Hay luz en estos dos argentinos. A los dos los quieren borrar del mapa. Los dos nos dan esperanza
(María Teresa Bardají).- Hace tiempo que los creyente atravesamos una noche oscura y un invierno interminable, en esta Iglesia Católica que lleva años espantando al personal, que atrincherada en unas normas caducas y en una moral controladora, lejos del drama de los más empobrecidos y de la realidad y los problemas de los creyentes y ciudadanos de a pie.
Muchos anhelábamos una primavera eclesial, después que acabado el Concilio los cardenales se pasaron de frenada y tuvieron la capacidad de congelar el fuego que se había encendido en el corazón de la cristiandad con la llegada de Juan XXII, Pablo VI y el Vaticano II.
En España padecimos el nacional catolicismo, el matrimonio indisoluble de Aznar y Rouco Varela, la mordaza a la libertad y la atronadora caverna liderada por Jimenez Losantos, César Vidal, en una Cope, que de evangélica no tenía nada y que era la voz de un amo, la Conferencia episcopal, que era un lobo que devoraba a las ovejas, acojonaba al personal y perseguía a sus miembros cuando alguno destacaba por sentido común, coherencia o profetismo.
Contra todo pronóstico, Benedicto XVI, el Pastor que vivía en medio de Lobos, como decía el diario oficial del Vaticano, L’Obsservatore Romano, presentó su renuncia. Y el Espíritu sopló aires nuevos, venidos de muy lejos a rejuvenecer una Iglesia anquilosaba y que agonizaba en medio de escándalos que se sucedían de forma alarmante.
Un porteño austero, pobre, que hablaba con humildad, el lenguaje de todos los mortales, asomó por el balcón después del Solemne y envejecido y tembloroso «Habemus Papam» del Carmarlengo de la Iglesia que reflejaba la imagen envejecida de una Iglesia desprestigiada. Su Nombre, Francisco anunciaba todo un programa de vida y un proyecto para volver al sitio del que nunca debieran haberse marchado los discípulos del Nazareno: El Evangelio.
Pidió una Iglesia pobre para los pobres, condenó los poderes opresores y llamó a la fraternidad. Censuró a los que hacen de martillo de herejes y se está aplicando a fondo en una reforma que tiene para largo.
«Este argentino» está haciendo que muchos monseñores se sientan incómodos, porque les está desmontado el chiringuito que nunca debían haber armado para vivir a costa de «las ovejas». Pero él firme piensa, dice y hace. Se ha convertido en una luz, y en un signo de esperanza.
En España, también venida desde Argentina, y enfundada en un hábito blanco como el de Francisco, emerge una monja inquieta e inquietante: Sor Lucía Caram Amiga de los pobres y cercana a los que pueden ayudarla. No hace acepción de personas, pero es implacable en su discurso contra el capitalismo que cada día fabrica nuevos pobres y formas de pobreza. No recibe donación de cualquier empresa, se asegura de que el dinero, no es para tranquilizar mala conciencias, sino que proviene de negocios honestos, que crean fuentes de trabajo y son ganados honradamente.
La caverna política y eclesial, se la tienen jurada: demasiado roja para ser monja de «clausura» y no hacen más que enviarla a orar y a la cocina. La izquierda radical, primero la atacaba pensando que era flor de dos días. Pero ya lleva años pringada predicando en el desierto, y ahora no pueden menso que respetarla, aunque se sienten incómodos porque ella no acepta la violencia ni cree en la indignación de los que dicen y no hacen cayendo en el populismo fácil del destruir, para escalar.
Se ganó el respeto y el apoyo de los medios de comunicación, de empresarios de prestigio, de sindicalistas, de trabajadores y la admiración y amistad de la gente sencilla que siente que ella es la voz que les defiende contra los lobos rapaces, que apoltronados en cargo que deberían ser de servicio a los ciudadanos, se han convertido en depredadores opresores que gobiernan sin tener presente a las personas.
Hay luz en estos dos argentinos. A los dos los quieren borrar del mapa. Los dos nos dan esperanza. Sabemos que no lo tienen fácil, pero no podemos dejar de apoyarles porque la esperanza hoy se viste de blanco, genera complicidades, se expande de forma inminente y además, tiene el acento argentino que tanto nos agrada.