Estoy seguro de que Obama tiene la mejor voluntad. Pero Obama no es toda la historia de EEUU. Por eso no puedo menos de preguntarme: ¿qué derecho tiene un país así para castigar a Venezuela?
Los teólogos José Ignacio González Faus, sj., y Benjamín Forcano defienden, en sendos artículos, la legitimidad del actual gobierno venezolano. Con diferentes argumentos, ambos se preguntan «quiénes somos para apedrear a la Venezuela adúltera» y reclaman que la oposición se comporte de forma democrática, y «no con violencia e inmoralmente». Por su interés, los reproducimos a continuación:
Así arranca el artículo de González Faus:
1.- Los Estados Unidos y las naciones europeas llevaron a Venezuela ante Jesús: «Maestro, este país ha sido sorprendido en flagrante adulterio democrático: ¿qué dices tú que debemos hacer?». Jesús fingió no oírlos y escribía en la arena. Por fin, ante la insistencia amenazadora de sus interrogadores, levantó la vista y musitó: «el que de vosotros esté sin pecado que le tire la primera piedra»… (ver Jn 8,1ss).
2.- En 1956, la URSS invadió y atropelló canallescamente al pueblo húngaro que intentaba una revolución no grata a Moscú. Durante semanas se sucedieron manifestaciones y condenas en todos los países europeos. Karl Barth, catedrático en Basilea, el mayor teólogo del s. XX tildado a veces de excesivamente «verticalista», rehusó sin embargo sumarse a esas protestas. La razón de esa negativa escandalosa, la había dado poco antes en un escrito sobre la Iglesia entre Oriente y Occidente: «lo que se ha emprendido en Rusia (aunque con manos sucias… y de forma que nos irrita) es, sin embargo, una idea constructiva: es la solución de un problema que también para nosotros es un problema serio y candente y que nosotros, con nuestras manos limpias, ni tan sólo hemos empezado a resolver: el problema social».Estos dos relatos, de diferente género literario, sugieren lo que voy a intentar decir.
3.- En 1954 EEUU se permitió deponer a Jacobo Ardenz presidente electo de Guatemala, por sus reformas sociales perjudiciales para la United Fruit Company, dejando al país en manos de dictaduras criminales protegidas hasta hoy por un cómplice silencio de opinión. En 1973 provocó la caída de Allende y la dictadura de Pinochet en Chile. En la década siguiente subvencionó ilegalmente y armó terroristas contra el gobierno de Nicaragua. En el 2009, según reconoció Hillary Clinton (en Decisiones difíciles), colaboró en el golpe de estado de Honduras que depuso al presidente electo Manuel Zelaya, y luego ha envuelto en manto de silencio la actual dictadura que ha sumido aquel país pobre en una mayor miseria. Durante décadas sostuvo la Escuela de las Américas para enseñar a torturar a militares argentinos, salvadoreños, uruguayos… Por razones de estrategia petrolífera mintió públicamente que Irak poseía «armas de destrucción masiva» (armas que sí posee EEUU) y se permitió invadir aquel país con la colaboración de algunos títeres, dejándolo sumido en un caos de horror y violencia del que tardará años en salir. Y cuando se ha encontrado con una oposición molesta (con el wikileaks de J. Assange1, y las de denuncias de E. Snowden…) ha intentado encarcelar esa oposición para someterla a juicio, sin éxito de momento pero encerrando al primero en la embajada de Ecuador de Londres, y sin que la sagrada «libertad de expresión» fuera impedimento para ese modo de proceder. Finalmente, EEUU es quizá el país del mundo con mayores diferencias entre ricos y pobres, pese a que su Declaración de independencia proclamaba que «todos los hombres son creados iguales, dotados por su Creador de unos derechos inalienables». Hoy se justifican esas diferencias escandalosas apelando al mérito de unos y al demérito de otros, cumpliendo así el sabio proverbio bíblico: «el rico ofende y encima se ufana; el pobre es ofendido y encima pide perdón» (Ben Sira 13,3).
Estoy seguro de que Obama tiene la mejor voluntad. Pero Obama no es toda la historia de EEUU. Por eso no puedo menos de preguntarme: ¿qué derecho tiene un país así para castigar a Venezuela?
4.- La UE no quiso reconocer sus raíces cristianas. Vale. Pero lo peor es que tampoco quiere reconocer sus raíces ilustradas, traicionando así lo mejor de sí misma, raptada por el Júpiter gringo, como en el mito antiguo. Arrastra un pecado que se llama África. Se sumó a la barbarie contra Irak, sumió a Libia en una situación desastrosa y sin salida. Ha intentado superar una crisis provocada por la avaricia, recetando «austeridad para los más pobres y beneficios para los más ricos» (otra vez cabe aquí la cita anterior del Ben Sira). Interceptó irrespetuosamente el vuelo Rusia-Bolivia del presidente Evo Morales obligándole a aterrizar en Austria, «por orden del Amo» según N. Chomsky, y por el temor de que Snowden viajara oculto en aquel avión. Y hoy mira hacia otra parte ante las muertes masivas en el Mediterráneo y el drama migratorio provocado en parte por ella misma. Todo por la idolatría del becerro de oro y en servicio de «un sistema que mata» (Francisco).
Sé que en Europa hay políticos de muy buena voluntad. Pero me pregunto quiénes somos para apedrear a la Venezuela adúltera.
5.- Venezuela soporta hoy la incompetencia y la mala educación de un Presidente que sólo sabe argumentar con frases ideológicas y con insultos horteras. Chavez era otra cosa: aunque su lenguaje histriónico resultara cargante para un europeo, tenía formación y carisma, e hizo una serie de importantes reformas sociales que nosotros hemos preferido no mirar, y de las que sólo informaba Le Monde Diplomatique. Por eso imagino al Chavez enfermo en sus últimos días, con aquellos mismos temores que se cuentan de Felipe II moribundo, ante el hijo que iba a sucederle…
6.- Pero aquí no se trata de Venezuela sino de nuestra hipócrita reacción ante ella. Porque lo más incomprensible es que nunca se produjera una reacción semejante ante la Venezuela de Carlos Andrés Pérez y demás. EEUU se negó a extraditarlo cuando el gobierno venezolano lo reclamaba para juzgarlo por todos el dinero público derivado a sus cuentas secretas. ¿Quién de nosotros reclamó entonces castigos ante aquella democracia ahogada, ante la corrupción de los más ricos y la intervención del ejército, con 2000 desaparecidos durante el «caracazo?. Nadie: porque eran una corrupción y una antidemocracia en defensa del «sistema que mata».
Por eso creo que habría que terminar parodiando otro precepto del Decálogo: ¡por favor!: «no tomar el santo nombre de la democracia en vano». No hagamos de la sagrada palabra democracia un celofán con el que envolver los intereses de Mammôn.
Éste es el artículo de Benjamín Forcano:
Una mentira no se convierte en verdad por mucho que se la repita
Llevamos semanas viendo aparecer en los grandes medios de comunicación de nuestro país que en Venezuela hay que restablecer la democracia, que la oposición política es reprimida y maltratada, que no hay libertad de expresión, que hay desabastecimiento y muchas muertes violentas. Y, para agrandar la legitimidad de este clamor se nos repite que en nuestro Congreso no pocos diputados denuncian la arbitrariedad con que los opositores venezolanos son detenidos y piden que los «democratas» Leopoldo López, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos y otros sean excarcelados, y que semejante pronunciamiento se ha hecho también en el Parlamento Europoeo, por el Secretario General de la ONU, la OEA y otros Gobiernos y que 23 expresidentes americanos piden que se restablezca la democracia en Venezuela.
Reconozco como superhábil el manejo para condicionar y moldear la opinión de quienes simplemente se guian por esta información mediática interesada y manipuladora.
La verdad es otra: en Venezuela desde la llegada de Hugo Chavez ha regido una democracia acreditada en todas las elecciones por la voluntad del pueblo depositada limpia y libremente en las urnas. Ni una sola, pudo ganar la oposición. En la última, ya con Maduro creyeron que , toda la oposición unida, podían ganar. Y de nuevo perdieron por más de tres millones de votos. Y esto es lo que exasperados no aceptaron ni estaban dispuestos a tolerar y diseñaron otra estrategia de oposición violenta , antidemocrática, para desestabilizar el país, y poder tumbar a un Gobierno , que no habían podido lograr democráticamente.
Ninguno de estos grandes medios nos cuentan los avances y logros de la revolución bolivariana si se la compara con los Gobiernos de los 70 años anteriores: ha habido en tan solo 10 años un incremento del gasto social de 772.000 millones de dólares; construcción de más de 700.000 viviendas; la escolarización de niños ha pasado de 6 millones (1998) a 113 millones (2013); construcción de 22 nuevas universidades; aumento de profesores de 65.00 a 350.00; enseñanza pública totalmente gratuita desde la infancia hasta la universidad; personas con pensión antes de Chavez 387.000, ahora 2.100.000; médicos por 10.000 habitantes en 1998,18;, en el 20, 58; país con el nivel más bajo de desigualdad (según el Coeficiente Gini): Venezuela; salario mínimo en 1998 lo equivalente a 16 dólares, en 2012 son 330 dólares; extracción anual de petróleo 500.000 mil millones de barriles, ahora mil millones; medios de comunicación en propiedad y control privado (no estatal) en torno al 80 %, etc.
Lo que es una democracia se defiende ejerciendo en ella la oposición democráticamente (debate, diálogo, cooperación, oposición leal…) no con violencia e inmoralmente. No se trata de restablecer la democracia en Venezuela, sino de aceptarla, mal que no responda a los intereses, monopolios y privilegios de ciertas minorías del país y otras foráneas.
Los denominados y más ensalzados opositores de la revolución bolivariana no son demócrata, ni disidentes políticos sino , como han dicho diputados del Congreso español, criminales , que actúan fuera de ley, y merecen la cárcel. Demasiado saben los grandes medios de comunicación quiénes son esos opositores y, sin embargo, los presentan ante la opinión pública como héroes de la resistencia y víctimas.
¿Por qué, aceptada con admiración su enorme e innegable calidad periodística, no se publica la posición de Eduardo Galeano (y otros) referente a Venezuela con el relieve con que se hace por ejemplo con Mario Vargas Llosa?
Afortunadamente, aun sin el espacio público de esos grandes medios y sin la omnipotencia de su «ilimitada e «inmoral» libertad, disponemos de otra información, -amplia y contrastada- que nos permite librarnos del engaño e hipocresía de quienes nos dicen servir a la democracia, a los derechos humanos, a la libertad de expresión, emancipación de los pueblos y otras retóricas resabidas.