Víctor Márquez Pailos

El silencio, de oferta

"El silencio es a la luz lo que a la sombra la palabra"

El silencio, de oferta
Víctor Márquez, columnista

Hablar desde el silencio, y no ya sobre él, es devolver la voz a todos los que la han perdido, ser la voz de los sin voz

(Víctor Márquez Pailos).- He visto primero a mi madre y después a mi padre dejar de hablar mucho antes de morir. La demencia es, a veces, el principio del fin y el silencio que impone dispone el aire tibio del hogar a la invasión de una palabra que anuncia la muerte sin que nadie muera menos uno solo cada vez.

El silencio es mensajero de la muerte. Y lo es de dos maneras. De esta, ante todo, anunciando el dejar de ser en el dejar de hablar mientras todo sigue hablando en aquel que, antes de sumergirse sin voz en la noche, parece retener la luz del día con la fuerza de sus ojos mudos, de sus manos quietas y trenzadas en el gesto de darse, la una a la otra, el calor que ya nadie podrá darles.

También de otra manera es el silencio mensajero de la muerte, anunciando el no querer ser en el no querer hablar, en el callar culpable o pudoroso de quien, callando, oculta y dice, sin querer, más de lo que teme. Es el silencio de la luz, porque la luz y la sombra son hermanas y no se la ve nunca a ésta sin aquella.

El silencio es a la luz lo que a la sombra la palabra. En cuanto decimos callamos más de lo que creemos y menos, sin embargo, de lo que nos gustaría. Uno se pregunta si no podría vivir sin temor a ser lo que no quisiera ser, sin temor a ser malentendido ¡Cuántos han renunciado a su querer más hondo y vehemente por temor a dejar de ser queridos! ¡Cuántos han muerto en vida por no quedar sin ganas de vivir ni de esperar la muerte!

Pero el silencio se oferta hoy en el mercado de la espiritualidad como un producto, más que nunca, necesario. El mercado, siempre hábil, crea primero la necesidad. Monasterios, paraísos reservados al turismo espiritual, lugares de ensueño o viejos caserones equipados a placer, ¿no colmarán nuestro vacío? Otrora fue el jaleo, la balumba y el remeje, que tan bien nos sientan a casi todos de vez en cuando. Ahora, el silencio y su virtud. Por este orden: el silencio, ante todo, después, la virtud.

La virtud llega, eso sí, más tarde, como quien no sabe de dónde viene ni a qué. La virtud es despistada y, por ello, encontradiza. Cualquiera puede tomarla del brazo y llevársela, con suavidad desaprendida, allí donde se la requiera y necesite. El silencio, pobriño, no sabe nada de sí mismo porque es silencio. Nada mejor, pues, para servir a los planes de la muerte. La muerte no importa, al fin y al cabo, venía a decir Epicuro, porque, cuando se presente, nosotros ya no estaremos, no seremos. Seremos silencio. Sobre el silencio se pueden escribir libros, animar retiros, dar muchedumbre de consejos porque, lo que es desde él, nadie llegará a hablarnos.

Y he aquí lo que yo veo, a tantos iniciados, gurús, yoguis, sacerdotes y sabios hablando sobre el silencio y su virtud, al alcance de cualquiera, como despistada que es y encontradiza. Nos invitan a callar, pero lo hacen, como es natural, hablando ¿No deberían enmudecer, más bien, para darnos ejemplo de aquello que intentan enseñarnos? Pues no. Los predicadores del silencio no paran de hablar y de escribir.

Y uno acaba comprendiéndoles, claro, porque, ¿hay acaso algo más necesitado y frágil que el silencio? Los que nos invitan a comprar su producto convenciéndonos de cuánto lo necesitamos han mudado el oriente de las cosas. No se trata de que nosotros necesitemos silencio. Se trata de que el silencio necesita de nosotros. Necesita que, en vez de hablar tanto sobre él, empecemos a hablar desde él.

Hablar desde el silencio, y no ya sobre él, es devolver la voz a todos los que la han perdido, ser la voz de los sin voz. Cuando uno se ha pasado la vida creyendo que el silencio es algo por guardar, ¿será capaz de entender que no, que no se trata de guardar silencio sino de dejar hablar a los que no pueden hacerlo? El silencio que busca el que quiere callar no lo encontrará en ninguno de esos lugares ungidos por su espiritualidad porque ellos no deben su unción al querer humano sino a la superación de aquel deseo que cumplimos rechazando otro.

El silencio no ocupa lugar. No está aquí y no allí. Está en todas partes. Y, si alguna utilidad han de rendir los lugares y las personas que nos hablan sobre el silencio, es la de ayudarnos a descubrirlo donde menos parece que está. Devolviéndonos a la vida ruidosa de la que huimos en busca de silencio, nos podrán enseñar a respirar el silencio del que no habla porque no puede, del que calla sin virtud alguna durante horas: el desahuciado, el demente, el autista o el cansado, al fin, de gritar y de vivir.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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