Con su empeño por la independencia política como telón de fondo, se entienden mucho mejor las críticas que se han lanzado a Al-Azhar por oponerse al repetido llamado del actual presidente, Abdulfatah Al-Sisi, a "renovar" el discurso religioso
(Cameron Doody).- Moderado, tolerante, abierto. ¿Qué significan estas etiquetas que se suelen aplicar al islam de Al-Azhar, institución en la que el Papa dará un discurso este viernes en su primer día en Egipto? Enfocarlas solo en el contexto de su resistencia al fanatismo religioso es perder de vista otra batalla importante en la que se ha visto inmersa por más de cincuenta años: la lucha por rebatir la cooptación de la religión por la política.
Un punto de inflexión trascendental en la historia de Al-Azhar -la universidad-mezquita más importante del mundo suní que cuenta con más de mil años de trayectoria- viene en 1961, año en el que el entonces presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser, decide confiscar todos los bienes de Al-Azhar y así poner fin a su independencia financiera e ideológica. La ley que impulsa Nasser abole asimismo al Consejo de Eruditos que desde antaño elegía al Gran Jeque de la institución, cargo que pasa en 1961 a ser prerrogativa del presidente. Un tercer elemento de la reforma de Nasser evidencia aún más su objetivo. Establece un nuevo Consejo Supremo de Al-Azhar, organismo que cuenta con miembros no clericales, dejando claro que el Estado quiere que Al-Azhar incorpore perspectivas seculares en su teología.
La ley de Nasser es la que rige el destino de Al-Azhar durante los próximos cincuenta años, hasta que en 2012 -dos días antes de que el parlamento controlado por los Hermanos Musulmanes asuma el poder- el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas la enmiende. La Jefatura de Estado interina -que había tomado las riendas del país tras el derrocamiento del ex-presidente Hosni Mubarak– acuerda reinstituir el Consejo de Eruditos que elegía al Gran Jeque. El que ostentaba por entonces este cargo -y lo sigue ostentando a día de hoy- es Ahmed Al-Tayeb, y el hecho de que militaba en el partido de Mubarak, y era (y es) un firme opositor a los Hermanos Musulmanes, explica la razón por la que las autoridades militares también deciden, en su reforma de última hora de la ley, datar el cargo de Gran Jeque de carácter vitalicio.
Con su empeño por la independencia política como telón de fondo, se entienden mucho mejor las críticas que se han lanzado a Al-Azhar y Al-Tayeb por oponerse al repetido llamado del actual presidente, Abdulfatah Al-Sisi, a «renovar» el discurso religioso como parte clave de la lucha contra el terrorismo. Servirá para aclarar lo que está en juego en este enfrentamiento la polémica sobre la reforma a la ley del divorcio que quiere poner en marcha el presidente pero a la que se oponen tanto los salafistas -musulmanes extremistas- como los «moderados» de Al-Azhar, si bien por diferentes razones.
A principios de febrero, Al-Sisi preguntó públicamente a Al-Tayeb: «¿No podemos tener una ley que prohíbe los divorcios no acordados por un tribunal?». Se refería el mandatario a la posibilidad que tienen los hombres egipcios, bajo la ley sharia, de divorciar sus esposas verbalmente, diciendo tres veces la palabra talaq («te divorcio»).
Sameh Abdel-Hamid, un líder salafista, objetó a la propuesta, diciendo que la autentificación de los divorcios mediante los documentos escritos de un tribunal no fue nunca la práctica del profeta Mahoma, y como tal jamás ha formado parte de la jurisprudencia musulmana. Mediante un comunicado, Al-Azhar también se opuso a la propuesta de Al-Sisi, pero observó a su vez que el aumento en el número de divorcios en el país en el que el presidente se apoyó para lanzar su propuesta fueron ya divorcios debidamente autentificados. En otras palabras, la institución insinuó que el presidente quería usar las estadísticas para distraer la atención de su fracaso a la hora de satisfacer las necesidades más imperantes de la gente. «La gente no necesita que se cambie la legislación sobre el divorcio», dijeron en su comunicado los miembros del Consejo de Eruditos: «más bien necesitan medidas que aseguren su bienestar», tales como mejores sistemas de educación y sanidad.
No es que Al-Tayeb y los otros eruditos de Al-Azhar no quisieran que baje la cada vez más alta tasa de divorcios en Egipto. Simplemente buscaban que el Gobierno asumiera tanto su parte de la culpa por la situación como el fracaso de sus políticas sociales. Tampoco recurrieron, en su oposición al presidente, al ejemplo del profeta, de igual modo que los extremistas: más bien se apoyaron en una lectura religiosa pero a la vez socio-cultural de la realidad egipcia.
Ejemplos de la resistencia de Al-Azhar al intrusismo del Estado abundan. Otro caso vino en 2016, cuando el Gobierno de Al-Sisi buscaba que todos los imanes del país predicaban el mismo sermón durante las oraciones de los viernes. Medida que, alegaron, aseguraría que no se propagara material extremista en las mezquitas. Valientemente, Al-Azhar resistió de nuevo al Gobierno: no porque quería que se extendiera el terrorismo, sino porque, a su juicio, no debe ser tarea del Estado elaborar las homilías.
Ante la visita del Papa este viernes a Al-Azhar, mayor parte de la atención sobre esta institución se ha puesto sobre la incógnita de hasta qué punto puede resistir al extremismo islamista, personificado no solo por el salafismo y los Hermanos Musulmanes a nivel local sino también, en última instancia, por el wahabismo de Arabia Saudita.
Algunas informaciones dan por probado que en los últimos años los Hermanos Musulmanes han conseguido infiltrarse en la institución, pero es de vital importancia recordar, en el contexto de su lucha contra el intrusismo del Estado, que muchas de estas denuncias vienen de medios pro-gubernamentales. Y he aquí el otro lado de la batalla por un islam «moderado» por el que ha apostado el Papa Francisco con su visita a Egipto: la de la religión no al servicio ni del extremismo ni de la política.