Antonio Martín puede ser considerado con toda justicia como una de las "parteras" de la actual primavera de Francisco
(José Manuel Vidal).- Era de la estirpe de los grandes curas de la HOAC. Digno sucesor de Tomás Malagón y Eugenio Merino. Antonio Martín, mi amigo y mi padre espiritual, acaba de fallecer en su nativa Palencia.
Con el corazón todavía encogido por la noticia, pero con el alma esperanzada escribo este póstumo homenaje. Esperanza, porque sé que tendré (tendremos), a partir de ahora, de ferviente intercesor ante el Padre a este hombre sabio y cabal, a este cura fiel y entregado, a este consiliario que dio su vida por la HOAC y por el mundo obrero.
Era sabio y prudente. Hablaba, a menudo, en parábolas, como Cristo. Tenía la sabiduría de los curas enciclopedistas de antaño. De los que dominaban latín, griego y hasta hebreo (y, por supuesto, el alemán que aprendió en Alemania, acompañando a los emigrantes españoles). Por eso, dominaba el sentido y el significado profundo de las palabras. Y las desentrañaba y diseccionaba como un cirujano con su bisturí. Y les extraía todo su sabor. Y, una vez pasadas por su túrmix, nos las servía en plato sencillo.
Era cura, profundamente cura, pero nada clerical. Trataba a los laicos de igual a igual. Siempre entregado, siempre generoso. Su tiempo era para los demás. Su vida entera, ofrecida. Era y fue un cura de Francisco antes de Francisco. De los que mamaron el Concilio (lo vivió como estudiante en Roma), se enamoraron de él, lo llevaron a la práctica con ilusión y nunca lo olvidaron. Permaneció en el surco del espíritu conciliar toda la vida. Practicando en su vida y en su pastoral la corresponsabilidad a tope, uno de los distintivos de un movimiento tan asambleario como la HOAC.
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