a misión es una tarea continua, intrínseca a la vida de la Iglesia, como señalaba Don André de Witte en la celebración final, que fue precedida por una Marcha por la Paz.
(Luis Miguel Modino).- Desde su nacimiento, uno de los elementos constitutivos de la Iglesia es la misión. De hecho, una Iglesia que no es misionera es una Iglesia estéril, sin frutos, condenada a desaparecer encerrada en sí misma.
En América Latina, la última Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, celebrada en Aparecida (Brasil) en 2007, y cuyo documento final lleva por título: «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida», hace una llamada a vivir en estado permanente de misión.
La llegada del Papa Francisco, relator del Documento de Aparecida cuando era cardenal arzobispo de Buenos Aires, dio a la Iglesia universal un aire más misionero, incentivando ese espíritu que se hizo presente en la V Conferencia del CELAM. Se ha hecho famosa una frase que él pronunció poco después de ser escogido como Obispo de Roma, «prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse«. Por otro lado, es constante su llamada a hacerse presente en las periferias.
Este espíritu se vive en la Iglesia Latinoamericana, respondiendo a que lo que fue denominado como Misión Continental. Es común que las comunidades, parroquias, diócesis vivan con este espíritu misionero, que se concreta en diferentes misiones a lo largo del año. Las misiones diocesanas se han convertido en uno de los momentos más importantes en los planos pastorales. Un ejemplo de esto es la misión diocesana de la Diócesis de Ruy Barbosa, que ha tenido lugar desde el día 28 de julio al 3 de agosto en la parroquia de Baixa Grande, en el interior del estado de Bahía.
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