Una “teología de la prosperidad” y de la “propiedad privada” desvinculada del ordenamiento de la riqueza en función real del bien común, “es pecado”
(Antonio Bentué, teólogo, en RyL).- Ya el salmista se había indignado ante la hipocresía de quienes usaban a Dios para sacralizar sus propios intereses mundanos: «Por qué vas repitiendo mis preceptos y estás hablando siempre de religión, tú que no vives de acuerdo a mis enseñanzas y te echas mis palabras a la espalda» (Ps 50, 16-17).
Es la hipocresía de usar a Dios en función de los propios intereses de riqueza y de poder, que motivó también al profeta Jeremías a criticar radicalmente el cumplimiento hipócrita de la Torah, convertida en ideología funcional a intereses mundanos: «Vendrán días en que yo pactaré una nueva alianza. No será como la que pacté con sus padres (¡la Torah de Moisés!)…Cuando llegue el tiempo pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones y ya no tendrán necesidad de maestros para enseñarse mutuamente diciendo: conoce a Dios» (Jr 31,31), («directores espirituales» que, con religión, intentan acallar las conciencias de la gente poderosa )…
Esa misma hipocresía es la que llevó al auténtico Jesús de los evangelios, -que no es el de colegios de grandes «Cumbres» sociales-, a rebelarse contra autoridades religiosas «formales», con los términos más duros que ha recogido la transmisión histórica de sus Palabras: «¡Ay de Ustedes, maestros de la Ley, fariseos hipócritas!…¡Guías ciegos, Ustedes llenan el plato y la copa en robos y violencias mientras, por encima, echan una bendición! ¡Fariseo ciego! Purifica el interior y después purificarás también el exterior» (Mt 23, 13ss).
Ahí no caben las apariencias de frases bonitas exculpatorias en situaciones de flagrantes abusos de poder, tan típicas de la hipocresía política y político-religiosa del tipo «tengo la conciencia muy tranquila». Frente a ello, el evangelio ha conservado la palabra más dura de Jesús: «Yo les digo que se perdonará a los hombres cualquier pecado, incluso si blasfemaron contra el Hijo del hombre; pero quien peque contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este mundo ni en el otro!» (Mt 12,32).
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