Cuenta Ignacio Domínguez en El Correo que las dificultades de Ratzinger para desenvolverse en los grandes actos se le suponen, porque siempre debe soportar la terrible comparación con Juan Pablo II. Para un pontífice que prefiere escribir, leer, conversar cara a cara, trabajar en su despacho, los eventos públicos son un desafío, pero es que además ayer tuvo la suerte en contra.
El viento le recibió de entrada con el ya famoso bofetón de aire nada más bajar del avión, pero también derribó ni más ni menos que el propio símbolo de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Se trata de la gran cruz de madera que Wojtyla entregó a los jóvenes en la primera edición de estos encuentros, en 1987, para que pasara como un testigo de país en país a lo largo de los años.
El incidente ocurrió a primera hora de la tarde, cuando un grupo de operarios colocaba la cruz en la proa del catamarán en el que navegó el Papa por la tarde. Una fuerte racha de viento desestabilizó la cruz mientras la izaban a bordo y, tras desplomarse en el suelo, uno de sus brazos quedó roto.
En un principio cundió el pánico, porque la cruz debe acompañar al Papa en todos los actos y siempre está en lugar visible, pero enseguida se optó por una solución de emergencia. Le colocaron una placa metálica para sujetar de nuevo el brazo roto y cuando Benedicto XVI subió a bordo ya estaba en su sitio.
La proa de este barco debe tener mal fario, porque a escasos metros también presentó problemas la butaca donde se tenía que sentar el Papa. Alguien tuvo la feliz idea de probarla antes del acto y comprobó que una pata estaba rota y bailaba. De nuevo, remedio de urgencia: varios voluntarios fueron corriendo a un hotel de lujo y pidieron prestado un sillón. Le dieron uno muy sobrio empleado en bodas y banquetes, que cumplió perfectamente su función.