se han puesto sobre las espaldas del Papa tantas y tan pesadas cargas que nadie, por joven, fuerte, inteligente y culto que sea, puede ejercer el ministerio petrino como es estructurado actualmente
(Efrem Ori).- Cuando Benedicto XVI renunció estaba escribiendo un pequeño ensayo (titulado provisionalmente: Salvemos al Papa), que entonces abandoné. Voy a retomar y resumir ahora mis argumentos que me parecen tan sencillos y indiscutibles. Mi opinión era y es que ninguna persona, por más que sea joven y fuerte, inteligente y culta puede llevar el peso del papado actual.
En dos mil años de historia en las manos del Papa se han concentrado una suma de poderes (que podríamos llamar también servicios) que pueden aplastar a cualquiera.
No es lícito olvidarse de la naturaleza humana y todas las veces que no se le hace caso, las consecuencias son fatales.
Cuando me jubilé en el 2009, a los 61 años, pensé: «Un Papa de mi edad sería considerado joven». Algo no me cuadra en la lógica eclesiástica. El problema de la edad ya se lo había planteado Pablo VI en 1970 cuando dispuso que los obispos dimitieran a los 75 años, y que los cardenales al cumplir los 80 años no participaran en el cónclave. Juan Pablo II confirmó estas medidas y justificó la secunda afirmando que «la razón de tales disposiciones está en la voluntad de no añadir al peso del tal venerable edad, el peso de la responsabilidad de la elección del hombre que tendrá que guiar el rebaño de Cristo de manera adecuada a las necesidades de los tiempos» (Universi Dominici Gregis).
Si un obispo tiene que dimitir a los 75 años y un cardenal ser excluido del cónclave a los 80 ¿por qué a las mismas edades un hombre tiene que llevar la carga del papado que es infinitamente más pesada?
En mi opinión no es cuestión de edad, ya que tampoco un papa joven puede soportar el peso del papado actual. Y para demostrarlo es suficiente echar un vistazo a las actividades papales.
Jefe de estado
El Papa es el jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano. Ser jefe de un Estado tan pequeño parece muy sencillo y de poco empeño. El Papa es soberano absoluto de un estado donde no hay separación de poderes entre legislativo, judicial y gubernamental, y por cuanto delegue en otros éstas funciones, la responsabilidad final pertenece o se atribuye al Papa.
Cuando el jefe de Estado lo es también de más de mil millones de fieles pertenecientes a muchas naciones y muy diferentes por lengua, leyes, historia, cultura y política la cosa se complica. El Papa tiene que tener un conocimiento profundo de estas realidades para ejercer al mismo tiempo como jefe de estado y sucesor de Pedro al recibir los otros mandatarios de estado o al visitar los varios países durante sus viajes apostólicos. Recibe continuas informaciones de la Secretaria de estado (ministerio de asuntos exteriores) y de los legados pontificios (nuncios) que la S. Sede tiene en todo el mundo.
Pero toda esta compleja estructura no da la seguridad de no incurrir en algún tropiezo. No digo que los papas son directamente responsables de las malas actuaciones del IOR (Banco vaticano), pero es cierto que Juan Pablo II se negó a que la fiscalía italiana interrogara y juzgara a Marcinkus.
Nombramientos episcopales
«El Sumo Pontífice nombra libremente a los obispos, o confirma a los que han sido legítimamente elegidos»(Código de derecho canónico, c. 377).
Los obispos de rito latino son alrededor de 3.000. Es obvio que el Papa no puede conocer personalmente a los mejores candidatos por cada diócesis de las varias naciones del mundo.
En eso lo asesoran las Conferencias episcopales (c. 377,2) y los nuncios – cuando hay que elegir un obispo – le proporcionan una terna de nombres (377,3).
Todos saben que en el primer milenio pueblo y clero nombraban su proprio obispo, y en ningún caso un obispo podía ser impuesto. En los últimos años han sido numerosos los obispos impuestos por Roma, sin el agradecimiento del clero y del pueblo.
Otra tarea papal son las visitas que todos los obispos de la Iglesia tienen que hacer al Papa cada 5 años.
Beatificaciones y canonizaciones
En los últimos decenios las canonizaciones se han multiplicado. Es un procedimiento largo y complejo con una primera fase diocesana y una secunda en la Congregación de los Santos. Cuando se ha llegado a reconocer las virtudes o el martirio del Siervo de Dios, corresponde al Papa – único juez en toda esta materia – firmar el decreto. Interviene otra vez con un decreto para reconocer un primer milagro. Hemos llegado así a la beatificación. La última meta es la canonización, para la cual es necesario un segundo milagro aprobado por un decreto papal. La canonización es el acto con que el Sumo Pontífice decreta que un beato sea incluido en el canon de los Santos.
No creo que la labor del Papa se limite a firmar documentos, tendrá que leer y evaluar al menos las relaciones conclusivas sobre la vida y las virtudes del nuevo santo y los informes médico-científicos a propósito de los milagros.
Disolución del matrimonio no consumado
«El matrimonio no consumado entre bautizados, o entre parte bautizada y parte no bautizada, puede ser disuelto por justa causa por el Romano Pontífice, a petición de ambas partes o de una de ellas, aunque la otra se oponga» (c. 1142).
Dispensa del celibato
«… la pérdida del estado clerical no lleva consigo la dispensa de la obligación del celibato, que únicamente concede el Romano Pontífice» (c. 291).
Institutos de vida consagrada
En la Iglesia católica hay más de 2.500 institutos de vida consagrada, de muy diferentes formas de vida y de apostolado que tienen en común la profesión de los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia). Los hombres son 230.000 y las mujeres 680.000.
Cada uno de los miembros «está obligado a obedecer al Sumo Pontífice, como a su superior supremo, también en virtud del vínculo sagrado de obediencia» (590,2).
Congregación para la doctrina de la fe
Las competencias de esta congregación son notorias y sus decisiones son sometidas a la sanción del Papa.
Ahora bien, si se considera el número de los sacerdotes reducidos al estado laical y el número de las condenas emitida por la Sacra Congregatio pro Doctrina Fidei, no es difícil pensar cuánto tiempo han tenido que dedicar los papas en tomar estas decisiones y cuánto sufrimiento y estrés les habrán procurado.
Quiero recordar que me he limitado solo a algunas tareas papales de orden administrativo-burocrático, a parte de la última;
que el Papa es también obispo de Roma, o mejor dicho, es Papa en cuanto obispo de Roma y como tal tiene que actuar;
que no he hablado de la función de santificar, ni de la función de enseñar;
que por la función de gobierno es el legislador supremo para la Iglesia universal y las particulares y todas las instituciones eclesiales; que como juez supremo puede juzgar las causas penales y civiles (y cualquier fiel puede recurrir al juicio de la Santa Sede); que como titular supremo de la función ejecutiva le compite la administración central de la Iglesia, con la ayuda de la Curia romana.
Está claro que la función de la Curia es de servir al Papa. Pero no es siempre un ejemplo de servicio y obediencia, como ha aparecido evidente con la renuncia de Benedicto XVI. Y no solo en materia administrativa.
Después de todo lo dicho repito mi opinión: se han puesto sobre las espaldas del Papa tantas y tan pesadas cargas que nadie, por joven, fuerte, inteligente y culto que sea, puede ejercer el ministerio petrino como es estructurado actualmente.
Si es así para un hombre en la plenitud de sus fuerzas y facultades ¿como sería para un anciano y enfermo? Y si un Papa en estas condiciones no puede de hecho ejercer su ministerio nos encontraríamos con una especie de golpe de estado o de sede vacante donde a mandar sería la Curia, o algún triunvirato de cardenales, o un secretario particular o una sor Pascalina.