Cuando la televisión no era el sagrario doméstico, no se rezaba en el piso de arriba
(Víctor Márquez)-.Leo esta semana una breve meditación de Dolores Aleixandre, religiosa y escritora como aquella santa abulense cuya gloria celebra este año la Iglesia católica al cumplirse quinientos desde su nacimiento. Anda la mujer, cuyo paso por mi vida recuerdo con gratitud, preocupada y esperanzada de consuno. Preocupada como todo el que se hace una pregunta que sabe, de antemano, sin respuesta y se la hace, por ello, en voz alta, a ver si todos nos la hacemos también y, con ella o sin ella, tratamos de adivinar la respuesta que nos oculta el tiempo: «¿y si desaparecemos?».
Y aquí viene la esperanza, ¡cómo no!, a nuestro encuentro, esa esperanza que un creyente traduce siempre en plegaria. Nos invita, entonces, Dolores a subir con ella «al piso de arriba», como los primeros discípulos de Jesús que, viéndose desvalidos, esperaron «en la habitación de arriba» a que llegara el Espíritu Santo.
Desde arriba nada se ve ya «al modo humano» sino «como Dios». Por eso «la contingencia y la finitud» que sugiere la cifra de miembros efectivos, cada vez más mermada entre las filas de los consagrados por votos religiosos, quedan transformadas en «pobreza y pequeñez», palabras éstas mucho más amables que aquellas, tan filosóficas por cierto. Y en el piso de arriba, el milagro, hijo predilecto de la fe, como decía Rosenzweig. Lo que ahora es riesgo de desaparición para tantos institutos religiosos, ¿quién sabe si, Dios mediante, no habrá de conocer en el futuro un giro sorprendente? Es lo que tiene el futuro, que siempre colma o defrauda: nunca deja indiferente a nadie.
Pero volvamos al presente. Y al piso de abajo. Porque yo, al menos, soy de los que recuerdan todavía a las familias que comían, conversaban o escuchaban la radio en la cocina. La salita de estar o comedor era para las ocasiones y los invitados. Eran los tiempos, claro, en que la televisión aun no era el sagrario doméstico y había carta de ajuste. Pues bien, ¿no será posible rezar allí mismo donde vivimos, en el piso de abajo mejor que en el de arriba?
A mí me parece que la profesora Aleixandre bajaría gustosa a rezar conmigo, a rezar y a pensar juntos. A sabiendas, eso sí, de que rezar donde se vive es tan complicado como vivir y a uno puede acabar pareciéndole que no ha rezado ni vivido «entre los pucheros» o trajines de la vida cotidiana. Y es que, en el piso de arriba, solo hay una habitación donde cabemos todos y sobra sitio, que Dios, como repetía la santa, «tiene pocos amigos». Pero, en el piso de abajo, hay varias, muchas, tal vez.
En algunas de ellas me he venido encontrando yo con religiosos admirables que aspiran a ser «solo de Dios». Pero he creído percibir entre ellos un pequeño defecto: critican, a veces, el mundo sin intentar comprenderlo, ese mundo que Dios ama sin esfuerzo porque es obra suya pero el esfuerzo de los hombres ha hecho tan complejo y difícil de amar tal como es. Libres de las penurias que afligen al hombre de la calle, corren el riesgo de quedar atrapados en una burbuja, en una esfera perfecta pero hermética.
Sus «problemas» tienen poco que ver con los problemas reales de la gente. En otras habitaciones, sin embargo, me he encontrado con religiosos menos admirados pero más preocupados por entender el mundo real y hacerse presentes en sus periferias, como ahora dice el Papa, que por solucionar sus propios «problemas». Quieren ser «de Dios» y de los hombres, más bien que para ellos, lo que expone su labor a peligros y asechanzas.
Son, creo yo, dos maneras bien diferentes de entender la vida religiosa, la vida misma. Porque la vida se puede entender desde dentro hacia fuera o desde fuera hacia dentro. Uno puede creer que tiene algo que dar o enseñar a los demás, algo que los demás no tienen o no saben. Pero puede creer también que es mucho más lo que recibe y aprende de los demás, que su mejor aportación consiste en acogerles y su mejor enseñanza, la que da o recibe sin querer. Porque nunca se da tanto como cuando se da las gracias ni se enseña tanto como cuando no se propone uno dar lecciones a nadie.
Después de unos años como religioso confieso que de nadie he recibido y aprendido tanto como de personas «alejadas de la Iglesia» pero, ¡tan cercanas al corazón de Dios! ¿Podremos seguir rezando juntos, querida Dolores, en este «piso de abajo» por una vida religiosa despreocupada de sí misma y preocupada, más bien, por las mismas razones que angustian al hombre y a la mujer de hoy? Yo creo que sí, ¿verdad? Que Dios bendiga, querida maestra de oración y de vida, tu dulce luz y tu largo aliento.