Si la Iglesia no da una "propuesta esperanzadora desde la fe" y se nos van los fieles ¿no será porque vendemos lo mismo (y peor) que esos "que los defienden de la garra todopoderosa de los señores del dinero"?
(Ángel Sáiz Pérez).- Amigo Emiliano: debo decir, humildemente y dudando de si estaré interpretando bien el Evangelio, del que me confieso no muy buen seguidor, que tu «carta abierta» también a mí me ha dejado sumido en un mar de dudas.
Es cierto que los obispos han hecho, muchas veces, oídos sordos a las necesidades de los más desfavorecidos, mientras algunos (o bastantes) de ellos ocupaban palacios episcopales lujosos. Bien es verdad que la Iglesia a veces se ha preocupado más de llevar control del número de bautizados y confirmados, casados por la Iglesia y cumplidores por Pascua (en aras de sus ansias de proselitismo) que de atender a los problemas económicos que padecían las familias en las parroquias y las diócesis.
Pero yo veo que en la vida no solo hay problemas económicos. Hay algo más que «maltratados por la crisis económica» y afortunados en ganancias. La humanidad no nos dividimos solo en ricos y en pobres. Formamos una heterogénea diversidad de seres humanos, afortunados unos por la salud, la afectividad, la democracia, la riqueza, la juventud, la libertad, la solidaridad, la generosidad y la entrega, el éxito, la «normalidad social»… mientras otra buena parte de la humanidad está afectada por la enfermedad, la depresión sicológica, la pobreza, la marginación social, sexual y racial, la malformación congénita, la falta de libertad individual, la dictadura política, el egoísmo de sus semejantes, la explotación infantil, la delincuencia, las drogas…
La afirmación de Jesús «Venid a mí todos los que estáis cansados… que yo os aliviaré» la podemos aplicar perfectamente a los desahuciados, a los pobres, a los marginados, a los inmigrantes… si, desde nuestras parroquias intentamos aliviar su dolor. Pero ¿qué respuesta evangélica damos al sufrimiento y desconcierto de los que tienen hijos minusválidos o deficientes mentales? ¿Qué respuesta evangélica damos a los enfermos terminales de nuestros hospitales? ¿Qué respuesta evangélica damos a los que se les comunica de pronto, cuando vivían felizmente, que padecen un cáncer terminal? ¿Qué respuesta evangélica damos a los que sufren anomalías congénitas, a los encarcelados injustamente, a los que sufren violencia de género o segregación racial? ¿Qué podemos responder a los que ansían descubrir su dimensión interior y espiritual, mientras nos dicen que no conciben que su vida se reduzca a la vida de los animales, trabajando tan solo por solucionar problemas existenciales de tipo material? ¿Y si ello nos lo dicen hombres y mujeres que viven su vida con total entrega y pobreza material, dedicándose a servir a los más necesitados?
Todos sabemos que hay muchos cristianos, comprometidos con su Evangelio, que visitan hospitales, cárceles, comunidades de ancianos desprotegidos, reformatorios… Me temo que para todos estos sufrientes (una buena parte de la humanidad), la solución no se encuentra en la justicia económica.
Bien es verdad que los símiles o parábolas recogidos en el Evangelio y referidos al Reino de los Cielos (el dracma perdido, el grano de mostaza, el sembrador, los vendimiadores, la oveja perdida, etc.), si los interpretamos solo desde el punto de vista económico, dividiendo al mundo entre ricos (pecadores) y pobres (justos), solucionamos cierto sector de la problemática humana. Pero eso, solo cierto sector. Además, me temo que con ello no hacemos más que ocupar o intentar ocupar el terreno de algunos partidos políticos o sindicalistas, marxistas y socialistas. Si eso ya lo hacen ellos ¿en qué nos diferenciamos los seguidores de Jesús? Además, entiendo que la labor por el Reino en ese campo ya lo están haciendo ellos bastante bien, e incluso, bastante mejor que la Iglesia. ¿No estaríamos duplicando trabajos? Repito, ¿en qué nos diferenciamos los seguidores de Jesús de todos los que buscan mejorar exclusivamente la situación económica de los más necesitados?
Me supongo que el atender a todas esas necesidades complementarias y problemas de la humanidad sufriente va implícito en tu labor apostólica, amigo Emiliano. Pero veo tan poco MENSAJE EVANGÉLICO PURO, es decir, evangelio de los pobres y de los que no son pobres… Entiéndeme cuando digo «evangelio de los que no son pobres», no me refiero a un posible «evangelio de los ricos», sino a un verdadero evangelio de los pobres tanto económicamente, como pobres, por ejemplo, en salud, en cariño y afectividad, en juventud, en autoestima (depresivos), en cariño, o afectados por la muerte de un ser querido, o pobres en felicidad, en libertad… Esa es la mayoría de la humanidad doliente, amigo Emiliano, no solo los pobres en dinero, en casa y en trabajo o solo los «afectados por las hipotecas». Creo que el Sermón de la Montaña no se refiere solo a los pobres en dinero… es algo más amplio y rico.
Yo me pregunto y te pregunto: y una vez que hayamos solucionado la crisis económica y hayamos elevado a todos los pobres al estado del bienestar… ¿habremos alcanzado ya «el Reino de los Cielos o el Reino de Dios?».
Siempre hemos creído lo que Jesús decía que «mi Reino no es de este mundo»… Bien es verdad que con demasiada frecuencia la Iglesia ha interpretado que se refería al mensaje exclusivamente espiritual y dejaba aparte las necesidades humanas y económicas. Sin atender a los problemas del estómago no se puede predicar, ¿verdad? Pero debemos entender que el reino de Jesús es un Reino integral, es decir que abarca al cuerpo y al alma. Si ahora nos referimos a un mensaje exclusivamente destinado a los pobres en medios materiales… ¿no estaremos ahora reduciendo el compromiso cristiano a un «mensaje exclusivamente de este mundo»?
Quizá a eso se deba el que, como bien dices, «el mundo se ha ido haciendo cada vez más laicista, más ateo, más indiferente». ¿No habremos perdido nosotros mismos el MENSASAJE, de modo que hayamos dejado de ser la luz y la sal de la tierra?
Dices en tu carta que «los señores del dinero son nuestros verdaderos enemigos…» Yo creo que nuestros enemigos somos nosotros mismos si nos reducimos al mundo de las necesidades económicas, perdiendo el sentido del mensaje completo evangélico y dejando de lado y sin mensaje a ese montón de seres humanos afectados por el dolor y por el sufrimiento, un dolor y un sufrimiento de carácter distinto al meramente económico. Bien es cierto que «el dinero no da la felicidad»… aunque, en cierto modo, ayuda a alcanzarla… por un tiempo. Porque solo el mensaje y el amor completo de Jesús a todos los hombres es capaz, como él dice, de apagar nuestra sed. Pero, te pregunto, en definitiva, ¿cómo se hace eso desde una postura verdaderamente cristiana, sincera y comprometida? Soy yo el que ahora hace preguntas porque me encuentro perdido. Pero lo urgente es encontrar esa integridad en el mensaje de Jesús
Dices que «la sociedad de hombres y mujeres indignados con sus políticos, vuelve con frecuencia su mirada a la Iglesia para ver si les ofrece alguna «propuesta esperanzadora desde la fe». Y si lo que les ofrece no les sirve, votará a quien los defienda de la garra todopoderosa de los señores del dinero». Yo opino que si esos partidos les defienden de la garra todopoderosa de los señores del dinero, bienvenidos sean todos ellos. ¿No te parece? Si la Iglesia no da una «propuesta esperanzadora desde la fe» y se nos van los fieles ¿no será porque vendemos lo mismo (y peor) que esos «que los defienden de la garra todopoderosa de los señores del dinero»?
Defendamos, pues, y trabajemos por defender a los marginados por la crisis, pero también profundicemos en dar al hombre de este mundo la luz y la sal que llena el alma y sacia la sed… si todavía creemos que el ser humano tiene alma y espíritu, además de cuerpo.
Y también termino esta mi carta abierta pidiéndote perdón por mi ignorancia evangélica y cristiana si he dicho muchos disparates. Pero, en lugar de condenarme y olvidarme, me gustaría que me contestaras a estas mis dudas e incógnitas, pues no pretendo otra cosa que enriquecer mis puntos de vista y mi percepción de las cosas para vivir con mejor compromiso al servicio de mis hermanos y hermanas.
Y, para terminar, te expongo una duda que me asalta en estos momentos: ¿No será que vendemos un Evangelio de los pobres «edulcorado» y puesto al servicio de los réditos políticos que nos puede proporcionar? No sé si ello será así porque el evangelio de los necesitados y de la humanidad doliente no produce réditos políticos. Y con ello me enfrasco en un nuevo mar de dudas.
Un abrazo muy grande, amigo Emiliano.