiavelo en aquello de que el fin justifica los medios. Llegar a urdir una trama (entre otras diversas) en la que se afirme que el papa tiene un tumor cerebral benigno (o sea que eso le puede producir locura e invalidar sus decisiones) es una muestra de lo que son capaces algunos de hacer por defender otra Iglesia. Ya se dice en el evangelio: «por sus hechos les conoceréis».
Es también una muestra fehaciente de lo que tenemos en las Iglesias locales. El papa ha sido suave cuando habla de métodos «no benévolos». En realidad, los podemos llamar métodos corruptos, porque corrompen lo más sagrado y escandalizan a los «más pequeños». Recemos por la conversión de las personas, porque para Dios no hay nada imposible. Pero, al mismo tiempo, denunciemos y pongamos freno -en la medida de nuestras fuerzas- a esos aires que, si no vienen de Jesús, vienen con olor a azufre. Y eso es más tóxico que las incineradoras.
Así que, atentos a lo que tenemos más cerca; y, a seguir en el camino sinodal, teniendo en cuenta la exhortación que el papa nos haga y la exhortación que Jesús nos hace todos los días para que abramos nuestro corazón y nuestras puertas a todos; y, en particular, a los que encontremos en las cunetas del camino.