(César Luis Caro).- Al pasar Nueva Esperanza hay un puente en un lugar llamado Chalua, y junto a la pista una gran piedra blanca y redondeada.
– ¿A qué se parece? – me pregunta Ángel.
– …
– A dos bueyes con su yunta, ¿verdad? Pues esta piedra sería perfecta para el altar de la nueva iglesia de Omia.
Meses después, siguiente capítulo de la historia. Voy a ver a don Oriol Zumaeta, que es de Omia y gerente de la municipalidad de Mendoza, para ver si nos apoya en el traslado de la piedra, y oyes, dicho y hecho: con gran generosidad y eficacia hace sus coordinaciones con ayuda de Nancy, y en un par de días una retroexcavadora jala la piedra, la pasa a un volquete, que la lleva a la iglesia y la bota en el presbiterio dando un vuelco, cayendo de pie pero rompiendo varios ladrillos de la pared del fondo.
Colocar la piedra en su lugar no fue tan sencillo y llevó casi dos días. Hubo que abrir un cráter en el piso para hundir la piedra de manera que quedara a la altura adecuada. Como no se encontró un retromartillo, tuvieron que romper el cemento a lo bestia, con mazo y mucha moral. Una vez hecho el agujero, resultó arduo ubicar el pedrusco con la uña de la retro, con cadenas, con imaginación y una miaja de suerte. ¡Ahí nomá! – grité cuando me pareció que estaba en el sitio.
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