Se creyó a sí mismo con la misión de salvar a España, y eso lo convirtió en un personaje tan potente como peligroso
(Irene López Alonso).- «Si estoy hoy aquí, es porque ya he perdido el miedo», confesó José Bono en la presentación de «Rouco, La Biografía no Autorizada«, escrito por José Manuel Vidal y editado por Ediciones B. Y las palabras del ex presidente del Congreso de los Diputados parecieron ser el epílogo de la obra que se presentaba. El final feliz de una historia abonada con el sufrimiento de «tanta gente buena que ha dejado la Iglesia o se ha alejado de la fe por haberse sentido estigmatizada», como dijo el político socialista. «Ya hemos perdido el miedo a que nos echen de la Iglesia», repitió.
La teóloga Isabel Gómez Acebo también describió en su ponencia ese miedo imperante en la Iglesia española durante la «era Rouco», caracterizada por la inclinación del cardenal hacia los movimientos neoconservadores (que, al fin y al cabo, «eran quienes aportaban fondos, llenaban sus manifestaciones y llevaban candidatos a los seminarios», como señaló Gómez Acebo) y por la propia convicción de Antonio María Rouco Varela «de que Dios le puso en su puesto para devolver a España su esencia católica«.
Ese «mesianismo» es uno de los rasgos que José Manuel Vidal también destacó durante su intervención: «Se creyó a sí mismo con la misión de salvar a España, y eso lo convirtió en un personaje tan potente como peligroso», afirmó, con la confianza de haber recorrido la vida del cardenal durante más de 600 páginas, y estar ya de vuelta de esa expedición con varias incógnitas desveladas y unas cuantas conclusiones.
Y es que «Rouco, La Biografía no Autorizada» no es, como dijo José Bono, «la clásica biografía de obispo, que suelen ser tesis pagadas por universidades católicas o hagiografías de las que se escriben en tres meses». Se trata de un libro detallado, rigurosamente documentado, necesario y valiente, como coincidieron todos los ponentes.
Una biografía que comienza narrando la infancia del cardenal Rouco y sus años de estudiante, «en ese seminario frío y húmedo de Galicia, sin ninguna presencia femenina», explicó Gómez Acebo, tratando de dilucidar las circunstancias que marcarían para siempre la vida del cardenal. «En un contexto así, o te entregas a la homosexualidad, o cortas el árbol de los afectos y te vuelves un desabrido. Eso parece que fue lo que le pasó a nuestro cardenal», analizó la escritora. Diagnóstico que parece compartir en parte el ex ministro de Defensa José Bono, quien criticó que la Iglesia española «haya estado enfermizamente preocupada por el sexo».
Bono, que como miembros del Partido Socialista ha tenido que enfrentarse a «los ánimos anticlericales» y como cristiano se ha acostumbrado a percibir «cómo en la Iglesia ven mi socialismo como una verruga, como algo que se acabará cayendo», tendría varias páginas que añadir, quizás, a la biografía del cardenal Rouco.
«Mi madre me enseñó que ser cristiano es seguir a Cristo, no a Martínez Camino«, repitió ayer durante la conferencia, recordando el episodio en que dirigió esas palabras al por entonces secretario de la Conferencia Episcopal, quien le había tildado de católico «impostor» por haber votado a favor de la ley del aborto del Gobierno de Zapatero. La misma ley que, irónicamente, el Partido Popular acaba de desistir de reformar y que por tanto mantiene, sin que ningún obispo amenace por ello con la excomunión a sus dirigentes.
«La gran oposición a Zapatero no fue la derecha, fue Rouco», analizó José Manuel Vidal en su intervención. Afirmación que parecían demostrar las cartas amenazantes y el expediente de excomunión del que había hablado anteriormente José Bono. Y es que, aun compartiendo con el resto de ponentes la idea de que los «afectos agarrotados» del cardenal de Madrid son una de las claves de su personalidad y de su trayectoria, Vidal afirmó que «la gran tentación de los eclesiásticos no es el sexo, sino el poder».
Y así, en clave de poder, es como revisa la vida de Rouco en una exhaustiva biografía en la que, casi imperceptiblemente, llega un momento en que se produce un punto de inflexión. ¿Cómo pudo pasar Rouco de impulsar el Concilio Vaticano II y apoyar a los teólogos más renovadores, a pretender «limpiar de mala hierba» la Iglesia, según un modelo único, compacto y sin fisuras? La respuesta que da José Manuel Vidal, tras el minucioso examen de la vida del cardenal, es clara: «El cambio se produjo en cuanto olió el poder».
El problema es que, como apuntó Isabel Gómez Acebo, a veces en la Iglesia «el poder se puede disfrazar de servicio».
A los últimos coletazos de ese poder desproporcionado estamos asistiendo actualmente, según Vidal, al observar cómo el cardenal Rouco Varela se aferra a la más palpable de sus prerrogativas: su casa. El palacio episcopal de la calle San Justo, en el que el cardenal jubilado resiste como un «okupa», demostrando su obcecación hasta el último momento.
«Genio y figura, hasta la sepultura», ironizó la teóloga Gómez Acebo, recordando también el último discurso público del cardenal, durante el funeral de Adolfo Suárez, en el que sugirió la posibilidad de que en España estallara una nueva Guerra Civil.
Según Vidal, estas reacciones desesperadas se explican porque, al final de su vida pública, «está viendo que su modelo de Iglesia se viene abajo, pero que quien lo está echando abajo es, para colmo, el jefe supremo». Es decir, el Papa Francisco, uno de los responsables de que cristianos como José Bono ya no tengan miedo de presentarse en público como creyentes, y de que tanta gente a la que se dejó orillada en las esquinas respire ahora la libertad y la sinodalidad de una Iglesia «hospital de campaña».
Por eso Bono desea que monseñor Osoro tome posesión de la sede de Madrid «humildemente, como él es, pero también completamente», y por eso José Manuel Vidal dedica su libro «a todos los que han resistido durante tantos años, subversivamente».
Y es que «Rouco, La Biografía no Autorizada» no es una obra escrita con afán de revancha, pero en cierto modo sí de justicia. Justicia hacia quienes han perseverado en una «mística de la resistencia activa», en palabras del autor, mientras su Iglesia les marginaba y les maltrataba.
Justicia que ha de rehabilitar ahora la memoria de todas esas personas, «parteras de la primavera de Francisco«, como epílogo necesario para la historia de la Iglesia de España.
Porque aunque el final sea feliz, no deben olvidarse las páginas difíciles.