El filósofo inglés Francis Bacon en sus Ensayos advertía que «algunos libros se catan, otros se tragan, pocos se mastican y se digieren»
(Cardenal Ravasi).- «El tiempo de leer, como el tiempo de amar, dilata el tiempo de vivir». (Daniel Pennac). El filósofo inglés Francis Bacon en sus Ensayos advertía que «algunos libros se catan, otros se tragan, pocos se mastican y se digieren».
De todos modos él estaba convencido de que sus contemporáneos leían libros, por lo menos los afortunados que no eran analfabetos. Sin embargo, -es inútil repetirlo- entre nosotros hay libros, incluso demasiados, en las escuelas se enseña a todos a leer, pero la práctica de la lectura siempre es escasa.
Por esto, en el atrio del arco cronológico de las vacaciones, quiero invitar a ese ejercicio que no tendría que ser ciertamente acrítico, como enseña Bacon, pero que es necesario.
Lo hago con las palabras de un autor muy popular en Francia, Daniel Pennac (en realidad nació en Casablanca, Marruecos, en 1944), que con sus novelas ha luchado precisamente por devolver a los adultos el placer de la lectura, dedicando al tema incluso un libro, Como una novela (1992), de la que saco la cita.
Si queremos que la vida se alargue, tenemos, pues, que descubrir ese placer interior que nos abre a espacios y tiempos, y nos adentra «más allá», superando toda realidad, aunque permanezcamos sentados tranquilamente en casa.
Claro está que no todos los libros son iguales: un célebre colega de Pennac, Marcel Proust, avisaba rápidamente que «los verdaderos libros no son hijos de la luz y de la charlatanería, sino de la oscuridad y del silencio».
Sí, porque -volviendo al consejo de Bacon- las obras auténticas están destinadas a alimentar el espíritu, a estimular la inteligencia, a exaltar la fantasía, y no todos los escritos cumplen ese cometido, como sucede en cambio, por ejemplo, con el «libro» por excelencia, la Biblia, llamada en hebreo Miqra’, es decir la «Lectura».