Ésa es la Iglesia que quiere el Papa: compasiva, que se acerca a los pobres, sin miedo al que dirán ni a provocar el escándalo de los fariseos
(José Manuel Vidal).- La revolución tranquila del Papa, que no se detendrá ante las presiones de los halcones curiales, tiene una hoja de ruta, que Francisco quiso entregar hoy, explicitada, a sus nuevos cardenales, en una solemne eucaristía en la Basílica de San Pedro. Consiste, esencialmente, en pasar de la doctrina al Evangelio.
En las últimas décadas, la Iglesia cargaba las tintas en los principios doctrinales «innegociables». Asaeteaba a los católicos, un día sí y otro también, con la estrategia del no, del pecado, de la aduana. Y hasta amenazaba con la excomunión a los numerosos pecadores.
Francisco no quiere cambiar los dogmas católicos. No puede hacerlo. Pero, respetando el Credo irreformable, está dispuesto a revisar todas las demás adherencias doctrinales que, como el polvo de los siglos, se ha ido pegando al rostro de la Iglesia católica. Para volver a las esencias y redescubrir el Evangelio. Pero no cualquier Evangelio, sino el «Evangelio de los marginados».
Ése es, según el Papa, el gran reto de la Iglesia actual. Porque «en el Evangelio de los marginados se juega nuestra credibilidad». El catolicismo sólo volverá a conectar con amplias capas de la población o sólo podrá seguir siendo levadura en la masa, si se tiñe de ternura, misericordia, compasión y caridad con los más pobres.
Por eso, en una vibrante homilía, que le salía del fondo del alma, Francisco quiso explicitar a sus 20 nuevos cardenales, por donde pasa ese Evangelio. En primer lugar, pasa por cambiar el chip de las autoridades eclesiales. Los cardenales no pueden ser señores ni príncipes. Púrpuras, sí, pero para servir. No para mandar ni para pavonearse con el brillo y el poder. Eso significa conformar un auténtico «colegio» cardenalicio, entre cuyos miembros no reinen los celos ni el orgullo y, mucho menos, el odio y el rencor.
En segundo lugar el «Evangelio de los marginados» pasa por imitar la «compasión» de Jesús. Esa compasión profunda, que viene de la palabra latina «cum patire», «sufrir con». Como la que mostró y demostró Jesús con el leproso, al que toca, abraza, sana y salva de la exclusión.
Ésa es la Iglesia que quiere el Papa: compasiva, que se acerca a los pobres, sin miedo al que dirán ni a provocar el escándalo de los fariseos. De esos clérigos, también actuales, que «se escandalizan ante cualquier apertura que no encaje con sus esquemas mentales, ante cualquier caricia que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista».
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