El Papa es un gran líder, muy directo, claro, sencillo, capaz de escuchar y entender el clamor del pueblo de Dios
(Manuel Mandianes).- Durante las últimas décadas se han dado muchos cambios materiales y conceptuales que no siempre han sido asimilados por la Iglesia. La gente busca experiencias intensas y plácidas, encanto e intensidad; la intensidad de la emoción y la continuidad de la vida, la chispa y la beatitud; experiencias que den sentido a la vida.
La experiencia religiosa es la subjetivación de la religión lo que ensancha la posibilidad de opciones, su apropiación íntima y su asunción social. Ya no se dice «pienso luego existo», en nuestro caso sería: «conozco los dogmas», sino «siento luego existo». Esta manera de sentir está en armonía y sintonía con la disolución del sujeto en los tiempos del nihilismo.
Se trata más de vivencias que de sustancias. Se puede hablar de la experiencialización. Las construcciones conceptuales, estructurales que en su día fueron tan importantes cada día lo son menos. Lo que antes se vivía a través de adhesión a conceptos se vive de una manera desmateializada mediante la participación en experiencias efímeras, evanescentes. Antes todo estaba mucho más ritualizado y se compartía todo con la comunidad. El individuo, hoy se pregunta con frecuencia: ¿quiero esto? Ahora somos más conscientes que nunca de nuestra individualidad, de lo que nos hace diferentes y, por lo mismo, de lo que sentimos.
La contemplación del misterio debe de poner al hombre frente a su nada pero nada divina. En la medida en que la humanidad empiece a probar las mieles divinas, los grandes misterios nos serán más próximos. Al revés, los grandes misterios no acercaron nunca la humanidad a Dios. No es cierto que la época moderna haya perdido, en buena medida, a Dios porque quizás nunca lo tuvo más que ahora.
La religión no es ocio, no es deporte, no es turismo pero a través de ellos se puede llegar ala religión; puede considerarse como deslocalizaciones que están en todo sin desnaturalizar nada. Antes nos quedábamos en el mismo lugar siempre, éramos fieles al mismo partido, a la misma marca. El matrimonio duraba siempre, hoy hay traspasos.
La persona va a aceptar la experiencia no los conceptos ni los dogmas. La dimisión simbólica es de la misma sustancia que los vivencias. Se da más importancia a los símbolos que a los dogmas, asociaciones de imágenes desvaídas. Hoy la religión como el arte, cada vez es más una experiencia; no tiene tanto que ver con los conceptos, con la ortodoxia sino con experiencias, vivencias. La religión es buena cuando brota de la gratuidad; cuando pone al ser humano frente a sí mismo. La religión ha perdido en parte su cualidad conceptual para formar parte de la vida, de la identidad, como elemento del look personal, para ser alguien y ser reconocido.
Las marcas, personalizadas por una celebridad, imponen el producto, sirve para revalorizar el producto. De ahí la importancia del Papa Francisco. El Papa es un gran líder, muy directo, claro, sencillo, capaz de escuchar y entender el clamor del pueblo de Dios, con un enorme espíritu de lucha y enorme capacidad de empatía con todo el mundo, capaz de trasladar y contaminar esa energía y salud mental a sus equipos y a la Iglesia entera porque se da cuenta de lo que sus colaboradores necesitan y de lo que necesita la Iglesia. Su ojo clínico le sirve para ver los síntomas de nuestro tiempo y contribuye a que muchos sigan su estrella impresionados por su ejemplo. Muchos acusan al Papa de ser un publicista pero, hoy, la única manera de llegar a todo el mundo es la publicidad. Francisco sabe que no puede aceptar la verdad del mundo de hoy pero también sabe que es la verdad de la gente de hoy y la verdad en la que él mismo se mueve. Aquí se origina su tensión vital, su identificación con el mundo en que vive y al mismo tiempo su distanciamiento.
El mundo moderno transforma una experiencia cualquiera en una obra de arte, en un objeto precioso, en materia de recuerdo y comentario, la transustanciación de una cosa cualquiera en una obra de arte debido al fenómeno de la artialización. La transustanciación y la transfiguración convierten en experiencia valiosa lo que antes era banal.
La estatización se convierte en una fuente de religiosidad. Francisco, en vez de considerar al mundo moderno enemigo de Dios, lo considera un campo propicio para sembrar la palabra de Dios. Francisco no odia ni lucha contra el mundo de nuestros días sino que lo ve como el campo de sus posibilidades, de su quehacer.
Francisco es consciente de que no se puede hacer una tortilla sin romper huevo; es decir, tiene que intervenir en relaciones sociales y tal vez combatir ideologías sin necesidad de destruir a nadie y, tal vez, llevar a cabo una ruptura para mantener vivo el cuerpo. Las situaciones de crisis llevan a una división: aquellos que quieren continuar arrastrando los viejos parámetros, y aquellos que son conscientes del cambio necesario y lo afrontan.
Hay momentos en los que la única opción es la que está entre la herejía y la no creencia. Conseguir el cambio de una organización es tremendamente complicado, el reto es cambiar la cultura de una organización, de la Iglesia. Todo ello lleva consigo un riesgo y peligro de desaparición y quedarse en nada pero este peligro también encierra en sí mismo la posibilidad de la salvación.
El acontecimiento Francisco designa el surgimiento de un nuevo horizonte que supone una nueva relación de la Iglesia con el mundo. Dios y la Iglesia siguen siendo lo que eran pero la presentación ha cambiado. Los acontecimientos pertenecen a nuestra inestable realidad material, no afecta a la esencia de la revelación ni de la Iglesia en donde no ocurre nada. Francisco es como el punto focal de un movimiento de ruptura que, sin romper nada reestructura todo; modifica todo y libera de ataduras seculares.
Francisco surge y viene de lejos y actúa como si hubiese estado siempre aquí; por eso sorprende a propios y extraños. Francisco es un proyecto con el que millones de personas sueñan y se identifican. La gente le cree porque Francisco es y actúa como una persona normal. Tal vez el entusiasmo que está despertando Francisco sea más importante que la realidad o sea la misma realidad.