En esa procesión que siempre va por dentro del creyente cristiano se alternan o se mezclan siempre las lágrimas y los cantares
(Fructuoso Mangas).- Con el título se me va la mente a John Wayne y a la fierecilla domada, pero lo que viene apenas tiene que ver con aquello, por eso evito más distracciones y voy a lo mío sin renunciar al título, claro. Porque quiero referirme a algo que cada vez nos está haciendo más falta en la Iglesia de hoy en España, tan encogidilla ella por lo que pasa y tan cautelosa y hasta encorvada por lo que ve que viene.
El título podría estar al frente de la parábola de Marcos 4, 26-34: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga… Soy hijo de labradores y no es tan simple la cosa como la pinta. Puede que el viejo labrador presente rostro tranquilo pero la procesión de la incertidumbre y del azar todopoderoso va por dentro. Y no se remedia con ruegos y súplicas ni con unos consejos de autoayuda ni siquiera con un buen seguro agrario.
En todo labrador hay una ancha y misteriosa franja impasible, que además se les nota perfectamente, y hay una alarma que no cesa porque en alguna medida desconocida de antemano vale más semilla en mano que cosecha volando… Y el que prevalezca una u otra define en el mundo entero a las dos clases de labradores que en el mundo son. Y también de pastores y de predicadores y de agentes de misión y de profetas y de… Ahí está parte de la gracia y de la actualidad de la cosa honda de la parábola.
Para leer el artículo completo, pinche aquí