Isabel G. Acebo: "50 años después del Concilio, las mujeres seguimos sin voz, ni voto, ni silla. Seguimos siendo el segundo sexo"
(Irene López Alonso).- El 25 de enero de 1962 daba comienzo el Concilio convocado por Juan XXIII. Y ayer, 50 años más tarde, en vísperas de este aniversario y con todo el peso de la historia y la memoria, tuvo lugar en la Universidad Pontificia de Comillas la presentación de «Un Concilio entre primaveras«, coeditado por Religión Digital y Herder Editorial.
Un libro «coral», una obra «mosaico», como dijo José Manuel Vidal al presentar a algunos de sus autores, presentes en el acto. Sin embargo, los ausentes también recibieron su homenaje. Y es que Vidal quiso reconocer, aunque fuera simbólicamente, la perseverancia de todos aquellos que, hasta el día de hoy «han sido fieles al Vaticano II, muchas veces a contracorriente«.
Son muchos los que forman parte de esta suerte de resistencia, y que han tratado de preservar el ideal de una Iglesia «inclusiva, plural, dialogante y samaritana» frente a quienes hicieron todo lo posible por «congelar» el Concilio Vaticano, según opinó Vidal. La lista incluye a obispos como Gabino Díaz Merchán, Loris Capovilla o Antonio Montero, a teólogos como Pikaza, Espeja, Gelabert, Castillo, Martínez Gordo, José Arregi, González Faus, el monje de Montserrat Hilari Raguer o el sobrino nieto del Papa Roncalli, entre otros.
Ante la autoridad de sus nombres comenzó a hablar el historiador Juan Mari Laboa, que rememoró el Concilio como el intento (como dijo el «Papa Bueno») «quitarle el polvo al trono de San Pedro». Señaló que la Iglesia Católica cometió el error en el que caen fácilmente las instituciones de «convertirse en guetos o en fortalezas que defienden a sus hijos, a los suyos», y que el mérito de Juan XXIII fue, por el contrario, devolver al ser humano al centro de la Iglesia.
Tras él, Pablo VI «dio orden al desconcierto», Juan Pablo I fue tan sólo «una foto y un recuerdo», y durante el pontificado de Juan Pablo II fue cuando, según enumeró Laboa, se hizo patente que «la minoría que fracasó en el Concilio fue la que gobernó el post-Concilio».
A continuación, Jesús Bastante presentó a Isabel Gómez Acebo, «teóloga desde cuando era pecado serlo», y apuntó lo sintomático que resulta el hecho de que, de 20 autores que conforman el libro, ella sea la única mujer. Pero es que, como explicó la escritora, «tras la II Guerra Mundial la mujer accedió a todos los puestos… menos a la Iglesia». Y al igual que el cardenal Newman dijo en una ocasión que «una Iglesia sin laicos sería una tontería», Gómez Acebo afirmó que un disparate mayor lo constituye una Iglesia «en la que falta la otra mitad del género humano».
Pero disparates precisamente fue lo que abundó en el Concilio Vaticano II en relación a las mujeres, a las que se intentó impedir la entrada con la excusa de que en la Basílica de San Pedro no había aseos femeninos, según narró la teóloga.
Tan sólo 23 mujeres estuvieron en el Concilio entre cientos de varones, pero a ninguna de ellas se le concedió la palabra. El obispo de Durban afirmó que, para que las mujeres fueran escuchadas en la Iglesia Católica, tendrían que esperar a un hipotético Vaticano IV. «Se ve que el Vaticano III le parecía demasiado cercano», bromeó Isabel durante su ponencia, combinando humor y denuncia, y protestando contra la costumbre de la Iglesia de «sublimar a las mujeres a la categoría de la Virgen María para luego negarnos y no dejarnos lugar».
La autora, que no tuvo tapujos en reconocerse feminista («porque el feminismo convierte a las mujeres en personas»), contó que una de las auditoras que presenció el Vaticano II tuvo el coraje de decirles a los padres conciliares que las mujeres «no somos una categoría dentro de la Iglesia».
Sin embargo, 50 años después, Isabel Gómez Acebo no pudo asegurar que la situación haya cambiado: «Seguimos sin voz, ni voto, ni silla. Seguimos siendo el segundo sexo». Lo que explica, desde el punto de vista de la escritora, que las mujeres jóvenes actualmente no quieran saber nada de la Iglesia: «Quedarse es suicida», afirmó.
Por su parte, Juan Martín Velasco recordó el diagnóstico que hizo el cardenal Tarancón sobre la recepción en España del Vaticano II: «Nos pilló fuera de juego». Ésa fue la causa, según explicó uno de los referentes del Instituto de Pastoral, de que el Concilio se aplicase en nuestro país «en su interpretación más minimalista».
Martín Velasco también criticó la «eclesiastización del cristianismo» (y la potenciación de las estructuras, las burocracias y las jerarquías eclesiales sobre «el verdadero fondo de la fe»), origen, a su parecer, de la deriva de los creyentes hacia el exterior de la Iglesia.
«La gente culta acaba en la indiferencia y la inculta en la superstición», dijo el fenomenólogo, a falta de lo que Javier Montserrat apuntaría a continuación como la carencia más perniciosa de la Iglesia Católica en la actualidad: su incapacidad de «explicar el cristianismo en nuestro tiempo».
Y es que Montserrat sostuvo durante su intervención que la Iglesia Católica sigue aferrada a «sistemas de pensamiento que hoy en día ya no están vigentes» y que es eso lo que le impide salir de su «frustrante anacronismo indefinido». El jesuita, que apuesta por un «Vaticano III», afirmó como último ponente que la tarea imprescindible para la Iglesia es aprender a «proclamar el cristianismo de manera que resulte inteligible para nuestra época».
Sin embargo, «éste puede ser un momento espectacular para la vida de la Iglesia», dijo Juan M. Laboa, considerando que cada error a corregir sugerido por los autores del libro supone en sí mismo una oportunidad para que la Iglesia se centre en lo fundamental. Y es que, entre primavera y primavera, sobran «razones para el optimismo«, como concluyó J. M. Velasco.
La mayor de ellas tiene nombre propio y promete un nuevo aggiornamento.