Martínez Camino, primer obispo jesuita de la Historia en España

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Obispo, por fin

RD, Viernes, 16 de noviembre 2007

«Doy gracias al cardenal de Madrid y al Papa. Me maravilla y me conmueve que hayan pensado en este pobre hombre». Así ha agradecido ante la prensa Juan Antonio Martínez Camino (Santa Cruz de Marcenado, 1953) su nombramiento como obispo auxiliar de Madrid. Un nombramiento que le convierte en la mano derecha del purpurado madrileño y en el primer jesuita de la Historia que alcanza la mitra en España. Todo un hito, para él y para el cardenal Rouco Varela.

Hubo y hay muchos jesuitas obispos. En la actualidad, 92. Pero siempre en países de misión. Nunca en países de cristiandad, a no ser en casos excepcionales, como el del cardenal Martini, nombrado por Juan Pablo II arzobispo de Milán. Una ley no escrita que la Compañía mantuvo siempre. Ni siquiera el cardenal Tarancón, que mantenía hilo director con el Papa Pablo VI, consiguió el placet de los jesuitas para la mitra de su valido y mano derecha, José María Martín Patino.

Pero lo que no consiguió el cardenal de la Transición lo ha obtenido Rouco. En una demostración más, si cabe, de su influencia en Roma. Un poder evidente en tiempos de Juan Pablo II y que algunos creían ver mermado con el nuevo Papa.

Hace años que el cardenal de Madrid deposita una confianza especial en el padre Camino. Es su asesor áulico, su consejero mediático, el que le escribe los más importantes de sus discursos y el que le aconseja en sus grandes decisiones. Y, por supuesto, el que controla, desde su puesto de secretario general y portavoz, la Conferencia Episcopal Española.

Para premiar a su hombre de confianza, el purpurado madrileño promovió su nombre (es el único cardenal español miembro del dicasterio romano de los Obispos, que preside su amigo, el cardenal Re) para el puesto de secretario de la Congregación de Educación católica. Con Camino en este estratégico puesto, a Rouco le sería más fácil conseguir su sueño de convertir la Facultad de Teología San Dámaso en una Universidad católica y, además, promovía al jesuita a la dignidad arzobispal.

Pero la Compañía puso el grito en el cielo y, cuando el nombramiento ya estaba preparado en Añastro, Roma dio marcha atrás. Y Rouco perdió una batalla, que no la guerra. Porque, a cambio de la derrota romana, le dobló el pulso a los jesuitas en España, que no tuvieron más remedio que aceptar el nombramiento episcopal de uno de sus miembros en situación especial.

«Soy jesuita y pertenezco a la provincia de Castilla de la Compañía», dijo el preconizado Camino. Pero lo cierto es que lleva desde el verano de 2001, fecha en la que se retiró a la hospedería de la Trapa de Dueñas, fuera de la Compañía sin abandonarla jurídicamente; en situación de excedencia. De hecho, hace años que no vive en una casa de los jesuitas, como es preceptivo en la orden, sino en el convento de las Cruzadas de Santa María, cerca del Retiro. Y hace años también que no enseña en la Universidad de Comillas de los jesuitas, sino en la Facultad de San Dámaso del arzobispado de Madrid.

Tras su nombramiento, Camino sigue siendo jesuita, pero pasa a tener un estatus jurídico especial. Y como él mismo dijo en rueda de prensa, «sólo me debo al Santo Padre». Y al cardenal Rouco. Porque la elección de auxiliares es atributo exclusivo del obispo residencial. Y, de hecho, el nombrado se convierte en auxiliar del que lo elige. Aunque, lógicamente, el Papa lo refrende. Y, como aseguró el propio Camino, «sin tener que pedir autorización a nadie». Aunque precisó: «Puedo sospechar que ha habido consultas con la Compañía. De hecho, el padre General ya lo sabía ayer».

En una rueda de prensa montada expresamente en la Casa de la Iglesia un sábado (día en el que la Casa de la Iglesia permanece cerrada), otro de los obispos auxiliares de Rouco, Fidel Herráez, se prestó a hacer la presentación de su nuevo compañero. Alabó su “experiencia y su preparación”, agradeció su “disponibilidad” y pidió, en nombre del cardenal, a la Iglesia diocesana que lo reciba “con fe, apertura y afecto”.

Camino consigue la mitra y acumula una mayor dignidad en vísperas de la reunión Plenaria del episcopado. Como secretario sale reforzado, pero su nombramiento episcopal podría volverse como un boomerang tanto contra él como contra su arzobispo. “A los prelados no les gusta que Rouco y Camino acumulen tanto poder y podrían hacérselo pagar reeligiendo a Blázquez en las próximas elecciones episcopales del mes de marzo y despidiendo a Camino dentro de un año”.

Pero Martínez Camino no se plantea esas cuestiones por ahora. “Hay tiempo”, dijo. Y aseguró que sabe la noticia desde al pasado día 5 de noviembre y que considera su nombramiento como un “un estímulo para empezar a ser santo. A imagen y semejanza de la Compañía que tiene más santos (50) que cardenales (40)”. Así sea.

El «apologeta de la fe» con guante de seda

Desde que el 18 de junio de 2003 consiguió, promovido por Rouco, el puesto de secretario general y portavoz del episcopado, se venía cantando la mitra para este asturiano, nacido en Santa Cruz de Marcenado (Siero-Asturias) el 9 de enero de 1953. Unos dicen que tardó mucho y otros, demasiado poco. Y es que el padre Martínez Camino no deja a nadie indiferente. O se le quiere o se le odia. Otros dicen que hay que temerlo.

Su fama de hombre polémico lo persigue desde siempre. Unos lo tachan de duro, capaz de asegurar que «el error no tiene derechos». Otros dicen que, fiel a sí mismo, estuvo dispuesto incluso a «inmolar» su carrera por el bien de la Iglesia. En línea con la mística jesuítica de los soldados del Papa. Es un jesuita suaviter in modo, fortiter in re (suave en la forma y duro en el fondo).

Más bien frío y capaz intelectualmente. Un hombre con profundas convicciones, que no se casa con nadie. Algunos le llaman el «apologeta de la fe». Siempre dispuesto a partirse la cara dialécticamente con quien sea por defender la Iglesia y los valores cristianos, desde sus tiempos del bachillerato (1964-1970) en el Pontificio Seminario Menor de Comillas (Cantabria).

En la Universidad de Valladolid obtuvo, en 1976, la Licenciatura en Filosofía y Letras. Cursó los estudios teológicos institucionales en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid (1980). En la Theologische-philosophische Hochschule Sankt Georgen de Frankfurt del Main obtuvo el grado de doctor en Teología (1990) con una investigación ecuménica sobre W. Pannenberg y E. Jüngel.

Ingresó en el noviciado de la Compañía en 1974, recibió la ordenación sacerdotal en 1980 e hizo la profesión solemne en 1992. Su ascenso al estrellato clerical comienza en 1993, cuando es nombrado director del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Desde ese puesto expedientó a muchos teólogos españoles y se ganó la confianza del cardenal de Madrid, que lo catapultó como la «cara mediática» de la Iglesia.

Como secretario y portavoz, por sus manos pasan los informes más delicados de la institución. De verbo fácil y sobrado ante los medios, intenta dar brillo a la deteriorada imagen pública de la Iglesia. Sin conseguirlo del todo. O eso es, al menos, lo que dicen las encuestas. Ahora, con la mitra, quizás le sea más fácil incluso codearse con los ministros y negociar con el Gobierno socialista, con el que no mantiene buena sintonía.