Cuando el político participa por cortesía en un acto religioso no lo hace en tanto que creyente, sino como solidario con los creyentes, manifestando el respeto que le merecen todas las creencias
(Martín Gelabert)- La profesión de fe comienza con un verbo conjugado en primera persona del singular: «yo creo». El sujeto de este verbo es cada persona individual que recita el Credo. Porque la fe es un acto personalísimo, del que solo yo soy responsable. Nadie puede creer por mí. Ni siquiera la Iglesia. El creer es un acto, una actitud que me concierne personalmente. Sin duda, el acto de fe es también un acto eclesial, en la medida en que los otros creyentes lo recitan igual que yo. Pero aunque lo lógico sea recitar la profesión de fe en común, formando Iglesia, cada uno es responsable de la fe profesada.
De ahí que la fe tenga necesariamente que ser un acto libre. En la medida en que hay presión, en esta misma medida la fe se empequeñece o se infantiliza. Si la presión se convierte en coacción, hasta el punto de que sin esa presión yo no recitaría el Credo, la fe desaparece. El acto que estoy haciendo será cualquier cosa menos un acto de fe. Puede ser un acto social, un acto político, un acto interesado, pero no un acto de fe. Religiosamente es una pura ficción. Y la ficción es la negación de la fe.
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