No hay que preocuparse por lo que venga cuando uno viaja a Tierra Santa. La ilusión, la emoción y las sorpresas ya vienen por sí solas
(Cameron Doody, enviado especial a Nazaret).- Peregrinos a Tierra Santa. Eso es lo que nos sentimos los cuatros compañeros de la prensa española de información religiosa los que hemos llegado este viernes para disfrutar de Israel, invitados por el Ministerio Israelí de Turismo y Air Europa. Un viaje de seis días lleno de visitas guiadas y entrevistas, pero también -y cómo no- de la más calurosa hospitalidad y acogida.
Junto con el editor jefe de la Cope, Faustino Catalina, con el editor jefe de Mundo Cristiano, José María Navalpotro, y con el redactor de Alfa y Omega, José María Ballester, he hecho esta mañana el vuelo que une Madrid con Tel Aviv, y el servicio de Air Europa ha sido correctísimo. Llegamos justo a la hora de comer, pero dada nuestra apretada agenda nada más aterrizar hemos continuado enseguida con nuestro viaje. Nos reunimos con nuestro guía para estos seis días, David Hefets, y él nos ha conducido los 115km de camino hasta Nazaret, ciudad en la que nos alojaremos esta noche, en el Golden Crowne Hotel.
Viajando por una muy moderna autovía que une hasta (casi) Beerseba en la mitad del país hasta (casi) Acre en el norte, hemos podido apreciar diferentes pueblos y ciudades que evidencia el boom económico que está experimentado Israel actualmente, según nos ha comentado nuestro guía. David no ha dejado de divertirnos durante la hora y media que hemos tardado con episodios históricos, anécdotas curiosas con sabor israelí y otras observaciones suyas sobre la vida en general. Como la del granjero israelí que una vez se enfrentó a un granjero tejano que había conocido de visita en el país. El americano estaba alardeando del tamaño de su finca allí en Estados Unidos, comparado con la que tenía el hebreo, y decía que ni conduciendo de mañana a la noche le dio tiempo para recurrir su extensión entera, cuando en cambio el israelí tenía solo cinco o seis hectáreas. Tan rápido como un rayo, el israelí le contestó: «Yo tenía una de ese mismo tamaño, pero la vendí la semana pasada».
Con toda la riqueza histórica, cultural y religiosa que hay en Israel, la anécdota no parece tener la más mínima trascendencia. A mí, sin embargo, me ha gustado mucho, porque son estas cosas las que te mantienen en tierra firme. Muy fácil sería sentirme totalmente abrumado por la cantidad de detalles que ya he visto, escuchado y sentido, como por ejemplo mi primera vista esta tarde en el coche, a lo lejos, del monte Tabor, monte de la Transfiguración.
Emociona, y tanto, sentirte tan cerca de algo que no sabes definir, y con este paso hacia una desorientación te sientes cerca del desbordamiento total. Pero ¿dónde se siente más cerca de la Sagrada Historia, si es que sentirme cerca a esta es la esperanza que tengo para el viaje? ¿En las expectativas y presiones que uno se hace para que sus primeras experiencias de Tierra Santa sean perfecta? ¿O en la camaradería que se construye entre personas compartiendo una experiencia especial juntos? Ya entiendo, y solo en mi primer día aquí, que no hay que preocuparse por lo que venga cuando uno viaja a Tierra Santa, o por exprimirle en cada momento el máximo partido. La ilusión, la emoción y las sorpresas ya vienen por sí solas.