Coautor de "Indignación: caminos de transgresión y esperanza" (PPC)

Luis Aranguren: «Francisco está dinamitando la rígida estructura de la Iglesia»

"Nuestra misión como cristianos no es traer gente a la Iglesia, sino testimoniar al amor de Dios en el mundo"

Luis Aranguren: "Francisco está dinamitando la rígida estructura de la Iglesia"

Los cristianos de Colón buscan estar ahí con su bandera defendiendo los valores tradicionales y que se note que son muchos. Los cristianos que estuvieron en la Puerta del Sol, ser levadura de masa

(Jesús Bastante).- Luis Aranguren es director de Ediciones de PPC Global y coautor de «Indignación: Caminos de transgresión y esperanza«, que viene a presentarnos a RD. En su opinión, la indignación «es un valor eminentemente personal, que nos cambia la vida y que nos acerca a los seres humanos, y que no solamente nos lleva a la protesta, sino también a la propuesta«.

Opina que en la España indignada de hoy «Jesús estaría donde hemos aprendido a verle en los Evangelios: con la gente que sufre«, y piensa que el Papa Francisco también está haciendo su particular revolución: «Está dinamizando, por no decir dinamitando, la rígida estructura de la Iglesia«, describe Aranguren.

El libro es una apuesta por la indignación en positivo y en propositivo, orientada hacia el trabajo por los demás que, según Aranguren, «es tan consustancial al cristianismo como ir a misa».

 

Empecemos por el gran sustantivo: ¿Qué es para ti la indignación?

Cuando nos planteamos este libro, tanto sus otros dos autores como yo lo que queríamos era profundizar más en los sucesos acontecidos hace unos años en España, con el tema de los «indignados» del 15-M y todo aquello. Más allá de la noticia y de la anécdota, queríamos excavar un poco en el valor que está detrás de eso. Queríamos bucear en los contornos y los perfiles de la indignación como un valor eminentemente personal, que nos cambia la vida y que nos acerca a los seres humanos. Que no solamente nos lleva a la protesta, sino también a la propuesta. No solamente a la queja, sino también a diversos caminos de humanización, de compasión y de acercamiento a los demás.
Queríamos profundizar en todo lo que tiene que ver con la vertiente personal y también con la vertiente política. Y luego examinar la vertiente específicamente religiosa y cristiana de la indignación. Porque al fin y al cabo, como cristianos estamos creados por un Dios Padre al que también le duele el sufrimiento de la gente y de la historia humana, y que es Padre de un Jesús de Nazaret eminentemente compasivo. Jesús es la forma de dar respuesta a eso que Él llama Reino de Dios.

¿Tendemos, a la hora de explicar la indignación, a establecer imágenes de cierta violencia, o por lo menos de exaltación?

Efectivamente. Y hay algo cierto en esto. Javier Vitoria, uno de los autores del libro, comienza su reflexión cristiana a partir de los textos del Antiguo Testamento hablando de la ira de Dios.
El Dios en el que creemos los cristianos no es un Dios impasible, no es un Dios apático, sino todo lo contrario: es un Dios lleno de pasión, y que se compadece de la gente que sufre.
Aquel mandato de «No os olvidéis del huérfano, del extranjero, de la viuda…» constantemente nos está remitiendo a las situaciones de dolor y de sufrimiento aliviables. Y eso supone un primer movimiento de queja, de rebeldía. Un primer movimiento de protesta, y por tanto también de movilización. De salir a la calle.
Esto, desde el punto de vista político, ha desbaratado los márgenes en los que estábamos acostumbrados a vivir; de tal manera que la plaza pública, la calle, se ha convertido en el ágora por encima de Parlamentos, instituciones y partidos. Y esto ha configurado una nueva manera de entender la convivencia.

¿Hemos dejado de pensar que la vida democrática se reduce solamente al voto? ¿Hemos recuperado otros cauces y otros ámbitos de expresión, como la protesta?

Claro. Creo que la indignación, desde el punto de vista más global, está señalando una cosa muy importante, y es que muchas de las estructuras sociales, políticas, económicas, educativas, familiares e incluso eclesiásticas que nos hemos dado, ya están tocando fondo.
Se ha dicho muchas veces que no estamos en una época de muchos cambios sino en un cambio de época. Y personalmente creo que la indignación ha venido a terminar de abrir la puerta a ese cambio de época. A todos los niveles, aunque el nivel político sea el más evidente (lo vemos en la desafección de parte de la ciudadanía hacia los partidos políticos y el sistema democrático tal y como lo conocemos).
Yo creo que tenemos que valorar el sistema político democrático que tenemos, y reconocer que es mucho mejor que su contrario, pero también tenemos que saber que no es perfecto y que, por tanto, es modificable. Ahí es donde entraría en juego la propuesta.

¿Los movimientos sociales de indignación buscan el cambio o, como algunos han querido hacer parecer, la ruptura?

No hay que tener miedo a la palabra ruptura, y menos cuando es una ruptura desde dentro, de la que en este país tenemos sobrada experiencia. Con todas las críticas que se puedan hacer, el balance de una transición a la democracia por la que nadie daba un duro es necesariamente positivo, pues se pudo hacer con el concurso de todos.
No hay que tener miedo a esas cosas. Sería como tener miedo a la posibilidad de cambio, y el cambio es inherente a la condición humana. La historia no está escrita para siempre. No estamos condenados a repetir las mismas cosas, ni a experimentar o sufrir medidas que nos dicen que son las únicas posibles, o recortes que nos presentan como «inevitables». No es cierto que las cosas no se puedan hacer de otra manera. No es obligatorio este retroceso en materia de derechos.
La gente sabe que se pueden hacer otro tipo de cosas. Y por eso, se rebela.
Creo que va en la condición humana saber que las cosas pueden cambiar y que tenemos un espacio de posibilidad. Aunque la posibilidad sea pequeña y necesite el acuerdo y la ayuda de mucha gente. La posibilidad de cambio es inherente a la condición humana, y más todavía a nuestra condición de cristianos.

¿Hemos sabido pasar de la protesta a la propuesta, o estamos en ello todavía?

Creo que estamos en esa vía. Hay que tener en cuenta que la indignación que hemos trabajado en este libro tiene todavía un recorrido corto. La indignación parte de un momento de despertar de la «condición de inhumanidad en la que vivimos», como diría Jon Sobrino, a un segundo momento de señalar las situaciones de injusticia y de sufrimiento de la gente. Indignación es decir «no hay derecho a esto». Y claro, con decir eso no estás construyendo una sociedad mejor, con unos parámetros más justos. Estás solamente señalando.
Estos dos movimientos son como las marchas de los coches. Como la primera y la segunda, que son de poco recorrido, pero fundamentales para luego poder tener una estabilidad mayor.
La estabilidad vendrá con la propuesta, con la forma de entendernos y de configurar espacios de incidencia política.
Una cosa que hemos aprendido estos años, con el tema de los desahucios, etc., es cómo introducir una Iniciativa Legislativa Popular, cosa que se estaba intentando desde hacía decenas de años y no se había conseguido. Y se ha introducido.
Esto quiere decir que la sociedad civil se va introduciendo también, poco a poco, en los organismos de participación ciudadana y política, inclusive en complementariedad con los partidos políticos.
Lo que estamos viendo en estos momentos es que los partidos políticos solos no bastan. Y la sociedad civil ha dicho «nosotros queremos hacer política, y además de otra manera». Esto es una buena noticia, y es un espacio de propuesta que ya se está realizando.
Todas las mareas ciudadanas, de diferentes colores y sectores, que se han estado movilizando estos años, no solamente han sido espacios de protesta, sino también de propuesta. Han propuesta medidas alternativas. Otra cosa es que los distintos parlamentos (del ámbito autonómico, municipal, central o incluso europeo) se hagan más o menos eco de esas propuestas.
Ahora parece que se están haciendo más eco, porque están viendo que se les acaba el chollo.

Partiendo de esas propuestas y de esa articulación de la indignación, ¿no se corre el riesgo de que haya determinados grupos o instituciones que quieran, de un lado y de otro, capitalizar esa indignación haciéndola suya?

Siempre existe ese peligro de que alguien monopolice la indignación. Joaquín García Roca, el otro autor del libro, plantea precisamente los riesgos de la indignación. Uno de ellos es el voluntarismo de la gente indignada que quiere hacer de esa indignación su batalla de por vida, y que se quema en el intento. Frei Betto solía hablar de «la militancia de tantos fusiles quemados». Y en torno a esta indignación existe ese riesgo, de que creemos muchos fusiles quemados. Es decir, gente con muy buena voluntad pero que se quema por el camino.
También hay un riesgo grande de sectarismo, de creer que, como nosotros protestamos, somos los únicos dueños de la verdad absoluta. Corremos el riesgo de creernos los únicos demócratas y caer en una suerte de elitismo, pensando que «vosotros no valéis y nosotros tenemos toda la razón».
Y otro riesgo evidente es por el que me preguntabas: que venga gente de fuera que quiera capitalizar la indignación. Grupos o plataformas que dicen ser los representantes de esto que sucedió hace unos años y que se llamó «los indignados». Esto es peligroso, pero además creo que, si son inteligentes, ningún grupo querrá llevar la bandera de esto, ni decir que lo representan, porque eso sería como apropiárselo. De hecho, algo que surgió en las protestas de las que hablamos fue el lema de «No nos representan». Por tanto, hay que tener mucho cuidado con ver quién se erige ahora representante de qué.
Algo que caracteriza a esta época que estamos viviendo, y que dejamos claro en el libro, es que es el fin de los caminos únicos. Ya los partidos políticos únicos no representan a la ciudadanía, la democracia tal como la entendemos no es la única manera de gobernar a las mayorías, las mediaciones culturales que tenemos están en vías de transformación… Los caminos únicos se han acabado.
El Estado, que es el que tenía que garantizar los derechos sociales y económicos de la ciudadanía (vivienda, trabajo, salud, educación…) se ha venido abajo. El mercado neoliberal, con esos dictados económicos que matan (como ha dicho el Papa Francisco) evidentemente no está al servicio de los seres humanos. Por lo tanto, la sociedad civil está viendo que «ni vosotros, Estado, ni vosotros, mercado, nos estáis ayudando a vivir mejor juntos». Está viendo que ninguno de los dos está ayudando a que la gente tenga una vida humana digna que les lleve por un camino de felicidad personal y compartida. Por lo tanto, la sociedad civil se está dando cuenta de que es la hora de organizarse y de tomar el protagonismo junto al Estado y junto al mercado. Porque la sociedad civil sola, al margen de las estructuras de poder y de la economía, tampoco puede. No hay caminos únicos, como decíamos antes.

¿Crees que ha habido un 15-M eclesial, o que todavía tenemos necesidad de indignarnos primero, y de organizarnos de otra manera después?

Creo que hay un movimiento de base que lleva muchos años de indignación y de protesta, reivindicando una Iglesia más plural, más transparente, más democrática. Pidiendo, aun a sabiendas de que la Iglesia es jerárquica en su propia construcción, que sea al menos un poco más transparente y más participativa.
Por otro lado, nos encontramos con una cúpula eclesial con el Papa Francisco a la cabeza, que es el que desde arriba está dinamizando (por no decir dinamitando, que quizá es mucho decir) esa estructura tan rígida de la Iglesia, intentando resquebrajarla. Sobre todo a partir de esa idea machacona que él tiene de colegialidad, de una Iglesia más participativa.
Eso sería a nivel interno. Pero creo que lo más importante de todo es situar las prioridades de la Iglesia. Prioridades que no tienen que ver con cuestiones doctrinales ni cuestiones ad intra de la propia Iglesia, sino que tienen que ver con los planteamientos de la exhortación «La Alegría del Evangelio»: cuando el Papa dice que la economía mata, cuando dice que hay que poner a la Iglesia en situación de salida, que tenemos que confrontarnos permanentemente con Jesús y su Evangelio... Creo que ésa es la gran revolución al interior de la Iglesia: ser conscientes de que lo fundamental, lo nuclear, está en Jesús. Y que volver a esa fuente es lo que todos necesitamos.

¿Dónde se posicionaría Jesús en la España de hoy? ¿Estaría también indignado?

Bueno, yo creo que estaría donde hemos aprendido a verle en los Evangelios: con la gente que sufre. Por tanto, si la indignación parte del movimiento de queja y protesta ante el sufrimiento vital de la gente, Jesús estaría otra vez con todos los que sufren situaciones de exclusión. Como lo estaba en su tiempo con los enfermos, no solamente por su situación de debilidad física, sino también de marginación social y religiosa.
Cuando la Defensora del Pueblo pedía hace pocos días que abran por favor los comedores escolares porque en España hay muchos niños con desnutrición infantil (aunque los poderes públicos lo estén negando), creo que Jesús hubiera estado a su lado.
Esto nos lleva a una segunda reflexión, y es que todos los temas que tienen que ver con el compromiso, con la justicia, con el trabajo por los demás… no son sólo de Cáritas. Eso ha sido una deriva irresponsable por parte de los cristianos. Es como si hubieran dicho: «Lo nuestro es nuestra catequesis, nuestra celebración dominical, nuestros grupos… pero del trabajo por los demás que se encarguen estos, que están más preparados».
Es un error, porque trabajar por los demás es consustancial al cristianismo. Tan consustancial como ir a misa o como educar adecuadamente a nuestros hijo. Como el anuncio y el testimonio de la fe. Y sucede que, mientras le hemos dado muchas vueltas al anuncio, el testimonio lo hemos relegado.

Hubo muchos cristianos y mucha gente de Iglesia implicados en las grandes movilizaciones de hace dos años, en los barrio, etc. Sin embargo, nadie diría que la Iglesia estuvo presente en el 15-M…

Claro. La presencia de muchos cristianos en todas esas movilizaciones es evidente. Otra cosa es que no se vaya con banderas diciendo «nosotros somos cristianos».

¿Podríamos decir que la imagen que se da de la Iglesia en la calle no es precisamente la de Sol, sino más bien la de Colón?

Sí, y son modos de manifestación muy distintos. La presencia en Colón busca que se nos vea como fuertes, estar ahí con nuestra bandera defendiendo los valores tradicionales y que se nos note. Que se note que somos muchos. Mientras que con el otro tipo de presencia, el de la Puerta del Sol, de los indignados o de los movimientos antiglobalización, digamos que lo que se busca es ser levadura de masa. Mezclarse con el resto de la gente y que no se note si somos de Pedro, de Pablo, de Atenas o de Jerusalén; sino que somos un montón de gente con distintas trayectorias (unos creyentes, otros no creyentes, otros humanistas, otros ecologistas, unos rojos, otros azules…) pero que tenemos algo que nos une: un horizonte común.
Eso es el testimonio del Evangelio. Los signos del Reino de Dios: paz, justicia, amor, libertad. Y no hace falta ponerlos en una bandera de anuncio explícito, aunque es una vía posible. Pero el trabajo por la justicia es una vía tan importante como la otra. Y por supuesto, sin negar para nada nuestra condición de cristianos. Pero no como una manera de «convertir» o atraer gente a la Iglesia. Nuestra misión como cristianos no es traer gente a la Iglesia, sino testimoniar al amor de Dios en el mundo.

¿Cometemos el error de pensar que no somos cristianos las 24 horas del días, sino solamente los momentos en que vamos a misa o hacemos algo en Cáritas?

Trabajar por la solidaridad y ser solidarios es una de las formas privilegiadas de llamar a Dios hoy. De nombrarle, de citarle, de anunciarle.
El Concilio Vaticano II advierte de cómo muchas veces los cristianos hemos velado más que revelado el rostro de Dios.
Hay sectores que dicen que el gran problema que tenemos en el mundo de hoy es la cultura, que ya no es cristiana y que se está alejando, secularizando y laicizando. Ése es un problema que está ahí, pero hay otra mucha gente que pensamos que el gran problema de nuestro mundo es la injusticia. El hambre, la muerte violenta de tanta gente, el sufrimiento evitable. Y como explica muy bien Javier Vitoria, Dios no es impasible ante eso. Dios se compadece y quiere meterse en la historia humana, y es ahí cuando nos catapulta, nos usa a nosotros como palanca de acción y de compasión.

¿Por qué parece entonces que la lucha por la ecología, por los derechos sociales y contra la injusticia no es de por sí cristiana?

Si queremos construir un mundo que se parezca al Reinado de Dios que anunció Jesús, estos problemas tienen que importarnos muchos más que otros, porque afectan a la propia Creación de Dios y al Reino que configuró. Porque el Reino de Dios tiene apellidos: el apellido de la justicia, del amor, de la paz, de la libertad, de la convivencia.
Cuando hablamos de que la indignación ha abierto la puerta a lo que llamamos una «nueva era», planteamos la necesidad de responder a la pregunta de si podremos vivir juntos. Si vivimos juntos no podemos ir cada uno con nuestra bandera. Tenemos que buscar los puntos en común.
Ésa es la tesitura en la que estamos, pero creo que necesitamos un gran entrenamiento en todo lo que es la capacidad de diálogo, de deliberación, de llegar a acuerdos. La escuela y el mundo educativo tienen un gran trabajo por hacer en este campo, pero también es cierto que los grandes medios de comunicación de masas no ayudan.
En el libro hemos partido de los grandes referentes de la indignación del siglo XX: Gandhi, Luther King, Óscar Romero, Mandela… Son buenos ejemplos no solamente en cuanto a capacidad de diálogo, sino también de amor al enemigo. De no violencia.
Los grandes referentes de la indignación del siglo pasado y comienzos de éste son grandes ejemplos de no violencia en continuidad con los planteamientos de Jesús de Nazaret y del Evangelio. Y además introducen otro elemento fundamental para los creyentes, que es el del poder de la mística. De una indignación que camina por la senda de la compasión (no solamente de la queja) y que se encamina hacia una mayor dosis de humanización de nuestro mundo, una mayor capacidad de flexibilidad y de dejar que Dios actúe en nuestra historia.
Eso necesita de fuertes dosis de espiritualidad, fuertes dosis de oración, de hacer y de dejarnos hacer.

En la portada del libro aparece un altavoz formado por personas. ¿Por qué habéis elegido esta imagen?

Porque queríamos expresar precisamente la idea de un altavoz colectivo. Un altavoz formado por un montón de gente distinta en distintas situaciones, que quieren ser voz de algo nuevo, de un mundo nuevo, de una nueva convivencia en medio de una realidad eminentemente difícil.
Es una voz que intenta denunciar que nada está escrito para siempre y que, como dijo Machado, «hoy es siempre todavía».

 

Otros titulares:

-La indignación es un valor eminentemente personal, que nos cambia la vida y que nos acerca a los seres humanos, y que no solamente nos lleva a la protesta, sino también a la propuesta
-El Dios en el que creemos los cristianos no es un Dios impasible, no es un Dios apático, sino todo lo contrario: es un Dios lleno de pasión, y que se compadece de la gente que sufre
-La época que estamos viviendo se caracteriza por ser el fin de los caminos únicos
-El Papa Francisco está dinamizando, por no decir dinamitando, la rígida estructura de la Iglesia
-En la España de hoy, Jesús estaría donde hemos aprendido a verle en los Evangelios: con la gente que sufre
-Dejar los temas que tienen que ver con el compromiso, con la justicia y con el trabajo por los demás exclusivamente en manos de Cártas, ha sido una deriva irresponsable por parte de los cristianos
-Trabajar por los demás es consustancial al cristianismo, tanto como ir a misa
-Los cristianos de Colón buscan estar ahí con su bandera defendiendo los valores tradicionales y que se note que son muchos. Los cristianos que estuvieron en la Puerta del Sol, con los indignados o los movimientos antiglobalización, buscan mezclarse con la gente y ser levadura de masa

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

Lo más leído