José Ignacio Calleja

Uso y abuso de la fe y la razón (Charlie Hebdo)

La razón autónoma no es absoluta, sino relativa a la dignidad de la persona

Uso y abuso de la fe y la razón (Charlie Hebdo)
Calleja, columnista

Los ofendidos siempre tienen que buscar formas morales de atajar la ofensa, y la no violencia activa ofrece múltiples recursos

(José Ignacio Calleja).- A propósito de Charlie Hebdo y la libertad de expresión, y atendiendo a la fe de la gente más común, he visto que algunos acusan a los teólogos de comprender a los sencillos como ovejas encomendadas a unos pastores/elite -y eso está muy mal-, y he creído ver, a la vez, que si los pastores liberadores son los humoristas de la razón crítica y ácida, entonces eso mismo está muy bien.

Todos tenemos que ser más modestos en nuestra disposición de la razón autónoma, a la que, desde luego, no renuncia la fe y la teología que yo conozco. Por tanto la cuestión es si la razón autónoma tiene límites legales al expresarse ácidamente contra todo -que eso la ley dice que sí y los tribunales dictan hasta qué punto-, y si tiene límites morales para obrar rectamente, sea que el sujeto viva y hable desde la religión o viva y hable desde la no religión. Y digo que esos límites morales también los tiene, como la conciencia de los derechos humanos nos hace ver, si los tomamos de forma conjunta y equilibrada: todos los derechos de todas las personas, en su equilibrio histórico complejo.

Cuando a mi juicio ese significado moral es peligrosamente equivocado, tengo derecho a decirlo y acusar a quien sea de indignidad -incluidos los humoristas-, y lo puedo hacer una y mil veces; eso sí, de mil modos tan exigentes como siempre morales; por tanto, nunca, nunca, con violencia y muerte, nunca contra la dignidad de las personas y su vida. Los ofendidos siempre tienen que buscar formas morales de atajar la ofensa, y la no violencia activa ofrece múltiples recursos. El terror, por el contrario, siempre terror y nada más que eso.

Y que la razón autónoma ácida sepa que es de todos, y como en todos los casos, que puede ser legal e inmoral a la vez, inteligente y manipuladora a la vez, crítica y prepotente también. Nadie está libre de esta ambigüedad antes de la prueba en contra. Más aún, la razón autónoma no tiene dueño fijo, y tener fe -al menos en la teología cristiana- no significa abandonar ese nivel de conocimiento y acción que nos define en nuestra cultura, el de la razón autónoma. En nuestra cultura, y según creo sin prepotencia, en todas.

No deberíamos ver la fe y la razón como ámbitos distintos. Diferentes, sí; coherentes y convergentes, también. Ninguna fe puede saltarse la razón autónoma y llegar sin ella, como atajando, a nada digno del ser humano. Ninguna razón autónoma puede prohibir lecturas religiosas de la vida que no la sustituyan, sino que la acojan en un horizonte de sentido peculiar y opcional.

Cuesta un poco, pero es posible. Ninguna razón autónoma puede cerrarse a otras lecturas de la realidad que no la ignoren y que la respeten; a partir de aquí, ella no lo sabe todo. No lo sabe, ni lo pretende. Y respeta que la cuestionen desde dentro, y desde fuera. Desde dentro, para debatir en igualdad; desde fuera, para escuchar y quedarse con lo más sabio de la vida. Por ejemplo de la poesía. Y por qué no de la teología. Y, por supuesto, desde las víctimas de todo proceso histórico.

La razón autónoma, por enésima vez, no es absoluta, sino relativa a la dignidad de la persona -no directamente a Dios, ¡ojo!- y la intelección de ésta no es patrimonio exclusivo o privilegiado de nadie; accedemos al conocimiento de la dignidad humana por la razón común compartida, histórica y crítica -hecha experiencia integral del ser humano- que es de todos; por la fe, la situamos en un horizonte peculiar y riquísimo para el creyente, pero en nada lo aportamos como atajo o sucedáneo de la razón humana común, y menos como privilegio epistemológico -una manera privilegiada de conocer la verdad- y político -un derecho a imponerla en la vida pública frente al adversario-.

En nuestra cultura, así entendemos la relación fe-razón y no es mala aportación a todas las culturas; así nos salvamos de los excesos de la razón religiosa y de la razón autónoma allí donde se den. Y pueden darse en el humor como en la filosofía, en la política como en la teología. Esto quería advertir. (Me empeñé en hacerlo ver de mil modos en Los olvidos sociales del cristianismo, Madrid, PPC, 2011, parece que con poco éxito, lo reconozco).

José Ignacio Calleja
Vitoria-Gasteiz

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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