Visita al pequeño Buda del Nepal

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Ocho meses sin comer ni beber

RD, Domingo, 22 de enero 2006
Cuenta F. López-Seivane en El Mundo que Ram tiene 16 años y miles de budistas peregrinan para contemplarle.Lleva ocho meses inmóvil junto a un tronco. El lunes, el periodista viajó hasta esta perdida aldea de Nepal para ver cuánto había de cierto en el niño hibernado. Casi lo toca. La única señal de que sigue vivo: le crecen las uñas y el pelo.

Recostado exánime sobre el tronco, lejos de esa imagen de firmeza, centramiento y serenidad que suele transmitir la postura meditativa, el joven parece un cadáver andrajoso, un muñeco abandonado, sucio y gris. El pelo le cubre ya media cara, tapándole los ojos; las manos reposaban flácidamente sobre el regazo y, de no haber sido por el magnífico tronco que le sujeta, creo que su cuerpo hace tiempo que habría rodado por el suelo. Nadie diría, al verle, que está dormido, tal es el grado de laxitud de sus músculos, sino más bien hibernado.

Frente al joven Ram revivo la imagen de la plaza Durbar de Katmandú, en las escalinatas de cuyos templos se sentaban no hace mucho los hippies a fumar hachís y donde Bertolucci filmó algunas de las más memorables escenas de El pequeño buda. En aquellas piedras escalonadas empecé también el viaje que me ha traído a las junglas del sur, al otro lado de la cordillera, en pos de un adolescente que, para muchos, ya es el pequeño buda de Nepal.

Hay un largo camino hasta llegar a Ratanpuri, aldea perdida a orillas del río Bagmati. Muchas horas de traqueteo por infernales pistas de montaña que bordean abismos de infarto. Todo sea por ver al adolescente de 16 años que lleva ocho meses meditando en la selva sin comer ni beber y ha despertado un culto que se expande sin parar.

Los devotos y curiosos acuden en masa, la gente da donativos, el lugar vive una explosión económica..., pero a nadie parece preocuparle el hecho de que un joven esté bordeando límites desconocidos de la resistencia humana y poniendo en riesgo su propia vida por realizar una cuestionable hazaña espiritual.

Para mayor enredo, la madre del pequeño lama se llama como la de Gautama Buda, Maya Devi, y algunos ya quieren ver aquí un signo insoslayable de que el destino está jugando sus cartas.A la buena mujer, una campesina que ha traído al mundo nueve hijos, le dio un desmayo cuando se enteró de que su tercer varón, Ram, había escapado al bosque y pensaba pasarse seis años meditando bajo un árbol.

Le rogó que volviera a casa. «Si no dejáis de molestarme, me quedaré 20 años, en lugar de seis», fue su seca respuesta. Ahora, la familia se sienten orgullosos del protagonismo adquirido por el muchacho. Como lo están todos los comerciantes de la comarca que nunca tuvieron mejor negocio. El director del hotel Avocado, el más próximo al lugar, a unos 60 kilómetros de distancia, asegura que su ocupación se ha incrementado un 10% con clientes venidos sólo a ver el fenómeno, y en Katmandú, una agencia de viajes, Vista Travel, ya propone el Living Buda Tour, incluyendo una meditación junto al ascético buda.

PICADURAS DE SERPIENTE

Mientras, a Ram, el pelo y las uñas le siguen creciendo. Ha dado otras señales de vida. Su primo Prem Lama, un año mayor, que le cuida desde el primer momento, me cuenta que el séptimo día, harto de que la gente acudiera a tocarle y pellizcarle, se levantó y se perdió en la espesura. Regresó al día siguiente, eligió para sentarse un árbol contiguo al anterior y trazó un amplio círculo alrededor, lo que fue interpretado como que no quería que nadie se le acercara. El cambio de árbol pudo, o no, haber sido inocente, pero lo cierto es que el nuevo emplazamiento le ha situado en un lugar más visible desde la distancia.

65 días más tarde, el buda accedió a mudarse de ropa e intercambió por primera vez unas palabras con su primo. No volvió a romper su silencio ni a dar señales de vida hasta pasados cuatro meses.Dijo que había sufrido dos picaduras de serpiente sin consecuencias y que quería que se organizara allí la celebración de un gran festival religioso.

Las gentes del pueblo, desbordadas por el flujo de visitantes y ante la perspectiva de un evento que podía atraer a decenas de miles más, decidieron organizarse. Se nombró una comisión de 18 miembros, presidida por un agricultor, Bed Badhur. Se vallaron los accesos, se alambró el círculo protector trazado por el lama, de unos 25 metros de radio, se levantó otra cerca paralela, varios metros más atrás, que nadie podría traspasar, y se adornó todo con banderitas de colores. Los peregrinos accederían de cinco en cinco y dispondrían de apenas 20 segundos.

Un monje local, Sanu Kancha Lama, pasó a coordinar los aspectos espirituales con el lamasterio de Lumini, ciudad natal de Buda, que a su vez nombró una comisión de 11 monjes para supervisar todo. Así el clero se ocupó del asunto. No el Gobierno. Hizo oídos sordos cuando la comisión, por carta, llegó a sugerir que la Royal Academy of Sciences de Nepal investigara y emitiera un informe, siempre y cuando las pruebas se hicieran sin tocar al buda.

Así que todo ha quedado en manos de los lamas. Enviaron al médico del monasterio para certificar que el chico está bien, que se trata de un auténtico fenómeno espiritual de dimensiones incalculables (Buda pasó menos tiempo en contemplación y con menos austeridades).

El río Bagmati, un inmenso cauce seco en esta época, es ahora un gran aparcamiento. Una barrera de bambú bajo el enorme arco de tela roja que da la bienvenida a los visitantes nos impide el paso. Dejamos el todoterreno y seguimos a pie varios kilómetros entre añosos árboles antes de llegar a otro arco también rojo.Nadie va más allá con zapatos.

Ultimos 300 metros.

No se oye ni una voz. El camino acordonado obliga a atravesar un árbol hueco, que al parecer el pequeño buda cruzó el día que se adentró en el bosque. Junto al tronco aparece la primera urna para donativos. Al final, el sendero se detiene ante una portilla. A partir de ahí, se deja pasar con cuentagotas a pequeños grupos que pueden permanecer sólo unos segundos ante la figura que medita impasible 30 metros más allá. Es el momento de las lágrimas. Por un gesto especial del lama Sanu Kancha, y tras vencer no pocas reticencias, se me permitió acercarme hasta unos tres o cuatro metros del buda, algo que nadie por allí recuerda haber visto desde los primeros días.El raro privilegió me dejó ver las cosas muy de cerca. Más que impresionarme, la visión del chico cobijado en la oquedad del árbol me sobrecogió.

En el budismo no es infrecuente que un renunciante se retire a una cueva a meditar, desnudo y casi sin comida, hasta que alguien le recoge y le atiende en su recuperación. Pero en Oriente hay que andarse con cautela: la leyenda ronda la historia y nunca se sabe donde acaba la una y empieza la otra.

NI FRIO NI CALOR

De ser cierto lo que relatan los grandes meditadores budistas e hindúes, llega un momento en que la consciencia desborda los límites del cuerpo y se hace infinita. El meditador no siente el calor ni el frío ni el hambre ni el tiempo. Se encuentra en un estado de bienestar y conocimiento inefables que no desea abandonar. Cuando vuelve a la vida es un ser iluminado.

Pero en la práctica no se tiene registro alguno que verifique estos hechos. Ni siquiera creo que la ciencia pueda hacerlo, más allá de medir la frecuencia de las ondas cerebrales o las constantes vitales. Quizá por eso, la increíble hazaña del pequeño buda plantea un apasionante reto a los científicos. No se trata ya sólo de saber si una persona puede vivir tanto tiempo sin comer o beber. En condiciones normales sabemos que no, pero, ¿y si se pudiera reducir al mínimo el consumo de energía, como algunos animales en hibernación?, ¿no podría inducir la meditación estados semejantes al sueño profundo o al coma? Mientras escribo este reportaje, alguien me llama al teléfono, la conversación se prolonga y al regresar a mi trabajo, el ordenador ha suspendido sus funciones, entrando en hibernación. ¿Quién dice que, en determinadas circunstancias, el cuerpo no sea capaz de suspenderse hasta nueva orden?

Al anochecer, el joven lama que cuida al buda me alcanzó con su bicicleta y se sentó a cenar conmigo al borde del camino.Me contó que Dorje (el nuevo nombre espiritual que el chico recibió en la India) se había sentido desde niño muy atraído por la vida espiritual. Peregrinó a Lumini con 14 años y más tarde pasó uno y se consagró como lama en el monasterio de Dehradun (India).Al poco de su regreso, una noche desapareció. Hasta que su hermano mayor lo halló meditando bajo un árbol.

En Nepal nadie duda de que hay un nuevo iluminado. Entre los reticentes se encuentran aquellos que querrían tener evidencias científicas que explicaran el fenómeno. Difícil, porque la organización que lo controla todo en su entorno no permite que nadie se le acerque ni le toque. Sin saber cómo ni por qué, estas 18 personas parecen haberse adueñado del chico y de la selva: impiden el paso de vehículos, han vallado y limpiado una franja de bosque público, obligan a descalzarse a todo el mundo y controlan los numerosos donativos que llegan de todas partes. Preguntado por este punto, el presidente de la organización por toda explicación me muestra un papel, no mayor que un billete de metro, con las cuentas de los últimos cuatro meses escritas en nepalí: entradas: 801.519 rupias. Salidas: 372.790 rupias. Total: 428.720 rupias (unos 6.000 dólares).

Cada día que pasa, el mito crece. En una cultura que ha dado a los Upanishads, el Ramayana o el Bhagavad Guita, los milagros son cosa cotidiana, algo que tiene que ver con otras dimensiones de la conciencia y supera las limitaciones de lo conocido. Por eso me malicio que el interés de los científicos por Rama terminará más centrado, en vez de en aprender alguna cosa, en tratar de explicar lo inexplicable. Ya se sabe que a las gentes de fe lo que les gusta es el misterio y no que se lo destripen.