Peter-Hans Kolvenbach, General de los jesuitas

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La Iglesia debe oponer principios a la cultura light»

La Nueva España, Domingo, 6 de enero 2008

Será la primera vez en la historia que se retira voluntariamente un general de los jesuitas, el "Papa negro", como tradicionalmente se le conoce por ser la segunda persona de mayor relieve en el catolicismo, tras el Romano Pontífice, o "Papa blanco". Para presentar dicha dimisión, Kolvenbach ha tenido que obtener el permiso del papa Benedicto XVI, quien ha autorizado la celebración de la 35a Congregación General de la orden que se reúne mañana para elegir a un nuevo general y examinar la marcha de la Compañía.

De 79 años, reservado pero dialogante, asceta y espiritual, Peter-Hans Kolvenbach forjó su carácter y estilo de gobierno en contacto con las tradiciones orientales del Líbano, donde ha transcurrido buena parte de su vida. Nace en 1928 en Druten, Países Bajos. Ingresa en 1948 en la Compañía y estudia Filosofía y Lingüística. En 1958 es destinado al Líbano, donde cursa Teología y estudia armenio. Precisamente se ordena sacerdote por el rito cristiano armenio. En el Líbano vive circunstancias dramáticas, como la guerra civil o los bombardeos sobre la Universidad de Beirut. Varios jesuitas son asesinados o secuestrados en aquella época.

En 1981, el padre Arrupe lo nombra rector del pontificio Instituto Oriental de Roma. Sucederá al general vasco en 1983, tras un delicado periodo en el que, tras sufrir Arrupe una trombosis, Juan Pablo II interviene la Compañía con el nombramiento de dos delegados personales suyos. Kolvenbach conoce once lenguas y las domina en diferentes niveles. Ése fue uno de los factores de su elección como general, además de su templanza, de forja oriental, para los momentos cruciales.

-Hace cuarenta años, los jesuitas eran 36.000 en todo el mundo; hoy, unos 19.200. ¿Hasta cuándo se producirá esta disminución?

-La disminución de miembros de la vida consagrada es palpable. El hecho de que exista una opción de servir a la Iglesia, no sólo en la vida sacerdotal o religiosa, sino también como miembros de movimientos eclesiales, es una explicación parcial del fenómeno. Pero no deberíamos olvidar que la vida religiosa es un don del Espíritu a la Iglesia. Y un don no se mide sólo en términos cuantitativos. La disminución numérica de religiosos y religiosas también nos ayudará a interpretar mejor el llamamiento que hemos recibido del Señor, no sólo para hacer, para llevar a cabo un trabajo apostólico, sino principalmente para sersus discípulos. "Todavía se publican, con éxito, libros de administración de empresasinspirados en San Ignacio. El número de jesuitas en el Vaticano, además de los 93 obispos y 10 cardenales, constata que la Santa Sede no perdió nunca la confianza en la Compañía.

-¿Cómo tratan de promover vocaciones a la Compañía?

-Nosotros, los jesuitas, tenemos actualmente millones de estudiantes en nuestras instituciones educativas y podríamos aumentar considerablemente el número. Pero antes de hacer eso tenemos que preguntarnos si es eso lo que el Señor nos pide en este momento como servicio a los fieles y a la Iglesia. Juan Pablo II estaba persuadido de que un modo eficaz de promover las vocaciones consiste en imitar al Señor cuando se dirigió a los primeros discípulos con una simple invitación: venid y ved. El Santo Padre añadió con una sonrisa: ´Espero que haya algo que ver en las comunidades de religiosos y en sus actividades...´.

-La Compañía está ensayado fórmulas para que laicos y laicas colaboren con ella en sus trabajos apostólicos. ¿Cómo se va a articular esa colaboración?

-El futuro y la calidad de nuestra labor apostólica en todos los campos dependen, en gran parte, de la colaboración con laicos y laicas. Ciertamente, necesitamos su asistencia para continuar nuestra misión. Sin embargo, esta imperiosa necesidad no debería ser la razón primordial de la colaboración. El padre Arrupe nos pedía que fuéramos hombres para los demás, para los otros. Esto nos mueve a querer ser para los demás, con los demás. Con los otros querríamos llevar a cabo nuestra responsabilidad apostólica. No se puede negar que se ha hecho un notable progreso en este campo. Pero sin duda la Congregación General examinará lo que se ha conseguido, lo pesará y explorará el modo de intensificar esta participación apostólica para que, como el Señor nos ha enseñado, seamos hombres para los otros con los otros.

-La condición de frontera de la Compañía, la pluralidad de sus miembros e incluso un cierto punto de disidencia, ¿han sido aceptados por la Santa Sede o habrá tormentas periódicas?

-A lo largo de la historia de la Compañía hay claras muestras de que los jesuitas queremos ser como San Pablo anunciando al Señor en la plaza pública de Atenas: en situaciones límite. Nos hemos sentido llamados a las fronteras entre fe y ciencia, fe y cultura, fe y justicia, y de este modo encarnar el corazón de la Iglesia en esas regiones fronterizas del espíritu humano. Los papas, vicarios de Cristo en la tierra, nos han mandado siempre, comenzando por los tiempos de San Ignacio, a estas situaciones donde los límites no están claramente definidos. Pensemos, por ejemplo, en San Francisco Javier: solo, en un trabajo de adelantado, en situaciones desconocidas, pisando un terreno que no aparecía en nuestros mapas... No puede juzgarse extraño que en esas circunstancias se actúe de modo que suscite dudas y levante malentendidos. Pero, con humildad, los jesuitas se han esforzado por mantener que, en definitiva, el Santo Padre, como pastor universal, tiene la última palabra.

-Benedicto XVI ha pedido a la Compañía mayor dedicación a la Filosofía y a la Teología. ¿En qué se concretará?

-En efecto, Benedicto XVI nos ha recomendado que no descuidemos la tradicional dedicación de la Compañía a los estudios de Filosofía y Teología, ciencias intrínsecamente ligadas a la cultura de nuestro tiempo. A la cultura light que prevalece en el mundo moderno, la Iglesia tiene que proponer sólidos principios filosóficos y teológicos, en un lenguaje que sea inteligible a nuestros contemporáneos. El predominio del vehículo visual que caracteriza el momento actual podría hacernos tímidos a la hora de proponer el rigor de una reflexión profunda, tanto filosófica como teológica, que brota de la voz de la revelación y de la tradición, campo privilegiado de la teología.

-Usted ha sido descrito como asceta y espiritual, pero ha gobernado la Compañía,la institución más racional dentro de la Iglesia,a su vez fundamentada en un largo esfuerzo racional, teológico y dogmático. ¿Queda hueco para la espiritualidad oriental en la que usted se ha formado?

-Todavía hoy se publican, con éxito, libros que tratan de administración de empresas, planificación y eficiencia que se inspiran en los escritos de San Ignacio. No hay duda de que Ignacio fue un adelantado en la administración de una institución que estaba presente en varias partes del mundo y exigía implicarse en relaciones internacionales. Los ejercicios espirituales se dirigen, ciertamente, a una realidad espiritual distinta de la realidad de la vida cotidiana. Pero el ímpetu de los ejercicios va dirigido a la contemplación de los misterios de la vida de Cristo, que lleva consigo la conversión interna, fruto de esa identificación con la vida de Cristo. La espiritualidad oriental fomenta una privilegiada atención a la contemplación. Pero no será una verdadera espiritualidad cristiana si no está encarnada en un modo de vida según la vocación y misión de cada uno.

-El nombramiento del padre Federico Lombardi al frente de la oficina de prensa del Vaticano, ¿representó el retorno del Papado a la confianza en los jesuitas?

-Sería suficiente una simple constatación del número de jesuitas que participan directamente en el trabajo del Vaticano, además de los 93 obispos y 10 cardenales, para caer en la cuenta de que la Santa Sede no ha perdido nunca la confianza en la Compañía. Esto no quiere decir que esta confianza no sea compatible con una censura pública cuando uno u otro teólogo jesuita haya podido desviarse del pensamiento teológico de la Iglesia.

-La Congregación General 35, máximo órgano de gobierno de la Compañía,comienza el próximo 7 de enero. ¿Qué espera usted de ella?

-Espero que la Congregación cumpla el objetivo que San Ignacio señala para ella: la elección de un superior general y el discernimientopara poner a punto la misión de la Compañía. Dada la estructura de la Compañía, la elección del superior general entra en lo que San Ignacio consideraba ´cuestiones de mayor momento´. Ignacio trazó con mano firme la línea vertical a través de la cual llega hasta el jesuita de a pie la voluntad de Dios interpretada por el superior general. Esta línea vertical no es dictatorial: se cruza con la horizontal en la que participan un amplio número de miembros de la orden, desde superiores locales hasta las personas concretas a las que van dirigidas las decisiones del prepósito general. El fin de esa conjunción vertical-horizontal es "discernir" en forma dialogada hasta encontrar juntos la voluntad de Dios. Este modo de gobierno es una alternativa ignaciana al gobierno capitularde las órdenes religiosas tradicionales. El otro punto de mayor momentoes el examen de las luces y sombras que pueda haber en la Compañía, buscar su remedio y poner al día la misión a la que estamos llamados. Nadie se hace ilusiones de que a pesar de la calidad de los miembros que participan en la Congregación podamos llegar a una solución definitiva de los problemas que acucian a la Iglesia y a la Compañía. Pero, con la gracia de Dios, queremos afinar la actividad apostólica de los jesuitas. Es una misión que nosotros deseamos recibir directamente del que es vicario de Cristo en la tierra; porque el jesuita es un hombre en misión, que se ha ofrecido para anunciar al que es el origen de toda vida humana y que es también su definitiva finalidad.

-Se han hecho públicos, en diversas ocasiones, los problemas que han tenido algunos jesuitas con la Santa Sede o con jerarquías eclesiásticas locales por planteamientos doctrinales o pastorales.¿Es inevitable que surjan estas incidencias?

-Que surjan algunas dificultades de ese tipo no debería sorprendernos si tenemos en cuenta las palabras que dirigió a la Compañía Pablo VI el 3 de diciembre de 1974, cuando exhortó a los jesuitas reunidos en Congregación General a continuar en la fidelidad de nuestros antecesores. Palabras que recibimos con humilde reconocimiento. Nos dijo el Papa en aquella ocasión: ´Dondequiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y de primera línea, en los cruces de ideologías, en las trincheras sociales, ha habido o hay confrontaciones entre las exigencias del hombre y el mensaje cristiano, allí han estado y están los jesuitas´. Estar en las trincheras, en la vanguardia de la misión de la Iglesia, lleva consigo estar expuestos a peligros que no siempre superamos con gallardía.