Fue ese 11 de julio, hace ahora 50 años, que, presidida por el obispo de Girona, Narcís Jubany, se realizó la primera concelebración, en la cual fueron ordenados tres presbíteros y un diácono, todos ellos monjes de Montserrat
(J. M. Bausset).- Uno de los frutos del Concilio Vaticano II, fue la recuperación de la concelebración eucarística. Fue la Constitución sobre la liturgia, la «Sacrosanctum Concilium» (SC 57) la que preveía la restauración de la concelebración, para hacer realidad lo que escribía San Ignacio de Antioquia a los cristianos Filipenses: «Que haya una sola Eucaristía….un solo cáliz….así como hay un solo altar, un solo obispo, con el presbiterio y los diáconos» (4)
Es importante destacar que para los Padres Conciliares, la concelebración no era concebida como una solución práctica, en el caso que hubiesen muchos presbíteros y no pudiesen celebrar la Eucaristia uno a uno, de una manera individual. La concelebración era una manifestación de la unidad de la Iglesia, como lo afirma la «Sacrosanctum Concilium»: «La principal manifestación de la Iglesia se encuentra en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, sobre todo en la misma Eucaristia, en una única oración, en un único altar en el cual preside el obispo (o un presbítero suyo) rodead de su presbiterio y de los ministros» (S.C. 41)
Fue a finales de la II Guerra Mundial, y en los monasterios benedictinos alemanes de Beuron y de Maria Laach, que el Movimiento Litúrgico (con figuras tan destacadas como los monjes Columba Marmion, Odo Casel, Prósper Guéranger o Lambert Beuadin) promovió la renovación litúrgica y el deseo de restaurar la concelebración, que había existido en los primeros siglos del cristianismo, y que aún existía en las Iglesias Bizantinas ortodoxas y católicas. Ya San Hipólito de Roma, en el siglo IV, en la «Tradición Apostólica», trataba de la concelebración, en la cual diversos presbíteros celebraban una misma Eucaristia.
En pleno Concilio Vaticano II, y en fase experimental, fue encomendada la concelebración al monasterio de Montserrat, juntamente con otros cinco monasterios más, y a una comunidad de dominicos. Así, en Montserrat, el 11 de julio de 1964, solemnidad del abad San Benito, se abrió el periodo de experimentación de las concelebraciones, antes que fuesen establecidas para toda la Iglesia Latina, el Jueves Santo de 1965. Y fue ese 11 de julio, hace ahora 50 años, que, presidida por el obispo de Girona, Narcís Jubany, se realizó la primera concelebración, en la cual fueron ordenados tres presbíteros y un diácono, todos ellos monjes de Montserrat.
Después, no cada día sino de vez en cuando, como me ha recordado el hermano. Bartomeu Ubach, se hicieron concelebraciones en la misa conventual de Montserrat, también en alguna misa donde participaba los fieles o bien en el oratorio del noviciado.
Y es que antes de instaurarse en la Iglesia la concelebración, en la misa conventual de Montserrat, como en las misas de todas les parroquias, solo comulgaba el celebrante. A Montserrat, los monjes presbíteros celebraban su misa privada entre la plegaria de Laudes y de Prima, y los monjes no ordenados, que ayudaban estas misas, comulgaban en ellas. Pero fue a partir de Pascua de 1958, cuando los monjes no presbíteros comenzaron a participar cada día de la misa conventual, con un solo sacerdote como celebrante.
Así lo expresaba más tarde el Vaticano II, cuando recomendaba que «los fieles, después de la comunión del presbítero, recibieran del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor«. Y es que según la Sacrosanctum Concilium nº 57, es en la concelebración donde «se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio». De aquí que el Concilio decidiera ampliar la facultad de concelebrar.
De esta manera, la concelebración en el seno de la Iglesia latina fue uno de los grandes frutos del Concilio Vaticano II.