Macario Ofilada

De canonizaciones y asignaturas pendientes

"La Iglesia no crea a los santos sino que los reconoce"

De canonizaciones y asignaturas pendientes
Macario Ofilada

Aplaudo la decisión del papa Bergoglio de canonizar a Juan XXIII sin el segundo milagro, pues su legado es en sí un gran milagro

(Macario Ofilada)- Segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Misericordia Divina 2014, Canonización de dos papas grandes del siglo XX. La Iglesia no crea a los santos sino que los reconoce; hace oficial su vida de santidad, proponiendo a los hombres y mujeres de cada época públicamente como ejemplares de la vida cristiana y católica dignos de ser emulados e incluso venerados. Al fin y al cabo, es Dios a quien se glorifica por la elevación de estos hombres y mujeres, pues Dios manifiesta sus maravillas en sus vidas, sobre todo por los milagros normalmente requeridos para que un candidato pueda colocarse entre la pléyade oficial de santos hosannados por la liturgia (que es «trabajo del pueblo» u oración de la Iglesia y no de los individuos).

No cabe duda de la santidad personal tanto de Angelo Roncalli como de Karol Wojtyla. Éste, al parecer, es más milagrero que aquél que ahora se encuentra bajo la sombra del fenómeno polaco que llevó la barca de san Pedro a buen puerto en el alba del nuevo siglo pese a sus achaques. ¿O tal vez prácticamente nadie ya se acuerda de invocar a Roncalli en sus aprietos? Aplaudo la decisión del papa Bergoglio de canonizarlo sin el segundo milagro, pues su legado es en sí un gran milagro. Menos mal que todavía se acuerda del bonachón que era Juan XXIII. El capelo para Mons. Loris Capovilla es un gran recordatorio y gesto de parte del papa Francisco. Para éste quizás el gran milagro era que el «paleto» de Bérgamo, que llegó a ser Cardenal Patriarca de Venecia y elevado al solio pontificio en medio de la creencia generalizada de que lo suyo sería un pontificado breve (lo fue), no fuera un mero Papa de la transición. Convocó el Segundo Concilio Vaticano, sin duda el evento eclesial más significativo del siglo veinte. Muchos años desde que falleció el Papa bueno en 1963, ya se han afilado las perspectivas históricas. No se puede dudar de su santidad personal ni de su aportación eclesial. La historia no tiene asignaturas pendientes con él.

Creo que hay una pero no relacionada directamente con Roncalli sino con su sucesor Montini cuya figura no puede entenderse alejada de aquél. Muchos afirman que aquella ocurrencia de convocar un concilio ecuménico a aquellas alturas era una locura, sí, pero genial. Pero era más genial llevarla a buen término, sin dividir la Iglesia y causar gran trauma a pesar de la obstinación de algunos grupos de derechas, y llevar la barca de Pedro a través de los mares tempestuosos del posconcilio incluso hasta intentar conjugar tendencias opuestas para que nadie se sintiera excluido de la Iglesia. Por eso, la Iglesia tiene una asignatura pendiente algo relacionada con Roncalli: la elevación a los altares de Montini.

En mi opinión, ya se ha definido muy bien su patrimonio histórico, sobre todo desde su muerte inesperada el 6 de agosto del 78, tal vez precipitada por el fin trágico de Aldo Moro. En el caso de Pablo VI, habrá que reformular el proverbio atribuido a Aristóteles: «In medio, virtus». Yo diría más bien: para Montini la virtud está en las paradojas en donde se vive dinámicamente la tensión entre la exigencia del Evangelio y la demanda de la circunstancia. In paradoxi, virtus. (Como he hablado en mi post anterior, «De Palomas y Serpientes»). La santidad es ante todo fidelidad y creatividad en la vida teologal de fe, esperanza y caridad. Un balance del pontificado del Papa lombardo no lo podemos hacer aquí. Baste por ahora reconocer que es el Papa de la modernidad, el pontífice que ha llevado a la Iglesia y al papado a la modernidad, en un espíritu de diálogo, algo truncado por prudencias sobre todo en los últimos años pero sin perder el aperturismo moderno que hizo que la Iglesia fuera actual pero corriendo el riesgo de que el Papa fuera el mayor obstáculo a la comunión de las iglesias, que el mismo papa Montini reconoció. Ahora contamos con funerales papalinos más sencillos, viajes internacionales papales, relaciones ecuménicas, diversas escuelas hermenéuticas respecto al Vaticano II, una teología más pluralista, una liturgia renovada y en las lenguas vernáculas y con mayor sencillez, una espiritualidad más comprometida con el mundo y con talante dialogal, etc. Todo esto se lo debemos a Pablo VI. Mas todavía como Iglesia no le hemos dado las gracias o todavía no hemos reconocido oficialmente lo obvio. ¿Un caso de miopía eclesial?

En el caso de Juan Pablo II, no se puede decir lo mismo. En palabras de Paul Ricouer, «un símbolo da qué pensar». Y el Papa Wojtyla nos sigue dando qué pensar. Juan XXIII y Pablo VI más que símbolos son paradigmas ya establecidos. A estas alturas (sólo han pasado ocho años desde su fallecimiento), todavía no contamos con la longue durée necesaria para poder evaluar el pontificado wojtyliano de manera adecuada y objetiva, si bien no dudamos de su santidad personal. Reconocemos a la vez sus logros desde aquel grito inolvidable en su misa inaugural de Non abbiate paura! que derrumbó muros e imperios, que cambió sistemas políticos y sociales, que propuso el catolicismo integrista -gracias a la militancia católica en aquellos años duros sobre todo de la posguerra en Polonia- como contracorriente frente a la tendencia secularizante generalizada en Europa. El resultado: la cristalización de una Iglesia desafiante en medio de varias corrientes atentan contra la vida y dignidad humana.

Juan Pablo II quería crear un consenso católico global, con atractivo universal y no limitado, sobre todo con la Cultura de la Vida Wojtyliana -pronunciada por vez primera en 1993 en Denver, Colorado, Estados Unidos, y ampliada en Evangelium Vitae en 1995- que era una paráfrasis de la Civilización del Amor Montiniana -recuérdese que sin la tumultuosa pero valiente Humanae Vitae de 1968 no existiría Evangelium Vitae- que con probablidad era un poco tímida para aquellos tiempos agresivos de las últimas décadas del siglo veinte. Como ningún otro pontífice, Juan Pablo II exaltó a los jóvenes como sus interlocutores más privilegiados, pues son el futuro de la Iglesia. Les dio importancia, les llamó sus «amigos». Asimismo contamos con el magisterio papal más copioso y quizá más denso desde los tiempos del pescador de Galilea y que sigue dando que pensar hasta la actualidad y que fue el punto de partida de su sucesor inmediato. Éste sólo quería continuar con el legado de Wojtyla, como él mismo reconoce.

No dudamos de los méritos de Juan Pablo II, un verdadero santo y el mayor «fabricador de santos» en la historia. Pero hay asignaturas pendientes que merecen ser reflexionadas con más detención no para anular su glorificación sino para definir de manera más sólida su lugar en la historia. Queremos historias y biografías y no hagiografías. Probablemente con la necesaria parsimonia podría resaltarse aun más la santidad personal de Juan Pablo II al destacar las paradojas de su pontificado, pero éstas son distintas a las que le tocaron vivir a Pablo VI.

Lo que sigue abajo es una invitación a seguir pensando, reflexionando, definiendo y no para aguar la fiesta:

La actitud del papa Wojtyla frente a la teología de la liberación y la inspiración de ésta en diversos movimientos en el tercer mundo. Juan Pablo II apoyó la Solidaridad en su Madre Patria pero no las mismas luchas legítimas de otros pueblos como es el caso de Nicaragua (cuando humilió públicamente a E. Cardenal) o en el de Filipinas tras la revolución de 1986 cuando mostró su desacuerdo respecto a la actuación de los obispos filipinos.

La persecución de varios teólogos sobre todo en la época del entonces Cardenal Ratzinger al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe como por ejemplo: Gutiérrez (ahora rehabilitado), Schillebeeckx, Häring, Curran, Küng, Boff, Dupuis, Balasuriya, etc. Las medidas eran severas. No las puedo tildar de cristianas. Podían haberse buscado caminos más suaves y humanos. Se creó entonces un ambiente de temor, de persecución. Hubo una especie de caza de brujas moderna y el objetivo de ésta eran los que no pensaban conforme al lema de Roma locuta, causa finita.

El cisma en el Carmelo teresiano de 1a década de los noventa promovido sobre todo algunos por altos prelados cercanos a Juan Pablo II. Ahora hay dos carmelos paralelos y el otro más favorecido por su línea integrista. Ésta siempre acaba marginando a los demás, juzgándose mejor que los otros o en inglés holier than thou. Sigo pensando que el papa entonces debía haber salvado la integridad del Carmelo teresiano y nos acercamos al quinto centenario de la madre Teresa con dos familias separadas. Ésta le habría escrito al papa más de una vez para salvar la unidad de su familia.

– A propósito de carmelos paralelos, no podemos menos de señalar la existencia de iglesias o parroquias paralelas con los movimientos neoconservadores favorecidos durante el pontificado de Juan Pablo II con prelaturas, comunidades transparroquiales, etc. Estos movimientos han creado iglesias élites o unas iglesias de las favorecidas por Roma. El papa, como obispo, ante todo ha de ser ministro de la unidad y no de distinciones, elitismos, favoritismos, marginalizaciones por ideologías, influencias y dineros que según varias fuentes acabaron en las bolsas de algunos de sus colaboradores más cercanos. En aquellos tiempos, los que no eran de la élite eran fácilmente marginados y considerados herejes o católicos de segunda o tercera fila. Eran tiempos en que la iglesia como establishment quería acallar a las voces discordantes proyectándose como iglesia segura de sí misma en que las dudas existenciales, las tensiones creativas respecto a la fidelidad no tenían cabida (recuérdese el caso del padre Arrupe).

La dificultad de secularizarse en aquellos tiempos sobre todo para hombres sinceros que ya no veían sentido seguir en los ministerios y la dificultad para éstos para vivir integrados en sus comunidades eclesiales y académicas.

La política respecto a los abusos sexuales de parte del clero, de los religiosos y trabajadores eclesiales. Es preciso estudiar las posturas ambivalentes del Vaticano entonces y su evolución a la luz de perspectivas nuevas y datos novedosos.

El tratamiento pastoral de los homosexuales (no me puedo olvidar de aquella carta de un dicasterio vaticano que afirmaba que los homosexuales no podían ordenarse cuando en la historia ha habido incontables clérigos y religiosos homosexuales malos y buenos) y de los divorciados vueltos a casar. Algunos añadirán las cuestiónes del sacerdocio femenino, del celibato opatitivo y otras cuestiones abiertas. Otros grupos, sin hablar del sacerdocio, siguen cuestionando la actitud wojtyliana respecto a las mujeres en la iglesia.

Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo…sin comentarios.

Sobre este último, quiero reiterar que aplaudo lo que hizo el papa Benedicto XVI aunque algunos creen que no era suficiente. Para mí era demasiado tarde pero: Post eventum vani sunt questus!

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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