Jon Sobrino defiende la coherencia de la Teología de la Liberación

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«La salvación no está en Roma»

PD/Efe, Miércoles, 13 de junio 2007

Cuenta Isabel Urrutia en El Correo que más de la mitad de la humanidad se acuesta con la muerte llamando a su puerta: 3.000 millones de personas malviven con un dólar al día. Un horror contra el que lleva luchando más de 30 años el jesuita de origen vasco Jon Sobrino, afincado desde 1957 en El Salvador. Allí es profesor en la Universidad Centroamericana Simeón Cañas y representante de la Teología de la Liberación, que arrancó a finales de los años 60 en Latinoamérica y asume como prioridad el compromiso con los más desfavorecidos.

«En ellos está la salvación, en sentirse parte de la familia humana que padece. No hay nada más valioso que la fraternidad, llamar hermano y hermana a nuestro prójimo. Donde falta ese sentimiento, no hay humanidad...», reflexionaba ayer en Bilbao Jon Sobrino.

En vísperas de la conferencia que ofrece esta tarde en la capital vizcaína, el jesuita abordó sin rodeos más de un tema espinoso. La reciente 'notificación' del Vaticano que ponía en tela de juicio dos de sus obras -por hacer especial hincapié en la humanidad de Jesús y no tanto en su divinidad- no ha hecho mella en sus convicciones. «Estoy acostumbrado, llevo recibiendo amonestaciones de la jerarquía desde hace tres décadas... Y debo decir que entiendo el papel de Roma, como comprendo el que tienen los obispos, teólogos y las universidades. Ahora bien, en última instancia, lo que realmente me disgustaría sería que la cocinera de mi casa no me considerara un hombre de bien». Y apostillaba: «La salvación no está en el Vaticano, sino entre los más humildes: ayudarles no sólo es una exigencia, sino una oportunidad para ser humanos de verdad».

«No me he sentido solo»

Bilbaíno, aunque nacido en Barcelona hace 69 años, nunca ha perdido el hilo de los acontecimientos en Euskadi y siempre se ha mostrado dispuesto al debate. También con Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal Española, que le ha aconsejado recientemente «caminar con humildad en la unidad y concordia de la fe y no ir como un sublime aislado». Ante esta recomendación, el teólogo vasco puntualizaba ayer que, en su dilatada trayectoria, nunca se ha sentido «solo» y tampoco se ha cerrado al diálogo. «Blázquez y yo seguimos siendo amigos, así que, cuando quiera, me gustaría explicarle un poco más mi labor».

Fiel a su destino -la defensa de los desheredados de la tierra-, no busca la confrontación «con nadie», sino hacer ver en todo su esplendor «el potencial humanizador» de la figura de Jesús. «En un mundo enfermo que hace del capital el motor de la Historia, sus palabras caen como agua de mayo. Hoy más que nunca hay que tener presente lo que decía en las Bienaventuranzas: 'Dichosos los que tienen compasión, pues Dios tendrá compasión de ellos'. Y si no..., ¿olvídense!».

Ante una sociedad ferozmente materialista, sin más meta que el enriquecimiento desmedido, Jon Sobrino apela a las enseñanzas de su compañero Ignacio Ellacuría. «Sigue vigente lo que dejó escrito en su último artículo, antes de que lo mataran en 1989: 'Como alternativa, hay que oponer una civilización de austeridad compartida, donde el motor de la Historia sea el trabajo y la solidaridad'». Y Jon Sobrino no ceja en ese empeño, escribiendo y participando en foros, sin retroceder en ningún momento porque tiene la esperanza de que «el egoísmo estructural que impera se acabe rompiendo gracias a los que nada tienen».

Contra la indiferencia

Una señal de que va por buen camino es el propio término de Teología de la Liberación, «acuñado entre los pobres de América Latina» y heredera directa, recalca, del Mensaje de Cristo. «El concepto de liberación aparece en las Escrituras, cuando se nos explica que la fuerza de Dios reside en el poder para devolver la vista a los ciegos, hacer caminar a los tullidos, liberar a los cautivos... Del dolor compartido nace esa fuerza. ¿A Dios se le remueven las entrañas ante el sufrimiento!».

El religioso tuvo un recuerdo para quienes han seguido la senda que él, Ellacuría y Jon Cortina, entre otros, han ido marcando. Personalidades como monseñor Romero, acribillado en 1980 mientras oficiaba una misa en San Salvador, y otros muchos «asesinados por parecerse a Jesús» han dejado en América Latina un ejemplo de humanidad extraordinaria, consagrada a los más necesitados, que «no debemos olvidar». Aunque su sacrificio no fue en vano y la gratitud del pueblo mantiene viva su memoria, Jon Sobrino alertó ante la indiferencia de quienes dan la espalda a esta realidad y «pueden seguir, día tras día, sin enterarse de nada». La injusticia social clama al cielo «y no veo voluntad para cambiar nada», lamentó.

Con todas las cautelas, «porque se trata de un problema sumamente complejo», Jon Sobrino no eludió la pregunta sobre el papel de la Iglesia ante el conflicto vasco. Antes de entrar en valoraciones, no obstante, dejó bien claro que su experiencia no le otorga un conocimiento mayor del tema: «Me suelen decir que lo de El Salvador y esto se parecen mucho..., pues bien, no es así». En Euskadi, expone, «todo el mundo da la vida por supuesto», mientras que en Centroamérica la miseria condena a mucha gente a la muerte desde el mismo día en que nacen.

Dicho lo cual, fiel a su compromiso con el mundo que le rodea, reconoció que vería con buenos ojos la intervención de la Iglesia en el panorama vasco, «por la sencilla razón de que es una entidad que no está para ganar votos, tiene la mirada más limpia que los partidos políticos». En su opinión, con ese paso al frente debería abrirse un camino largo y necesario: «¿Hay que invertir en humanización!», clama. La clave está en hacer ver a la población «el fondo del conflicto, de todos los conflictos, que no es otro sino la quiebra de la fraternidad».

La brecha entre unos y otros se presenta como una herida difícil de cerrar, pero, aun así, hay que intentarlo porque «si no podemos considerarnos hermanos, no hay humanidad....». Optimista y lleno de esperanza, también recomienda trabajar por las utopías -«aunque ya no se hable de ellas»- y valorar la importancia del perdón. «Esto último debe entrar en la cabeza. Hay personas que deben pedir perdón y dejarse perdonar».