La incontrastable carencia de vocaciones sacerdotales, que no resolverán el plenitud las importadas de los países tercermundistas
(A. Aradillas).- De entre las varias acepciones que registra el Diccionario de la RAE, a la palabra «carrera», tan solo serían aplicables de alguna manera a «sacerdotal» o «religiosa», las de «conjunto de estudios que habilitan para el ejercicio de una profesión», o «profesión de las armas, letras, ciencias, etc.». «Acción de correr», «pugna de velocidad», «cada uno de los servicios que hace un vehículo de alquiler», «camino real», «calle que fue antes camino», y otras aplicaciones, imposiblemente encajan en el contexto en el que con tan denodada frecuencia y convencimiento emplea el uso convivencial, aún con la mejor de las intenciones.
Y ahora resulta que la reflexión teológica y pastoral, actualizada y predicada con limpieza y pulcritud por el propio Papa Francisco, hace llevar a muchos al convencimiento de que «carrera» y, por tanto, «carrerismo», es uno de los pecados capitales más graves en el planteamiento jerárquico de la Iglesia en ala actualidad, merecedor de descalificaciones y anatemas, desde los primeros y balbucientes pasos de su iniciación hasta los instalados en las más altas esferas, sin exclusión de las pontificales.
Y es que la intitulada como «sacerdotal» jamás será una carrera. Por mucho que así lo decidan y estimen los cánones, y por muy acreditado que civil, administrativa y socialmente lo hayan establecido las normas y los protocolos, con la complaciente e indulgenciada aquiescencia de parte de la autoridad eclesiástica, sacerdocio y carrera no se matrimoniarán sacramentalmente por los siglos de los siglos y en conformidad con el plan de salvación y de vida enmarcado en el evangelio.
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