La doble moral de la diplomacia vaticana con los dictadores de todo plumaje y especie no es algo nuevo
(Juan Pablo Somiedo).- Si hay un país que ha estado en el centro informativo durante los últimos meses, ese es, sin lugar a dudas, Siria. La cruenta guerra civil entre los partidarios del dictador Al-Assad y los rebeldes ha ocupado cientos y cientos de portadas con imágenes de muerte y destrucción.
A pesar del apoyo explícito de China y Rusia en la Asamblea de Naciones Unidas por medio de su derecho a veto y el no tan explícito en temas militares de Irán, EE.UU por medio de la CIA ha jugado bien sus cartas y, a día de hoy, casi todos los analistas coinciden en que el dictador sirio ha llegado a un punto de no retorno.
Tal es así que recientemente, con el apoyo de Rusia, el dictador ya se ha mostrado dispuesto a dialogar para solucionar la crisis. En el Forecasting World Events patrocinado por IARPA los analistas de medio mundo ya comienzan a dar porcentajes de probabilidades a distintas fechas para su salida del gobierno.
El 12 de abril de 2011, dos semanas después de que comenzaran las protestas populares en Siria, Assad envió un telegrama a Benedicto XVI para felicitarle por su sexto aniversario al frente de la iglesia católica. Este cable fue uno de los muchos que rebeló wikileaks.
«Me gustaría aprovechar esta oportunidad para expresarle mis mejore deseos de felicidad y buena salud…Las duraderas relaciones entre la República Árabe de Siria y el Vaticano son testimonio de los fuertes lazos que unen a nuestros dos pueblos. Esto me hace confiar en que nuestras relaciones serán incluso más fuertes en los próximos años».
Nada sabemos de la respuesta del papa, pero que la hubo se infiere por otro telegrama de contestación del propio Assad el día 26 del mismo mes. «He recibido con gran alegría el telegrama en el que expresaba sus amables sentimientos hacia el pueblo sirio. Además de agradecerle sus palabras y deseos, quiero desearle una larga y feliz vida».
Pero la doble moral de la diplomacia vaticana con los dictadores de todo plumaje y especie no es algo nuevo. Mientras que las comunidades cristianas -católicas, ortodoxas o coptas- en países como Irak o Siria no fueran perseguidas, la Santa Sede no criticaría explícitamente los abusos de los derechos humanos que tiranos como Sadam Husein o Bashar al Asad pudieran cometer contra su propio pueblo. Como mucho, toda la injerencia del papa se reduciría a un llamamiento a la paz.
Ya el difunto papa Juan Pablo II tuvo una relación estrecha y cordial con el dictador sirio. La preocupación de la Casa Blanca con respecto a esto puede leerse en un cable confidencial de la Embajada de EE.UU en la Santa Sede con el evocador título de «Los otros intereses del Vaticano en Oriente Medio»:
«Como Damasco es la sede de la iglesia siria ortodoxa, y teniendo en cuenta la presencia de una importante comunidad católica, el Vaticano ha seguido buscando una relación correcta y buena con Siria. Al no temer que se pueda producir una toma de poder por parte de un régimen fundamentalista, se puede esperar que sea mucho menos crítico con las políticas sirias que con las de Irak. Dicho esto, la frustración del Vaticano por los comentarios antisemitas del presidente Asad durante la visita del papa en abril se han mitigado. De hecho, el papa suspendió recientemente su retiro de descanso (lo que es muy poco habitual) para ver a Asad durante su visita a Roma».
Desde el estallido de la guerra hasta ahora, el papa Benedicto XVI se ha limitado a pedir un cese de la violencia y el derramamiento de sangre a favor de la paz, pero sin un atisbo de crítica al régimen del dictador sirio. Así lo ha hecho también en el último discurso al cuerpo diplomático: «que acallen las armas y prevalezca lo antes posible un diálogo constructivo».
Y todo esto mientras organizaciones cristianas de Derechos Humanos como Open Doors alertan de que los cristianos sirios son secuestrados, sometidos a violencia o asesinados. Decenas de ellos han escapado del país y numerosas iglesias han sido destruidas.
Por poner solo un ejemplo, desde que el Ejército Libre de Siria (ELS) comenzó su campaña para liberar Alepo, hace cuatro meses, la vida en los barrios cristianos se ha vuelto imposible. La mayoría de los dueños de las fábricas de Sheij Nayar, el cinturón industrial, son cristianos. Desde que los rebeldes entraron en la zona, obligan a los empresarios a pagar el impuesto revolucionario a cambio de protección.
A todo esto hay que añadir que recientemente la ONU ha avisado de que la guerra civil es ya un «conflicto abiertamente religioso» entre las dos grandes sectas del Islam, suníes y chiíes y que las minorías cristianas corren el riesgo de desaparecer.
En este escenario, para el Vaticano puede ser peor el remedio que la enfermedad, y lo que más le preocupa a la Santa Sede es que si finalmente el presidente Assad es forzado a abandonar el poder, se reproduzca un escenario similar al ocurrido en Irak, donde los cristianos fueron objeto de atentados tras la caída del régimen de Sadam. Además está en juego también una radicalización islámica del país, que tradicionalmente había sido tolerante con los cristianos.
Los propios americanos reconocen que gran parte del ejercito rebelde está conformado por integristas musulmanes y en especial citan a un grupo particularmente peligroso que se hace llamar Yabhat al Nusra y que ha sido clasificado por la CIA como un grupo terrorista. El objetivo de este grupo es derrocar a Al Assad y establecer un estado musulmán en Siria que se guíe por una interpretación de la sharía.