"Centroáfrica se desangra en una guerra civil abyecta", grita el obispo

Monseñor Aguirre: «Bangassou vive recibiendo puñetazos en la nariz por todos lados»

"Mujeres violadas, familias perdidas, gente desubicada, niños de las milicias con sangre en las manos..."

Monseñor Aguirre: "Bangassou vive recibiendo puñetazos en la nariz por todos lados"
Juan José Aguirre, obispo de Bangassou

Yo también pierdo el norte de vez en cuando. Llegamos a convicción de que nos han llegado a robar todo menos la fe

(Juan José Aguirre, obispo de Bangassou).- Centroáfrica se desangra en una guerra civil abyecta. El estado fallido que la gobierna es como un náufrago agarrado a un madero en el mar que otea el horizonte esperando un Aquarius que lo saque del abismo. Curiosamente, los navíos que vienen al rescate son muchos y poderosos. Porque el olor de los diamantes y del oro les atrae como el aroma embriagante del hachís.

La diócesis de Bangassou, como la mitad de las diócesis en éste país desnortado, vive recibiendo puñetazos en la nariz por todos lados. Queremos ser nosotros mismos pero la guerra nos mete el pánico en el cuerpo y toda prestancia se desvanece. Nos sumerge de lleno en el Cristo del Calvario, abatido y torturado. Hay Comisiones para el diálogo, grupos de encuentro, mujeres por la paz, Justicia y Paz y tantos otros grupos. Hay gestos de reconciliación en cada barrio. Pero si los agresores no salen del país, estos roerán desde dentro todo esfuerzo por la paz. Y, al día de hoy, todos siguen aquí, protegidos y amparados por países fuera de Centroáfrica. Las comunidades rezan con fe pero se avanza a paso de tortuga.

Ahora Bangassou es una diócesis ocupada por extranjeros, muchos de ellos con cabellos de trenzas, gafas de sol, armados de kalashnikovs. Una ráfaga de arma pesada te paraliza como la picadura de un escorpión. Nosotros y nuestra gente sencilla somos polvo y arena para ellos.

Violentos y chiflados ocupan barrios enteros, escupen cuando pasas. Tenemos aún 1500 musulmanes, repescados en mayo del 2017 de una muerte segura por degollamiento, acogidos en el Seminario Menor San Luis, a 50 metros de la catedral. Entonces les salvamos la vida pero hoy nos dan muchas tribulaciones a causa de un grupo de radicales armados que paralizan el campamento de refugiados y tienen a todo aquel que no es musulmán como un enemigo.

Yo también pierdo el norte de vez en cuando. Llegamos a convicción de que nos han llegado a robar todo menos la fe. Y para ello no hay más que mirar al Jesús del Calvario, el inocente sacrificado, el que pierde todo perdonando, el que nos enseña el camino de trascender lo vivido y mirar la realidad con fe y esperanza.

Monseñor Aguirre en la escuela católica de Bangassou, ahora escuela para niños musulmanes

 

Desde 2017, inmerso en la vorágine, se pierde la calma y el sosiego. Recogiendo cadáveres para hacer una fosa común, se bloquea la mente. Quedándose en silencio abrazando niños hasta que las ráfagas paren, la sangre se hiela y la adrenalina puede contigo. Pero después de la tempestad llega la calma, y con ella la confianza y el sosiego en Dios. Sin Él no eres nada y nada puedes. Te hundes en profundidades, en inmersión como la rana, para coger fuerzas y cargar las pilas. Si luego vuelves a la cruda realidad, ya vas de otro talante. Es la fuerza de la oración.

Miles de personas en Bangassou, en uno de los 4 campos de desplazados internos, están heridas en el alma. Mujeres violadas, familias perdidas, gente desubicada, niños de las milicias antibalakas (atbk) con sangre en las manos, perdida la inocencia y sin saber distinguir entre la vida y la muerte. Jóvenes criminales no musulmanes en estado de shock… Miles de catecúmenos a relocalizar, matrimonios divididos por la guerra… Y también sacerdotes noqueados por las amenazas de muerte, por las intimidaciones, por la guerra en estado puro y la violencia ciega de los criminales, monjas huidas, que han sido atacadas y profanadas, que intentan reconcentrar sus miradas en la mirada de Cristo crucificado, monjas sin comunidad, monjas divididas entre la caridad y la apatía. Sacerdotes con la mirada perdida, a los que la oración alimenta poco… Personas con las pasar página y volver a reconstruir la esperanza y el futuro.

Las noticias en España hablan de inmigrantes recogidos en el mar, de quién se los queda, de quién paga a Marruecos para que los devuelva al desierto para que se mueran de sed… Leo que tienen que pasar 9 barreras de negreros y mafias de otros africanos criminales con Rolex en las muñecas, antes de llegar a la patera de la playa o a la balsa con motor para los más pudientes, en las playas de Tánger… El obispo Mgr Agrelo no para de denunciar cómo se pisotean sus derechos fundamentales. Un problema grave mientras Europa quiera que sus fronteras sean infranqueables, pues detrás de las vallas de Ceuta hacen cola muchos miles de otros «intocables» dispuestos a llegar o a morir.

Entre los que llegaron a Valencia en el barco de Médicos sin Fronteras, por una vez, que será la última, con fanfarrias y ministros, había una mujer centroafricana con un bebé. Dijo a la tele que escapaba de la «guerra de Centroáfrica». Es una madre. Una de entre el 1.100.000 refugiados centroafricanos: 650.000 en el Chad o el Camerún y 550.000 desplazados internos que luchan por sobrevivir, como estos 1500 que tenemos en el Seminario de Bangassou. Fijaos que no son 100, o los 600 que llegaron a Algeciras, o los 18.000 que han llegado en pateras a nuestras costas rozando por chiripa ser uno más en la fosa común del Mediterráneo. Os hablo de 1.100.000 solo en Centroáfrica. Uganda ha acogido ya a 1.200.000 sudaneses del Sur que huyen de la guerra civil en su país sin un dólar en el bolsillo que les incite a pensar en el temible desierto del Sahara y en las playas de Ceuta. Y así podríamos hablar de los 53 países del continente africano.

Issa, niño musulmán del campo de desplazados en el seminario de Bangassou


Porque, aunque parezca mentira, inmigrantes o traficantes, aprovechados o simplemente depredadores extranjeros, están llegando a Centroáfrica de todo calibre y nacionalidad. Es nuestra propia ración de inmigrantes. Y no solo inmigrantes o refugiados que huyen del Congo o del Sudan y encuentran en Centroáfrica un mísero país de acogida.

Hemos visto llegar en 2013 miles de mercenarios armados hasta los dientes (musulmanes radicales Seleka) que han reventado el país. Ahora, 18 señores de la guerra extranjeros con olor de pólvora en las manos y de diamantes en las narices, han despedazado el país en una guerra civil sin cuartel y lo quieren dividir en dos, con una parte mirando a la Meca para gloria del Islam y las materias primas de minerales dispuestas para viajar a Arabia Saudita y sus países acólitos. Robo de diamantes y oro sin pasar aduana, simplemente, dicen, porque Dios es misericordioso con los suyos. Ladrones de gente pobre a los que el gobierno español pone alfombra roja cuando vienen de visita o de recreo.

Desde entonces hemos visto llegar a miles de chinos que han construido un puente y un hospital y han recibido por ello concesiones de minas de oro en el sur del país y que ya explotan con maquinaria moderna y miles de trabajadores chinos (inmigrantes de guante blanco) que llegan con los papeles firmados desde Pekín, sonrisa ancha y manos libres de cámaras de fotos. Porque estos no vienen a hacer turismo.

En 2014 llegaron 12.000 soldados de la Onu que hacen y deshacen a su antojo. Un día se arriesgan por salvar a civiles y otro se arrugan de una manera vergonzosa. Muchos tienen experiencia y buena voluntad, pero en lo alto de la pirámide tienen salarios de 10.000 € mensuales y lo suyo, en un país tan pobre como el nuestro, es una maquinaria faraminosa de hacer dinero, con una logística de alto standing, sin deseo de terminar lo que están haciendo porque más que una misión, todo tiene pinta de un gran «business» que nadie quiere que concluya.

Hace unos meses se colaron sin hacer ruido la gente de Putin, mercenarios rusos para poner de pie la armada centroafricana. Soldados españoles de EUTIN los están también formando desde hace varios años pero sin armas, debido a un embargo que Naciones Unidas impuso a Centroáfrica. Putin se las ha arreglado con rodear el embargo y los forma con armas. Aterrizan sus Antonovs cargados de armas, municiones y camiones, en un aeropuerto privado a 80 km de Bangui porque los soldados franceses que vigilan en aeropuerto Bangui M’Poko no quieren verlos aterrizar allí. Ahora han formados ya a 500 Faca (Fuerzas armadas centroafricanas). Allí donde llegan, soldados armados centroafricanos encuadrados por mercenarios rusos, la gente los aclama ridiculizando a los cascos azules de la Onu. En Bangassou hace dos meses fue el delirio y un gran berrinche para el señor de la guerra nigeriano que controla la región.

Ahora, además de familias enteras de funcionarios sirios huidos de su país, que esperaban, o aún esperan en la isla de Lesbos que Alemania se los lleve como refugiados, están llegando a Centroáfrica cientos de jóvenes pirados y brutales huidos de Raqa, último bastión del ISIS en Siria. Escapados por la frontera del Líbano y a través de Libia y Chad, están desembarcando en el p.k. 5, barrio musulmán de Bangui. Sencillos comerciantes musulmanes tienen ahora que convivir (o ser rehenes) de radicales fundamentalistas. Viven sentados sobre una bomba. Son los nuevos «inmigrantes» que llegan a Centroáfrica sin papeles, de la peor calaña, escondidos en camiones de ganado. Llegan sin pasar aduana con el único deseo de meter fuego en Bangui apenas los radicales wahabitas del Golfo Pérsico chasqueen los dedos dando el o.k. para buscar kamikazes que se inmolen en la puerta de un hospital infantil para gloria del Islam.

Como dice la canción: «Oh Dios no durmáis, ¡no durmáis! Pues que no hay paz en la tierra».

Mg Juan José Aguirre
Bangassou 23 agosto 2018


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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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