Sube el precio de las hostias por el encarecimiento del trigo

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Comulgar se pone muy caro

RD, Domingo, 7 de octubre 2007

La guerra del pan tiene sus víctimas colaterales. La escalada del trigo encarece la tradicional «pistola» y dispara los precios de las hostias. En Francia ya han subido un 25%. En España se espera una subida inminente. Comulgar se pone caro. Como el pan (nuestro) de cada día.

Todo sube. Hasta el pan de los ángeles. El aumento del precio del trigo no sólo ha puesto en pie de guerra a agricultores, productores y consumidores por el alza de la barra de pan. Como si de una víctima colateral se tratase, la escalada de la harina está percutiendo directamente en el precio de las hostias: las formas para la comunión. «Hemos tenido que redondear los precios hace poco, pero si, como dicen, sube más la harina y el pan, nosotras también tendremos que subir aún más los precios de las formas», reconoce la madre Pilar (en la foto de la derecha), segunda del convento de las clarisas capuchinas de Manresa. Su monasterio es una de las mayores factorías de hostias de España. Fabrican unas 55.000 diarias, que venden tanto en España como en el extranjero.

El redondeo en cuestión ha sido hasta ahora leve -aunque la subida fuerte se prevé para 2008-, alrededor de un 2,5%: la bolsa de 500 hostias para los fieles ha pasado de costar 3,9 a 4 euros. Y lo malo es que el precedente de Francia no invita al optimismo. En el país vecino la subida ha sido del 25% y los precios son dignos de un auténtico boom. Quinientas formas cuestan ya en Francia 8,75 euros, más del doble que en nuestro país.

Comulgar se pone caro. Como el pan (nuestro) de cada día. Según el último dato del IPC, la tradicional pistola de pan ha subido un 6% en lo que va de año, aunque en muchas panaderías el aumento haya sido de tres o cuatro veces más. «El precio del pan está liberado desde 1988. Por eso la competencia es feroz y se pueden encontrar barras de pan entre 0,4 y 0,9 euros, independientemente del peso de la barra y del tipo de harina», asegura José María Fernández, presidente de Ceopan, el colectivo más importante en España con 14.000 panaderos asociados. Y los consumidores, por supuesto, no ganan para sustos. Hace unos días, un colectivo de panaderos andaluces anunciaba que el pan podría subir hasta un 40% por culpa de la subida del trigo. «Es mentira -rebate Jesús Ribera, responsable técnico de cereales de la cooperativa Asaja-. Aunque la harina ha subido entre un 20 y un 40%, su repercusión en el precio final del pan no debería superar el 10%. Por encima de ese porcentaje ya no se debe al trigo».

Una conjunción de factores ha contribuido a que el color dorado del cereal más primario reluzca más que nunca. Por un lado, las malas cosechas de países tradicionalmente trigueros -sobre todo en el este de Europa- por inundaciones y sequías; el aumento de la demanda en los grandes países asíáticos, India y China -que se han hartado de comer arroz- y, por el otro, el repentino interés de las grandes compañías energéticas por el biodiésel, que se fabrica principalmente con cereales, han cambiado el panorama en sólo unos meses.

Que se lo digan a Custodio. Si lo llega a saber habría dado alguna utilidad a esos barbechos. Eso pensó cuando, en agosto, le llamó un amigo de la cooperativa del pueblo, en la ribera del Duero burgalesa, y le dijo: «¿Sabes a cuánto nos han pagado el kilo blando de trigo? ¡A 40 pesetas (0,25 euros)! Casi el doble que el año pasado. Y este año tenemos los graneros llenos».

Para las víctimas colaterales, sin embargo, no se trata de una cuestión de precio. En el negocio de las hostias todo queda en casa de la Iglesia. Tanto la fabricación como el consumo. Tanto la oferta como la demanda. «No tenemos competidores porque no es una actividad muy rentable. Las formas son para lo que son y los sacerdotes, que son los que las compran, tampoco andan muy sobrados de dinero», explica la monja de Manresa.

Y eso que el mercado sigue siendo millonario en consumidores. Según las cifras más recientes de la Conferencia Episcopal, no menos de 8 millones de fieles van a misa todos los domingos. Y muchos de ellos (no se sabe la cifra exacta) comulgan y, por lo tanto, consumen hostias. «Nuestras ventas se mantienen más o menos estables. Quizá porque hoy casi todos los que van a misa comulgan. Antes iban más pero comulgaban menos», dice, con la autoridad de la veteranía, la madre Pilar.

Con picos, como cualquier negocio. Los conventos que fabrican hostias hacen su agosto en el mes de mayo, época de las primeras comuniones, y durante lo que llaman los «tiempos fuertes» litúrgicos: Cuaresma, Semana Santa y Navidad. Y no digamos si viene el Papa. Entonces las cifras se disparan. En los dos días que duró la última visita de Benedicto XVI a Valencia se consumieron más de dos millones de hostias.

Muchas procedían del convento de las madres agustinas de Medina del Campo. Llegan a fabricar unas 60.000 al día y las venden por toda España, especialmente en Madrid, Málaga, Palma y Toledo. Viven de eso desde hace más de 40 años. Y lo aprovechan todo. Tanto las formas, como los recortes, que venden en paquetes. «A los niños les encantan», dice la madre Marina. Ella misma explica que el secreto, como rezaba el famoso eslogan, está en la masa: «La harina de las hostias no es una harina normal y corriente. Se trata de un trigo especial. Harina de pasteleros, que es más suave y más blanquita que la que utilizan los panaderos. Nosotras la compramos en la fábrica La Ventosa de Benavente, donde utilizan unos filtros especiales. Tiene que pasar una semana en reposo y, después, se amasa en las máquinas».

Por supuesto, sin conservantes, colorantes, ni añadido alguno, tal y como especifican las normas del Derecho Canónico. «Los ingredientes para hacer los paneles de hostias son siempre los mismos: 25 kilos de harina y 25 litros de agua, a partes iguales». Unos ingredientes que son el sustento físico y espiritual de las 14.498 monjas de clausura españolas que se reparten en los 931 monasterios españoles. La madre Pilar es clara: «Vivimos de la fabricación de las formas. Sin pasar penurias y sin lujo alguno, como corresponde a nuestro estilo de vida de siervas del Señor».