Nada de confusión tinieblas, obscuridad y vergüenza. Por supuesto que todo esto es lo que debe ser, lo que está mandado y reflejan los evangelios como "palabra de Dios"
(Antonio Aradillas).- ¿Cómo, cuando, cuantas veces y con qué modos y fórmulas hemos vivido, vivimos y nos hacen concebir y expresar la Iglesia, como si esta fuera una secta?
¿Qué testimonios y ejemplos de sectarios acérrimos, convictos y confesos, nos obligó a dar el adoctrinamiento en la fe al que fuimos, y estamos, sometidos, con pautas y comportamientos que se dicen catequísticas y evangelizadores?
¿Cuáles y cuantos son los movimientos, congregaciones, asociaciones, hermandades y cofradías, canónicamente reconocidas, indulgenciadas y bendecidas por la Iglesia, con categoría de «estados de perfección», en cuyos idearios y prácticas prevalece la idea de secta con cuantas características e interpretaciones les confieren los diccionarios y el uso popular?
En la permanente tarea de educación- reeducación de la fe, con la sacrosanta intención de separar la cizaña del trigo, antes de su guarda y custodia en los graneros destinados al fruto de estas plantas gramíneas, destaco los términos académicos que con seguridad distinguen las sectas de la religión verdadera: «carácter excluyente, elitista, intransigencia, dogmatismos, fanatismos, cerrazón, preferencia, elección- selección por parte de Dios, exclusión y condena del «resto», impenetrabilidad, secretismo, reserva, misterios y misterios…»
A la luz de todos, y aún de cada uno de estos términos, es fácil afrontar y determinar la misión de desvelar si la Iglesia -nuestra- Iglesia , es, o no, secta, y si dentro de ella son pocos o muchos quienes personal o colectivamente son y se comportan como denodados, impertérritos y audaces sectarios.
Malician algunos que, tal vez por aquello de que LA TRANSPARENCIA, con sus fieles sinónimos de «diafanidad» y limpieza» se catalogan como términos del género femenino, la prensa que tiene no es buena. El dato se revela, aprecia y predica en la misma, y aún más acentuada manera, en la Iglesia y en sus aledaños, aunque, en ocasiones, vocablos misteriosamente masculinos como «milagro», «arcano», «sacramento» y «sigilo» enmarquen tal concepto, motivándolo con sus fieles acólitos de «devoción, éxtasis y recogimiento».
Pero nada más distante de la religión verdadera y, por tanto, de la Iglesia de Cristo, que es de por sí «transparencia, luminosidad, franqueza, sinceridad y verdad, es decir, la Verdad. Nada de confusión tinieblas, obscuridad y vergüenza. Por supuesto que todo esto es lo que debe ser, lo que está mandado y reflejan los evangelios como «palabra de Dios».
La realidad es otra. Tristemente distinta y hasta escandalosamente contraria, encarnada en quienes nos profesamos y decimos sentirnos Iglesia, sin excluir a su jerarquía, que posiblemente, por lo de sus ornamentos sagrados, títulos y prosopopeyas, presunciones y «coranvobis», llaman más la atención, en ocasiones hasta acaparar exhaustivamente el concepto y la intensidad de la pertenencia a la propia Iglesia, con olvido consciente de que la transparencia es signo, fuente y argumento de credibilidad religiosa.
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