El refrán que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”, podría prolongarse así: mira quién te critica para saber si vas por el buen camino
(Martín Gelabert, op).- Los nombres de los nuevos cardenales han sorprendido. Casi nadie esperaba una lista así. De los quince nuevos cardenales con derecho a voto sólo uno trabaja en la curia romana (el Prefecto de la Signatura Apostólica, una especie de «tribunal supremo» para resolver los conflictos jurídicos que se dan en la Iglesia).
El resto son Obispos en ejercicio, algunos en pequeñas diócesis de África, Asía y América. Españoles sólo hay uno, Monseñor Ricardo Blázquez, buen Obispo y mejor persona, al que probablemente nadie le ha hecho la campaña. La lista en sí misma es un signo del desplazamiento del centro de gravedad del catolicismo.
La fuerza de la Iglesia no está en la Curia, sino en el pueblo. Que entre los nuevos cardenales predominen los Obispos que están en contacto con la gente, y con gente más bien humilde y sencilla, es un signo de que algo está cambiando con este Papa, y probablemente, cambiando para bien.
Desconozco la edad de los actuales Cardenales electores. No sé cuántos cumplirán 80 años en los próximos dos años. Tampoco me interesa averiguarlo. Pero sospecho que si en los próximos dos o tres años el Papa tiene ocasión de convocar otros tantos consistorios, utilizando criterios similares a los de los últimos nombramientos, el próximo Cónclave puede resultar tan sorprendente como el que condujo a elegir a Francisco.
Lo primero que hizo el actual Papa fue dejar de vivir en los palacios vaticanos. ¿Y si su sucesor dejase Santa Marta para ir a vivir más cerca aún de la gente corriente? En la Iglesia los cambios son muy lentos. Hay muchas inercias. Pero no cabe duda de que los cambios son reales. Cierto, los cambios ni nos hacen mejores personas, ni mejores cristianos. Pero ayudan a vivir con un poco más de alegría y hacen más respirable el aire eclesial. No es lo mismo poner el acento en lo que Dios exige del ser humano que en lo que Dios prepara para el ser humano. Hay modos de anunciar y vivir la fe que hacen más difícil la esperanza o que la sostienen mejor.
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