La gente no entiende cómo [las fuerzas de paz de la ONU] puedan portar armas y sentarse en sus vehículos a solo quinientos metros a donde los rebeldes están entrando en sus casas y aterrorizándolos
(Cameron Doody).- El conflicto en la República Centroafricana (RCA) «no es un conflicto religioso entre musulmanes y cristianos», sino «un conflicto militar y político». Esta es la precisión que acaba de hacer el cardenal arzobispo de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, quien denuncia que en el país «se está haciendo un uso malo y manipulador de la fe y la religión para fines políticos».
Nzapalainga -que se ha cosechado un gran respeto tanto dentro como fuera de las fronteras de la RCA por sus constantes esfuerzos a favor del entendimiento entre cristianos y musulmanes- ha declarado en una entrevista con DW que la Iglesia, lejos de ser partidario en la guerra que azota al país desde hace meses, «está de lado de todos aquellos que están afectados por esta violencia».
«Estamos consolándolos, ayudándolos, apoyándolos como cualquier madre», ha afirmado el purpurado. «Y la Iglesia denuncia estos crímenes y la violencia en nombre de las víctimas», por lo que «instamos a todas las partes involucradas a renunciar a sus armas y volver al diálogo».
«La Iglesia no tiene armas», ha recordado Nzapalainga. «Nuestra arma es la palabra, que dirigimos a las mentes y corazones de la gente para convencerles».
Respeto a este carácter no religioso sino «militar y político» de la guerra en la RCA -matiz que no siempre han captado los medios internacionales que informan sobre el conflicto- el cardenal ha explicado que «por un lado, tenemos gente con armas y, por otro, los políticos que hacen declaraciones sobre el conflicto». Factores que han contribuido a esta situación actual en la que «se está haciendo un uso malo y manipulador de la fe y la religión para fines políticos». Incluso cuando se han dado casos -de los que el del obispo español de Bangassou, Juan José Aguirre, es quizás el más famoso- de «cristianos protegidos por imanes y musulmanes protegidos por sacerdotes». «Esta es nuestra manera», ha dicho el purpurado, «para dejar claro que esta no es una guerra religiosa».
Mirando hacia el futuro, el cardenal Nzapalainga ha señalado que «para poner fin a la crisis, todos aquellos que son armadas tienen que desarmarse y aceptar que tienen que sentarse a la mesa y hablar los unos con los otros». «Tienen que enterrar el hacha de guerra» -así de claro- para que funcione la hoja de ruta hacia la paz diseñada por la Unión Africana.
Condición sine qua non que no será para nada fácil de lograr, especialmente cuando, en palabras del arzobispo de Bangui, una dificultad apremiante ahora «es que la gente no sabe qué hacer primero». «Siempre han convivido con las armas», ha explicado, «y no saben cómo proceder. Es por eso que tenemos que buscar alternativa, para que la gente no se desespere sino que sepan por dónde tirar». O lo que es peor, el impedimento añadido que las fuerzas de paz de la ONU -la Minusca- no esté cumpliendo con su misión.
«Exigimos que los que vienen a nosotros para crear la paz cumplan con esta tarea», ha declarado Nzapalainga. «La gente no entiende cómo [las fuerzas de paz de la ONU] puedan portar armas y sentarse en sus vehículos a solo quinientos metros a donde los rebeldes están entrando en sus casas y aterrorizándolos».
Pero aún si las fuerzas de paz se convirtieran en una auténtica fuerza de protección con la que pudiera contar la población, advierte el cardenal, «la comunidad internacional no debe mantenerse indiferente a lo que está pasando en la República Centroafricana». «Vivimos en tiempos de globalización», ha recordado, solemnemente, y por eso «lo que nos pasa a nosotros también afecta a la gente… en el hemisferio norte».