Antonio Aradillas

Se acaban los curas de profesión

"La Iglesia se encamina hacia los sacerdotes de segunda profesión"

Se acaban los curas de profesión
Antonio Aradillas, columnista

Por qué no dar ya pasos firmes hacia el presbiterado de personas como estas, entresacadas de las mismas comunidades

(Antonio Aradillas, sacerdote).- «Profesión, cura -sacerdote», tal y como hoy se ejerce y se vive, se acaba. La sociología, la historia, los cánones, las estadísticas, y aún la teología en general, así lo delatan. Pese a optimistas y generosos esfuerzos de algunos, que con las más fervorosas y limpias intenciones trabajan por retardar lo más posible el tiempo de su reducción – extinción, el hecho es que, aún reconociendo que el aserto resulte en extremo «ofensivo para oídos piadosos», por el futuro de los sacerdotes como profesión al uso apuestan pocos, dentro y fuera de la institución eclesiástica, y sin connotaciones espurias de anticlericalismos y otras descalificaciones y anatemas.

. El de las «vocaciones religiosas» es problema tremendamente grave y representativo, por su propia entidad y además, y sobre todo, por la estructura en la que es necesario enmarcarlo, si se pretende afrontar con la seriedad, la responsabilidad y la audacia exigidas, en el contexto de las realidades temporales iluminadas por documentos conciliares del Vaticano II, con mención particular para su «Lumen Gentium» y su «Apostólicam Actuositatem», que aportan elementos de juicio todavía apenas si suficientemente desvelados.

. El proceso de desclericalización -feliz para unos, y no tanto para otros-, al que crecientemente está sometida la sociedad, es hoy por hoy irreversible. «Sagrado» y «profano», como categorías, no son de por sí términos absolutos. Se han relativizado, al integrarse en el proyecto de la vida que se dice cristiana, en sus respectivas parcelas de Iglesia-ghetto, o Iglesia popular, en el marco de una sociedad pluriforme. Precisamente de tal constatación y vivencia dimana en gran proporción la dificultad de emplazar y acomodar el sacerdocio y su «ministerio», tal y como aún se vive y ejerce, también en el caso en que sutilidades eufemísticas intenten diferenciar y valorar los conceptos de «vocación» y de «profesión»

. ¿Cuál es el ejercicio – ministerio- profesión del sacerdote en tal marco? ¿Cuál es su función específica en un mundo «cristiano», en el que ya no hay cosas «sagradas», ni lugares «profanos», por aquello de que «del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella» (1 Cor. 10-26), con lo que parte importante de la función encomendada al estamento sacerdotal exigía su segregación de la comunidad?

. ¿Acaso las actividades rituales justifican hoy en plenitud la existencia de una profesión- oficio, ambigua para muchos? ¿Tal vez se justifican, y justificarán «por los siglos de los siglos», situaciones y actividades que incluían también poderes político- sociales en todos los niveles de la convivencia? ¿Podría aceptar la cultura- mentalidad actual, teologizada como corresponde, que santos y santas, bajo advocaciones diversas, a cuyo servicio ritual están los sacerdotes, sean estos los encargados en exclusiva, o fundamentalmente, de resolver los problemas sociales, al margen, o en contra, de las gestiones políticas, sindicales y profesionales en general?

. La relación sacerdotes- rezadores-, mediadores oficiales al frente de la comunidad, con dedicación especial, emolumentos y representación correspondiente, ornamentos y distintivos especiales y los privilegios propios de una casta sacralizada, está a la espera de que el Papa le preste la atención «franciscana» debida a problema eclesiástico y social de tanta relevancia.

. Mientras tanto, siempre y por imperativo de la teología del laicado, debieran impartirse en los epítomes primarios de los catecismos, la difusión y aceptación del sacerdocio como «segunda profesión», como solución teórica y práctica, congruente y efectiva, al gravísimo problema de las vocaciones religiosas. El sacerdote «de segunda profesión» sería -será- «un hombre, o mujer, adulto que desempeña, o desempeñó, una profesión u oficio «mundano», y que, tras recibir la ordenación sacerdotal, se pone a disposición de la comunidad en su tiempo libre, una vez acabado su trabajo, o ya jubilado del mismo».

. Por supuesto que para el acoplamiento adecuado de esta figura en el ordenamiento canónico, será necesaria la reforma de algunas estructuras, sin que tal circunstancia sea impedimento serio, entre otras razones, por que son estas -las estructuras- las que están al servicio de la comunidad, y no al revés. El hecho de que en los primeros, y más fervorosos y limpios tiempos de la primitiva Iglesia, así acontecía, es garantía de fidelidad y aprecio.

. ¿Por qué no dar ya pasos firmes hacia el presbiterado de personas como estas, entresacadas de las mismas comunidades, con lo que, entre otras ventajas, destacan las de su encarnación en ellas y en sus estructuras familiares, convivenciales, políticas y sociales, como los demás, evitándose, por ejemplo, las tristes consecuencias de la inmadurez emocional característica de la formación impartida en los seminarios, muchos de ellos hoy clausurados «por la gracia de Dios»? El voto de obediencia, y sus formas análogas, «para conocer la voluntad divina», no suple la formación de la persona y más si la profesión a ejercer es -será- la del servicio a la colectividad en el nombre de Dios».

. La ambigüedad de la profesión sacerdotal como hoy se vive, la crisis de identidad de muchos de sus miembros que se creen «personas inútiles» y el reconocimiento y añoranzas de lo que en otras épocas fueron, con tantos e inequívocos signos de prestigio y poder, instan a los responsables de la acción pastoral en la Iglesia a plantearse en profundidad y con urgencia el tema del «sacerdocio como segunda profesión».

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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