Dios no creó la tierra, nuestra casa común, para derramar sangre humana, ni para destruirnos, ni para explotarnos los unos a los otros
(Monseñor Roberto O. González).- Queridos hermanos sacerdotes y diáconos, religiosas y religiosos, distinguidos cónsules, queridos hermanos y hermanas, todos en el Señor: La maldad que habita en aquellos corazones humanos que han cerrado sus puertas al amor, los lleva a acometer todo tipo de injusticias y violencia hasta el extremo de quitar las vidas de personas inocentes, de personas de bien que andan divirtiéndose, vacacionando, compartiendo en restaurantes, volando en un avión, montadas en trenes, caminando y paseando por las calles.
El pasado viernes en la noche, hora local y en la madruga del sábado veíamos escenas de dolor, desesperación, terror, caos, ruidos de disparos, gentes corriendo de lado y lado, y el triste conteo de cadáveres humanos. Eran personas inocentes, personas en familias, personas cuya existencia humana quedó tronchada por la maldad de algunos. Fueron muertes planificadas producto de la concertación de la maldad para sembrar dolor, llanto, terror y derramar sangre.
París ha llorado a sus víctimas como también las han llorado las naciones de donde procedían otras víctimas. Y, el pasado 31 de octubre, otro acto vil de terrorismo mató a 224 personas, en su mayoría rusos al hacer estallar un avión en la península egipcia del Sinaí. Hoy nosotros, como cristianos y cristianas estamos aquí, para orar por el eterno descanso de las almas de todas estas víctimas que la muerte les tocó por sorpresa, para orar por los heridos, por los familiares y seres queridos de las víctimas. También vimos ayer un ataque en Mali, hoy Bruselas estaba paralizada debido a sospechas de actos de terrorismo.
Alemania también se siente amenazada por un posible ataque. Y tantos otros lugares donde los tentáculos del terror se hacen sentir: Beirut, Irak, Pakistán, India, Centroáfrica, entre otros lugares. También queremos llorar y orar por las víctimas de terrorismo en estos lugares y por las víctimas de la violencia en todas las partes del mundo. Nuestra fe nos dice que no estamos ante el triunfo del odio, de la muerte y el terror, sino que estamos ante el desafío de prevalecer en el amor y en la paz de Cristo Resucitado.
Desde esta Catedral expresamos nuestra solidaridad con Francia y Rusia por conducto del Hon. Antoine de Marsily, Cónsul Francés en Puerto Rico (representado en esta celebración por Madame Elizabeth Courtade); de la Hon. Anastacia Pavlovna Kitsul, Cónsul de Rusia. Y, como un gesto de solidaridad, también se han unido a esta celebración eucarística los cónsules: Hon. Andrea arroyo Mora, Cónsul de Costa Rica; Hon. Orlando Arvisu Lara, Cónsul de México; Hon. Dr. Jesús Rafael Sevillano Ferráz, Cónsul de Venezuela.
Sepan queridos cónsules de Francia y Rusia que en Puerto Rico nos solidarizamos con este dolor, que en Puerto Rico oramos por la paz en Francia y Rusia y que sabemos que estas naciones han sabido cómo superar grandes momentos de dolor y de tensión y que ésta no será la excepción. Dentro de tantas escenas de dolor, Francia, a través de tantas expresiones de solidaridad y cariño del resto del mundo, se ha sentido querida y fortalecida porque la solidaridad es un sentimiento que fortalece. Y Rusia también está acompañada con nuestras oraciones y sentimientos de afecto y solidaridad.
Este ataque en París como ha dicho la Santa Sede por su portavoz, Padre
Lombardi: «Se trata de un ataque a la paz de toda la humanidad que requiere una reacción decidida y conjunta por parte de todos para luchar contra la propagación del odio homicida en todas sus formas». Es «una nueva manifestación de violencia terrorista sin sentido y de odio…» y el Papa nos ha dicho que los atentados no tienen justificación religiosa ni humana. La violencia nunca hace sentido; el odio homicidio no trae paz, no resuelve nada.
El terror es una contradicción al Evangelio de la vida. Y. nosotros los cristianos y cristianas tenemos que actuar contracorrientes, es decir, no devolver violencia con violencia, sino hacer lo que hizo el propio Señor Jesucristo: afrontar las tentaciones con la oración; proponer el amor como signo distintivo de nuestra fe y ser artífices de paz.
Sabemos que estos ataques terroristas surgen como consecuencias de heridas del pasado y del presente; de una visión errada de las relaciones entre personas y naciones, de la pobreza extrema o de un entendimiento distorsionado de la fe. Son ataques que se planifican con el fin de matar, de destruir, de sembrar el caos y el terror.
Sin embargo, nosotros sabemos que Dios no creó la tierra, nuestra casa común, para derramar sangre humana, ni para destruirnos, ni para explotarnos los unos a los otros, ni a la tierra misma. Dios no creó la Tierra como un lugar para odiar, sino de amor; no como un lugar para la guerra y la violencia, sino para la paz. Nosotros estamos llamados a hacer de la Tierra un lugar de paz y amor, de justicia y misericordia donde el odio, la guerra y la violencia no tengan la última palabra n cabida.
Ante la obstinación de unos para perpetuar las guerras, la violencia y el odio, aquí estamos nosotros, orando, proponiendo la paz como meta y el diálogo y la diplomacia como caminos hacia la consecución de la misma. Por ello, la lucha contra el terrorismo no puede ser la lucha contra una raza o contra algunas naciones, sino la lucha contra el pecado y sus manifestaciones. El pecado no se lo podemos atribuir a una cultura en particular, ni a una raza o etnia, sino que se reproduce en aquellos corazones que siguen sin entender lo sagrado de la vida humana, que se han cerrado al amor, ciegos a la verdad, adornados por la intransigencia y armado de un falso valor. ¡La violencia no es la solución porque con las guerras también nos corremos el riesgo de hacer lo mismo, destruir víctimas inocentes, de sembrar el terror en comunidades enteras! La mayor victoria del terrorismo es provocar más violencia.
Hoy nos hemos reunido aquí para orar por las víctimas, por sus familiares y seres queridos y por el don de la paz. Dios no niega este don a nadie. Nadie queda excluido de su Paz. Esta paz se forja, se pide, se trabaja por ella, se siembra, se cultiva, se fortalece sobre los pilares de la justicia, la verdad, la misericordia y el amor. Y, para eso, Dios nos tiene aquí. Oremos por la paz. Paz para Francia. Paz para Rusia. Paz para Europa. Paz para Puerto Rico.
En esta Solemnidad de Cristo Rey celebramos la victoria de Cristo sobre el misterio de la iniquidad y reafirmamos nuestra fe en su poder divino que no conoce límites y que nos ofrece «un reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz» y de la reconciliación.
Mantengámonos unidos en la oración por la Paz para cada persona, para cada persona, para todos los pueblos y naciones. Paz para el mundo entero.
Roberto Octavio González, arzobispo de Puerto Rico