Juan Rubio, director de la revista Vida Nueva

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“Dame, Señor, la fe de mi madre, que no sabía teología”

Vida Nueva, Jueves, 3 de julio 2008

“La Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, con la preceptiva autorización de la Permanente, ha hecho pública una nota de “clarificación” al libro Jesús. Aproximación histórica, de José Antonio Pagola. La Comisión, casi al inicio de la Nota, se excusa sin que nadie se lo pida: “No se pretende juzgar las intenciones subjetivas del Autor, y menos aún, su trayectoria ­sacerdotal”. Peligra la fe de los lectores. A nadie parece interesar que muchos de ellos hayan encontrado entre las páginas de este libro al Jesús de la compasión y de la misericordia…”

Preguntaron una vez a Pío IX qué opinaba sobre Ernest Renan. El Papa Mastai dijo: “¿Renan? Oh, qué estrella caída del cielo”. Su Vida de Jesús acababa de ser condenada pero, con aquella ­respuesta, la persona quedaba salvada. La Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, con la preceptiva autorización de la Permanente, ha hecho pública una nota de “clarificación” al libro Jesús. Aproximación histórica, de José Antonio Pagola. La Comisión, casi al inicio de la Nota, se excusa sin que nadie se lo pida: “No se pretende juzgar las intenciones subjetivas del Autor, y menos aún, su trayectoria ­sacerdotal”. Peligra la fe de los lectores. A nadie parece interesar que muchos de ellos hayan encontrado entre las páginas de este libro al Jesús de la compasión y de la misericordia, sin detenerse en las ­disquisiciones expuestas en el grueso de la Nota. Conozco algunos que, después de leer el libro, se han acercado a las páginas del Evangelio con ojos nuevos. La dinámica iniciada puede llevarnos a ver condenados libros ya vendidos y hasta descatalogados, escritos incluso por teólogos ya enterrados. ¡Peligrosa dinámica!

En un gesto de benevolencia, la Nota reconoce que el libro “tiene aspectos positivos que hacen agradable la lectura”, aunque, insistencia muy curiosa, no hay que confundir “el rigor científico con el lenguaje sencillo y divulgativo”. Tan importante es el estilo que Jesucristo (sic Jesucristo; no Jesús) lo cuidó con pulcritud, hablando a sus discípulos en parábolas, con estilo divulgativo y sencillo, huyendo del lenguaje científico para no caer en la trampa de los que buscaban en su boca palabras para condenarlo. ¡Y con todo, lo condenaron! En Jesús, el lenguaje y el estilo fueron muy importantes y una de las bazas metodológicas más atrayentes para que la gente quedara “admirada”.

La Comisión ha considerado que la edición contiene errores y, habiéndose tomado su tiempo, deciden intervenir clarificando postulados y conclusiones que pudieran crear confusión; pocos, la verdad. Están en su derecho. El mismo autor se avino a las correcciones sugeridas en diálogo con teólogos y prelados. Matizó e introdujo cambios. Hay quienes, empecinados con saña muy extraña, insisten en revisar la edición ya revisada. Así las cosas, los lectores están avisados y el confusionismo, si es que lo hubiera, desaparecería.

Como resultado queda otro confusionismo de más calado y más preocupante. La fe de los sencillos y débiles se zahiere y mancilla con este nuevo ejemplo de división entre los obispos, con este bofetón a un hermano en el Episcopado, con esta insistencia tan trasnochada; por estas formas tan poco suaves. Eso sí escandaliza, y mucho, a los sencillos que, sin entrar en coloquios bizantinos de galgos y podencos, sufren ante estas actitudes.

A nadie escapa, por último, que el empecinamiento por sacar esta Nota, al parecer atenuada a última hora y no suficientemente debatida, es un aviso para navegantes. Habrán de tener cuidado poetas y novelistas al hablar de Jesús, porque el lenguaje culterano puede confundir al pueblo. Un cuidado exquisito habrá que tener para escribir, pensar, hacer Teología, escribir en revistas de pensamiento. No quisiera acabar con la Carta a los Hebreos, como hace la nota episcopal. Me merece un gran respeto. Prefiero acabar recordando la oración que un buen amigo tenía en las guardas de su Biblia de Jerusalén en los años de juventud abierta y lúcida mientras estudiábamos Teología en una Iglesia “sin leyes ni comedias”, que decía la canción: “Dame, Señor, la fe de mi madre, que no sabía Teología”.